Cumplir años siempre es una buena excusa para detenerse y meditar

Recién llegó mayo y el calendario me empezó a cautivar más de los normal, estaba a pocos días de despedirme de los 32 años para darle paso a un número que muchos consideran místico.

Leyendo sobre este tema descubrí información interesante sobre la llegada de los 33 años a la vida de una persona, en principio recordemos que en la cosmovisión cristiana existe la conocida edad de Cristo que nos remite a su pasión, muerte y resurrección y por lo cual se considera que es una etapa de inflexión para el ser humano.

Se puede decir que es un punto medio entre los recuerdos de la niñez, la tenacidad de la juventud y la cercana madurez de la vida adulta, un instante de tiempo que se vuelve reflexivo.

Según una nota publicada en la web por CNN en español hace algunos años, para ser precisa en el 2012, el sitio social británico Friends Reunited realizó una encuesta entre los usuarios mayores de 40 años y encontró que el 70% dijo que no fueron «realmente felices», sino hasta llegar a los 33.

Y es que, aunque esta encuesta se realizó ya hace bastante tiempo he llegado a la conclusión de que esta edad si tiene mucho que ver con quién soy ahora, mi Raquel de más de 30 se ríe de las locuras que hizo a sus 20 y disfruta de cada pequeño momento sin tanto afán. Me siento feliz en mi presente, en lo que estoy construyendo y también me estoy cuestionando con mayor seriedad en las cosas en que invierto mi tiempo, he aprendido a decir no sin sentir culpa y a disfrutar de la calidez de mi hogar los viernes por la noche.

Ya no soy una chiquilla de eso estoy clarísima, pero mi espíritu jovial me mantiene activa y soñadora.

Leí por ahí que el 33 es un número maestro, un número que en muchos credos tiene un significado importante, así que, viéndolo desde un tono más espiritual, me siento contenta de estar viviendo esa edad, lejos de sentir que la juventud se fuga, creo que hay un tiempo especial que debo vivir a esta edad para cumplir propósitos.

Esta vez apagué las velitas del pastel pidiendo no un deseo, sino dos y aunque dicen que si se revelan no se cumplen, estoy segura que eso si es un mito, así que lo comparto. Este año pedí como el Rey Salomón, sabiduría para enfrentar la vida y un alma agradecida para apreciar lo bueno de ella.

Así que a vivir con amor y plenitud estos nuevos y benditos 365 días, porque como canta el famoso cantante uruguayo Jorge Drexler “quien no lo sepa ya, lo aprenderá de prisa, la vida no para, no espera, no avisa”.