La dictadura del movimiento fundamentalista islámico Talibán -instalada hace poco más de un año- es destructora de esperanzas, no obstante, lo cual, es necesario no claudicar en los esfuerzos por contrarrestar esa brutal realidad

La patriarcal marginalización de las mujeres y las niñas golpea no solamente a la población femenina sino a Afganistán en general.

Exponente de esta línea de análisis, Nasima, activista afgana por los derechos de las mujeres, planteó, a Noticias ONU -la agencia informativa de Naciones Unidas-, que, no obstante la permanente represión misógina del régimen -que ha puesto fin los proyectos con enfoque de género que la defensora venía llevado a cabo-, mantiene su labor concientizadora.

Inicialmente, la promotora de derechos humanos también debió cerrar dos centros de distribución de alimentos, instalaciones que son de su propiedad, de acuerdo con lo que indicó en la narración que el medio de comunicación difundió el 23 de agosto.

Surgido en 1994, en el marco de la guerra civil afgana (1992-1996), el grupo fundamentalista islámico Talibán estuvo, desde 1996 hasta 2001, en control de aproximadamente tres cuartas partes de los algo más de 652 mil kilómetros cuadrados que constituyen el territorio del país asiático.

La violenta administración talibana -caracterizada por despiadadas violaciones a los derechos humanos, en particular de las mujeres y las niñas- fue derrocada en diciembre de 2001, cuando Afganistán fue escenario de una invasión militar internacional, encabezada por Estados Unidos. No obstante esa derrota, el movimiento se mantuvo, desde entonces, en resistencia armada.

Tras el retiro, el año pasado, de las tropas estadounidenses -las fuerzas extranjeras que mantenían la intervención-, la ofensiva talibana logró el objetivo de derrocar al gobierno del presidente (2014-2021) Mohammad Ashraf Ghani, cuando tomó, el 15 de agosto del año pasado, el control de Kabul -por lo tanto, del país-.

Al compartir, con Noticias ONU, su historia en el contexto actual, Nasima -nombre ficticio, para proteger su identidad- comenzó a narrar que “estaba en mi oficina, el 15 de agosto de 2021”.

“A las ocho de la mañana, una de mis colegas entró diciéndome que cerraría se oficina, y enviaría, a todas las mujeres, a casa”, agregó.

“Los talibanes estaban a las puertas de Kabul (la capital nacional)”, siguió relatando, para precisar que, “en ese tiempo, yo estudiaba -me encontraba finalizando mi maestría-, era la líder de una organización de la sociedad civil, y dirigía dos negocios”.

“Durante los diez meses anteriores, había estado trabajando en crear una red que aproximara las mujeres al proceso de paz”, dijo.

“Todos los días, mi trabajo consistía en elevar las voces de las mujeres afganas, en los foros donde se tomaba decisiones relacionadas con su futuro”, señaló.

Por lo tanto, “estaba, constantemente, en el terreno, viajando de provincia en provincia, hablando con miles de mujeres afganas”, explicó.

“A las 11 de la mañana de ese día -15 de agosto-, cerré mi oficina, y me fui a casa”, recordó, además de indicar que, “en el camino, vi que las carreteras estaban bloqueadas por gente que intentaba salir de Afganistán”, y que, “a las 6:30 de la tarde, vi pasar, por primera vez, a los talibanes, frente a mi casa”.

“Recuerdo la última vez que gobernaron, como si fuera ayer: mi madre tenía que usar burka (prenda religiosa femenina que cubre de cabeza a pies), la hija de mi vecino se casó a los 11 años, y, cada vez que salíamos de la casa, mi madre me ponía una bufanda grande -en ese entonces, tenía ocho años”, expresó.

Consecuencia de ese represivo cuadro de situación”, algo murió dentro de mí, el 15 de agosto de 2021, o al menos así me sentí”, reflexionó.

“Mi inversión en Afganistán se fue, mis esperanza fueron aplastadas, mi educación considerada irrelevante”, puntualizó, a continuación.

“A esto, siguieron muchas noches oscuras: los proyectos que involucraron a mujeres, tuvieron que cerrarse, la mayoría de mi personal femenino renunció”, de acuerdo con la narración de Nasima.

“Pero sabía que tenía que hacer algo”, y “me di cuenta de que el Afganistán que ahora gobiernan los talibanes, es diferente del Afganistán de los años noventa”, observó.

“Esta vez, llegaron después de dos décadas de democracia, dos décadas con derechos de las mujeres, tiempo donde fueron formadas organizaciones dirigidas por ellas, en las que se convirtieron en las principales defensoras de sus propios derechos”, planteó.

“Me di cuenta de que no todas estas mujeres habían salido del país, no todos los hombres educados habían sido evacuados”, así como “que todavía había muchas mujeres luchando dentro del país, y elegí ser una de ellas” señaló, a continuación.

En este sentido, relató que, “el 1 de setiembre, estaba lista para volver al trabajo”, de modo que “llamé a mi personal -mujeres y hombres-, y les pedí que regresaran a la oficina”, además de que “cambié el enfoque de nuestra organización, pero seguí trabajando sólo para mujeres”.

Aseguró que, en síntesis, “nunca me rendí”.

Nasima subrayó que “Afganistán necesita lo que cualquier otro país del mundo necesita: mujeres que trabajen, que lideren, y que conviertan los desafíos en oportunidades”.

La activista y propietaria de ambos establecimientos de negocios, dijo que “abogué, con los talibanes, para garantizar la protección de nuestro personal femenino en el terreno”.

Ello, no obstante el hecho de que, “todavía, enfrentaba muchos problemas: las puertas de nuestros centros de distribución de alimentos estaban cerradas, mi personal fue golpeado, mi computadora portátil tomada, mi teléfono registrado, y me pidieron que permaneciera en silencio”, detalló.

“Las mujeres hacían fila, en nuestros centros de distribución de alimentos, desde las dos de la mañana”, indicó.

A manera de ejemplo, recordó que, “un día, vi a una mujer, a quien conocía, haciendo fila para recibir alimentos”.

“Ella tiene una maestría, y, antes, trabajaba para el Ministerio de Cultura”, precisó.

“Como ella, miles de mujeres solían trabajar para ministerios en todo el país”, pero, “ahora, algunas tienen que hacer fila para recibir una bolsa de harina para alimentar a sus hijos”, denunció.

“Cuando reflexiono sobre el último año, es difícil pensar en algo positivo”, expresó.

Esto, porque “las mujeres no pueden ir a trabajar, no tienen derechos, y ni siquiera pueden ir a la escuela, la violencia en el hogar está ahora normalizada, y algunas mujeres se están suicidando, pues es el último recurso cuando su situación se vuelve insoportable”, reveló.

“Pero sé que no estamos solas, sé que nuestra historia no es diferente” a otras, a nivel mundial, aseguró.

Al respecto, planteó: “en tiempos de guerra, en tiempos de paz, las mujeres son las que más sufren”.

Fragmento de obra de arte: Shamsia Hassani