kenyana Susan Kinyua describe su misión como “proporcionar educación de calidad y personalizada, a las mujeres y las niñas, desarrollando todos los aspectos, de cada persona, al máximo”

En la medida en que fortalecen su autoestima, y cuentan con apoyo en sus hogares, las mujeres rurales de Kenya logran reducir el abuso machista que, por le general, las victimiza y las limita.

Al hacerlo, se potencian como emprendedoras y como generadoras de ingresos que son vitales en el contexto de vulnerabilidad socioeconómica en el que se encuentran.

Recientemente reconocida, en España, por su labor en ese sentido, la activista kenyana Susan Kinyua considera que la Fundación Kianda (Kianda Foundation) -a la que se unió hace algo más de una década, y en la que es responsable de programas sociales-, ha logrado la inserción de un 75 por ciento de sus beneficiarias en el mercado laboral de ese costero país dl este africano.

Los programas que implementa la oenegé -establecida en 1964- “no son otra cosa que la continuidad de un recorrido iniciado por mi fundación, que abarca más de seis décadas de trabajo por el empoderamiento de las mujeres y las niñas en mi país, con más de 600.000 beneficiarias”, indicó Kinyua, al recibir, el 20 de marzo, el Premio Harambee 2024 a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana.

“De todas ellas, más del 75 por ciento han podido acceder al mercado laboral”, puntualizó.

La distinción lleva el nombre de la oenegé religiosa española Harambee, que toma su nombre de la palabra que, en swahili, significa “todos esforzándose juntos”, y que también denomina, en Kenya, a cualquier actividad de solidaridad comunitaria -desde ayuda a personas, hasta reparación de caminos, pasando por construcción de instalaciones tales como escuelas o viviendas-.

Es, igualmente, el lema nacional, y aparece en la base del escudo keniano.

Harambee fue establecida en 2002, en coincidencia con la canonización del sacerdote español José María Escrivá (1902-1975), fundador, en 1928, de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei -más conocida como Opus Dei.

En su sitio en Internet Harambee se describe como una organización en la cual “promovemos el desarrollo de África subsahariana con el apoyo a proyectos de promoción de la mujer, educativos o de salud materno-infantil”.

Por su parte, la Fundación Kianda, se define como impulsora de “una vida digna para cada mujer en Kenya, a través de educación de calidad”, describe su misión como, precisamente “proporcionar educación de calidad y personalizada, a las mujeres y las niñas, desarrollando todos los aspectos, de cada persona, al máximo”.

En ese sentido, Kinyua aseguró, al recibir el premio, en Madrid, que la Fundación Kianda cuenta con “tres centros educativos (…) muy prestigiosos en toda Kenya, lo cual, más allá de su eco en el conjunto de la comunidad, llena, a sus usuarias, de autoestima”.

Educación, eje de desarrollo humano

A partir de la educación adquirida, “sus maridos las ven como unas iguales, se reducen los abusos que sufren”, explicó la activista.

En ese contexto, “la responsabilidad (del hogar) es compartida, y, cuando en casa son apoyadas, (las mujeres) llegan muy lejos”, reflexionó, a continuación.

También explicó que la oenegé “abarca actualmente educación (…) desde guarderías hasta la universidad, capacitación profesional, servicios de atención médica, y diversos cursos de habilidades empresariales”.

Kinyua -una economista, quien destinará, a su organización, los 10 mil euros (unos 10,800 dólares)- del premio, relató su ingreso, en 2003, a la fundación.

“Yo tenía un profundo anhelo, que me hacía preocuparme por las personas más pobres, y, concretamente, por las más relegadas en la sociedad: las mujeres del mundo rural”, comenzó a relatar.

“Por eso, aposté por un proyecto que, ante todo, pone, en el centro, la dignidad humana”, siguió narrando.

En la fundación, “no se mira por la religión o la posición social de la persona sino que sólo cuenta ella misma, por ser quien es”, aseguró, además de indicar que, en materia religiosa. “además de católicas, las hay cristianas protestantes, musulmanas y, aunque pocas, también judías”.

“Todo se hace en función de sus necesidades reales”, razón por la cual, al evaluar a las potenciales beneficiarias “un grupo de voluntarios va a conocerlas, a su ámbito local, y analiza su situación, empezando por su hogar”, precisó, a continuación.

“Ahí, se tiene en cuenta su realidad específica, y se trabajan diversas respuestas”, lo que cubre “desde la salud mental, al cuidado de los hijos, o las relaciones intrafamiliares”, agregó.

A manera de ejemplo, indicó que, “al principio, no contábamos con clases de cocina, pero, cuando vimos que era necesario el apoyo para lograr una dieta equilibrada, las incluimos”.

“Lo mismo ocurre con las casas”, ya que, “antes percibíamos que las recogían (ordenaban) al llegar nosotros, (y) ahora, el orden ya es un hábito”, agregó.

Kinyua destacó, asimismo, el empoderamiento que muestran las beneficiarias de los programas que ofrece la fundación.

Al respecto, aseguró que “todas las mujeres que están en nuestros proyectos, aportan su propio dinero al hogar, ya sea con sus pequeños negocios o contratadas en otros”.

En ese sentido, en declaraciones reproducidas el 21 de marzo por el diario español El País, Kinyua señaló que “todas ellas son dueñas de pequeños comercios: puestos ambulantes de comida, centros de estética, tiendas de ropa y joyas, o locales de venta de vegetales”.

La activista aseguró que “necesitan ser capaces de mantener estos negocios, para ser autosuficientes”.

En ese sentido, dijo que “necesitamos ayudar al mayor número de mujeres”, para agregar que, “con el diploma que les damos, les es más fácil acceder a micropréstamos”, algo que, por lo general, “es lo más difícil para ellas, pero lo más necesario para impulsar un comercio”.

En la visión de Kinyua, “hay que cuidar de las mujeres”, porque considera, a “Kenya, para las kenianas”.