Leemos que las empresas que en otrora publicaban con mucho entusiasmo la apertura de nuevas plazas, hoy anuncian despidos, y si no lo anuncian, los llevan a cabo en sigilo. “El tiempo aplacó su propósito atolondrado, pero agravó su sentimiento de frustración” (100 años de Soledad).

A José Arcadio Buendía se le amarró a un árbol de castaño por sus delirios e ideas extrañas tratando de innovar y llevar al pueblo de Macondo, los últimos inventos de la humanidad, entre otros, el hielo y la lupa…. Todos estos inventos fueron llevados por los gitanos…
Entre los 20 capítulos que conforma esta novela del realismo mágico y siempre eterna, encontré varias coincidencias con Costa Rica que me llevaron a escribir estas notas.

Después de dos años del Gobierno Alvarado Quesada, por demás monotemático con el asunto del Plan Fiscal, vi con buenos ojos la perseverancia de don Carlos de llevar a buen puerto, la aprobación del proyecto. En medio de una crisis económica donde “estuvimos
al borde de la quiebra” (palabras de don Carlos durante el discurso de rendición de cuentas del 2019), la huelga de educadores más larga de la historia de Costa Rica, las calificadoras de riesgo y el FMI presionando vorazmente para que el plan se aprobara, el presidente libró una batalla en el último mes del 2018. Sin embargo, no en palabras mías, la propuesta (1,49% del PIB), no alcanzaba para cubrir el hueco fiscal de más de 900 mil millones de colones (2,25% del PIB). “Entonces sacó el dinero acumulado en largos años de dura labor, adquirió compromisos con sus clientes, y emprendió la ampliación de la casa” (100 años de Soledad).

El problema no está en lo que se aprobó, sino a quienes les va a caer lo que falta. La empresa privada, en particular el sector comercial, genera casi de 357 mil puestos de trabajo formales, representando el 16% de la fuerza laboral total y aportamos el 20% de la seguridad social. Durante los años anteriores el consumo venía creciendo a tasas superiores a los 3% y el año pasado cayó al 1,4%. Esto hizo que el sector creciera un 1,9% en el 2018 versus el 3% que vimos en el 2017, y para el 2019 en el último semestre los números comenzaron a sonreír al sector comercial, posiblemente por ser los meses de mayor dinamismo económico por las fechas del día de la Madre, propuestas de “noviembre negro” (que dejó de ser exclusivo de noviembre) y por supuesto, Navidad.

Pero…

Diciembre 2019. Fin de año. En Costa Rica cerrábamos un año retador desde el punto de vista económico. No teníamos claridad de qué pasaría en el 2020, pero existía una enorme desconfianza en las decisiones que tomaría el Gobierno de Unidad Nacional. El juego de naipes – aquel que apostaba sobre otra caída más en las calificadoras de riesgo (y ganaron), cifras ascendientes alarmantes de desempleo, subempleo, la informalidad y la inseguridad ciudadana, entre otros – comenzaba a configurar un descalabro.

A 15.123 kilómetros de distancia, en una ciudad de China, explotaba una guerra mundial sin precedentes: el coronavirus, el COVID – 19. Lo veíamos lejos, muy lejos…pero sabíamos que era cuestión de tiempo para que comenzara el contagio de un virus que no tenía, y aún no la tiene, una cura conocida. Comenzaron las estadísticas, todas con pésimos pronósticos.
En el primer cuatrimestre de este año, hemos experimentado un aumento en el desempleo, estimado según el INEC, en poco más del 20% (tan solo en el primer trimestre del 2020 era de 11.3%), cifra que con todo respeto, me parece muy conservadora, viendo en los medios de comunicación la cantidad de empresas quebradas y cerradas, despidos masivos, reducción de jornadas laborales, suspensión de contratos de trabajo, entre otras. Una gran cantidad de la población económicamente activa, está sin trabajo, siendo los grupos de jóvenes entre 15 y 24 años y las mujeres, los más afectados. Caminar por los centros comerciales y por el centro de San José, da una sensación de desolación: locales vacíos, tiendas que se mudaron a espacios más pequeños y otras que buscaron sitios más baratos, en el mejor de los casos. Leemos que las empresas que en otrora publicaban con mucho entusiasmo la apertura de nuevas plazas, hoy anuncian despidos, y si no lo anuncian, los llevan a cabo en sigilo. “El tiempo aplacó su propósito atolondrado, pero agravó su sentimiento de frustración” (100 años de Soledad).

En Costa Rica iniciamos el 2020, entre memes, chistes xenofóbicos, bromas sobre los saludos y otras interpretaciones tropicalizadas del virus. Somos el país más feliz del mundo, somos la “Suiza Centroamericana”, somos el lugar más sostenible del planeta, 6% de la biodiversidad del mundo, 35% del territorio nacional con áreas protegidas, mercados abiertos. El 6 de marzo se conoce el primer caso… (“Todavía no tenemos un muerto. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra”, 100 años de soledad). El reto económico, político y social quedaba en un segundo plano. El Gobierno se abocó a la contención de la pandemia y el terror se apoderó de los habitantes de nuestro país. Sabíamos que por mucho esfuerzo que se hiciera, era inminente que tarde o temprano, el virus se extendería en nuestro territorio, y más rápidamente, en el resto de los países de Centroamérica, con sistemas de salud endebles y con un populista en cada una de las casas presidenciales.

Quisimos ver hacia atrás y ver qué dejamos… Un enemigo desconocido tomó por sorpresa a crédulos e incrédulos. A conocedores y a neófitos. No tiene cara, no tiene armas de fuego, no tenemos la cura. El horizonte se alejaba frente a nuestras narices y por más que quisiéramos sostenerlo, se alejaba, veloz, furtivo. Todo era diferente a partir de entonces. Pero el destino nos alcanzó: nuestra actividad económica comenzaba a caer 8%, en mayo la actividad económica decreció un 7.5% en mayo (tan sólo dos meses desde el primer fallecido), los grandes rubros de las actividades económicas con tasas de variación interanual negativas. «La embriaguez del poder empezó a descomponerse en ráfagas de desazón» (100 años de soledad).

Las pequeñas y medianas empresas que hicieron el esfuerzo de la formalización, vieron truncados sus sueños de salir de la clandestinidad y retornaron o deciden entrar a lo informal. La informalidad (más del 53%) es un boomerang que se puede devolver de muchas formas negativas: el reto que tiene la CCSS en atención a personas sin seguro, los ingresos que no llegan al erario público, el aumento en el contrabando, la salud pública, entre otros factores.

El acceso al crédito sigue siendo carísimo. La Banca para el Desarrollo, tiene un mercado cautivo de empresas que ya “pasaron por dónde asustan”, tienen más de tres años en funcionamiento, estados financieros y un récord crediticio en la banca estatal o privada. Deben cerrar. Deben cerrar porque no encuentran salida por la ¿pandemia?, o porque una vez más creímos que nada nos iba a suceder y cómo siempre, postergamos las decisiones que, aunque difíciles, eran necesarias? ¿No son populares?. Simplificación de trámites, compras del Estado, reducción sustancial del gasto público (no las líneas fáciles de viáticos y viajes), lucha contra en contrabando, informalidad… esas cifras también crecen. Recordemos, por favor, que el PIB creció solamente un 0.8% en el primer trimestre del año (sin COVID-19).

“Sólo él sabía que su aturdido corazón estaba condenado para siempre a la incertidumbre” (ídem).

Pero déjenme decir que Costa Rica no puede salir adelante sin el concurso de la empresa privada. Pero tampoco puede recaer sobre los hombros del mayor generador de empleos del país, toda la carga impositiva, sin que el Estado dé señales de decisiones muy concretas de reducción de gasto público y la puesta en marcha de programas orientados a incentivos que permitan a las empresas, no reducir su planilla, acompañarlas en los procesos de innovación, reconversión de producción, etc. Es en dos palabras: reactivación económica.

La empresa privada está cumpliendo con las medidas que ha impuesto el gobierno y ha ido más allá. Aforos reducidos y horarios, restricciones, fase 4 no mejor otra vez fase 3, que mejor las empresas no vendan algunos artículos porque no son de primera necesidad (¿?), que mejor la ley seca, que las interpretaciones de las instituciones sobre las medidas varían de caso en caso o peor aún, de funcionario en funcionario. Se ha hecho la tarea. Se han hecho donaciones millonarias; se apoya; se ha buscado el diálogo; se han buscado y ejecutados sinergias entre empresas competidoras, afines y antagónicas; se han presentado propuestas de reactivación sin poner en mayor riesgo la bioseguridad; se ha demostrado la solidaridad del empresariado con la sociedad y con el Gobierno. Y no necesitaron pedirlo.

Las empresas privadas comenzaron a tomar medidas. El tan discutido proyecto de teletrabajo no fue necesario, porque empezaron a enviarnos a la casa y a trabajar desde ahí. Surgieron miles de propuestas de ayuda a los más necesitados. Miles de personas fueron poco a poco despedidas de sus trabajos, rebajaron jornadas laborales, bajaron salarios, suspendieron contratos. Se pusieron en marcha las compras en línea, obligando a los consumidores a adentrarse al mundo tecnológico, una nueva forma de comprar. Miles de empresas cerraron: algo que se venía dando desde el 2019, con el agravante de que el COVID resultó en algunos casos, la perfecta excusa, y en otros – los más, la imposibilidad de mantenerse abiertos con las medidas sanitarias impuestas por el gobierno. Era necesario. Pero…

Más allá de que esas medidas eran lo correcto de hacer, Costa Rica se sumía rápidamente en una incertidumbre económica, de la cual nadie quiere hacer de pitonisa para descifrar qué pasará con/en la nueva normalidad. ¿Nueva normalidad? ¿Qué es eso? Aún creo que no lo sabemos. Y peor aún, no creo que queramos saberlo.

De pronto todo cambió: mascarillas, guantes, lavarse las manos más veces al día, bañarnos cada vez que regresamos a la casa, alcohol isopropílico, alcohol en gel, desinfectantes, cloro, aerosoles desinfectantes: todo el comercio gira en torno a esos nuevos elementos. Todo eso las empresas están dispuestas a seguir haciéndolo, pero el Gobierno debe entender que los habitantes deben llevar comida a sus mesas, y no es por medio del bono Proteger o cualquier otra ayuda social, sino con la dignidad que proporciona el trabajo, el pagar impuestos y contribuir solidariamente a la seguridad social.

La Naturaleza nos ha hablado. Nos ha dicho que somos absolutamente vulnerables y que en cualquier momento nuestras vidas tienen cambios, que no nos deberían permitir volver al punto de partida. Recapacitar es mandatorio. Debemos avergonzarnos sobre lo que le hemos hecho a la casa de todas y todos, pero no quedarnos ahí. Nos debe dar más vergüenza si a pesar de todo esto, no hacemos algo para cambiar. Tomar medidas que nos ayuden a tener un planeta más sano. Ya ni siquiera esto tiene que ver con las generaciones venideras, es hoy, somos todos, es por todos. Hoy! Es hoy!
“Lo que pasa en el mundo se va acabando poco a poco y ya no vienen esas cosas” (100 años de soledad)

Costa Rica no puede esperar 100 años para tomar decisiones. Esta Patria amada tiene todo para salir adelante. Para salir del COVID-19. Para salir avante con una reactivación económica inteligente y resiliente. Para comprometernos con el presente y ver el futuro con ojos de esperanza. La empresa privada sabe como salir adelante: no necesita obstáculos, necesita una mesa con quienes toman decisiones para compartir sus buenas prácticas. Son quienes mes con mes pagan sus obligaciones, planifican su responsabilidad social, contribuyen, ayudan, crean, sobreviven las improvisaciones de los gobiernos. Son quienes saben del país que necesitan para seguir generando riqueza.

No necesitamos que vengan otros a decirnos lo que debemos hacer. Solo necesitamos valentía para tomar decisiones y un “pueblo valiente y viril” (viril de vidrio claro y transparente que se pone delante de algunas cosas o sobre ellas para protegerlas o preservarlas, dejándolas a la vista. Google), dispuesto no a seguir como vagón, sino a liderar como locomotora.

Lo más retador: acostumbrarnos a no tener cerca a nuestra familia, alejamiento social, no abrazos, no besos, no caricias. El COVID nos ha puesto a prueba nuestros afectos y nos ha dimensionado el amor a más allá del contacto físico. En algunos casos, extrañar las muestras de afecto hacia quienes amamos, en otros valorar lo que no demostramos físicamente. Cuando Sara, de dos años y medio se me acerca y me saluda con su codito, me da la sensación de que vivo en otro mundo. Cuando mamá se me acerca a 1.8 mts de distancia y me dice que así es mejor y que me ama, me duele la existencia, pero entiendo que no dejamos de amar, entiendo que estamos distanciados para estar más cerca algún día. Como en una caja de resonancia: “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla” (Jorge Nicolás Ruiz de Santayana aunque se le atribuye a Napoleón Bonaparte).

100 años de Soledad es de lectura obligatoria: cuantas veces lo leamos, siempre vamos a encontrar misterios nuevos, traiciones ocultas, frases bañadas de sabiduría, metáforas maravillosas que nos permiten cerrar los ojos e imaginarnos el momento. Ay Gabo, por qué te moriste y no fuiste como Melquíades?

“Lo esencial es no perder la orientación. Siempre pendiente de la brújula, siguió guiando a sus hombres hacia el norte invisible, hasta que lograron salir de la región encantada.” (Op. cit.)