América Latina perdió en marzo del 2018 a la última mujer Presidenta. La máxima expresión del poder femenino en la política quedó desierto y relegado a las vicepresidencias.
Desde la época de la independencia de España y Portugal, en donde los países de la región tuvieron la oportunidad de elegir a sus gobernantes, la presencia de mujeres en la contienda política ha sido escasa y opacada por la historia. Aún en el siglo XXI, contando con leyes de acción afirmativa que han contribuido con la inserción de las mujeres al ámbito político, éstas continúan siendo excluidas y vilipendiadas por razón de género.
Las cuatro mujeres que fueron presidentas -coincidiendo sus mandatos en el 2014, Laura Chinchilla Miranda (2010-2014), Michell Bachelet Jeria, (2011-2018), Dilma Rousseff (2011-2016) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), fueron objeto de ataques sexistas y experimentaron un escrutinio desigual al de los hombres como lo confirma el Proyecto de Monitoreo Global de Medios. Aunque no existe un estudio similar aplicado a las demás mujeres que han ejercido las presidencias de sus países en América Latina, la historia demuestra que el patrón de conducta social hacia las Presidentas sostenido por los medios de comunicación, (la gran mayoría de ellos liderados por hombres), han reforzado los estereotipos de género de la presunta debilidad de las mujeres en el ejercicio del poder. Así lo observamos y vivimos con las burlas por razón de edad y género hacia Violeta Barrios ex Presidenta de Nicaragua; Rosalía Arteaga Serrano en su fugaz presidencia de Ecuador, que renuncio tres días después de asumir la presidencia cuando el Parlamento dirigido predominantemente por hombres se auto convocó para votar por Fabián Alarcón como Presidente Constitucional Interino, una figura no existente en la Carta Magna de 1978, y las palabras lascivas de corte misógino lanzadas a la ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, por los miembros varones del Congreso durante la aplicación del impeachment.
En las actas del Congreso Internacional de América Latina: la autonomía de una región, queda claro que desde la perspectiva de la gobernabilidad democrática, el liderazgo se refiere a funciones y procesos, no a personas. El liderazgo se configura “como máxima expresión de la personalización del poder en la política Contemporánea”. Siendo así, el liderazgo requerido para el cambio institucional tanto en América Latina como en el mundo, exige varios requisitos no vinculantes a género como visión, legitimidad, capacidad para tratar adecuadamente el conflicto y capacidad para actuar como catalizadores del proceso de aprendizaje y de adaptación social.
Mujeres en las Presidentas en América Latina
Entre 1974 a 1999, tres mujeres lideraron países en América Latina por sucesión o interinato, Isabel Martínez de Perón, quien asumió la presidencia de Argentina tras la muerte de su marido Juan Domingo Perón en 1974. En Bolivia, Lidia Gueiler Tejada fue presidenta interina de 1979 a 1980 y Janet Rosemberg Jagan cofundadora del Partido Progresista del Pueblo (PPP), de tendencia marxista, presidió Guyana entre 1997 y 1999 tras el fallecimiento de su esposo Cheddi Jagan en 1997.
No fue hasta el 1990 que asumió al poder la primera mujer en América Latina electa por el voto directo del pueblo, Violeta Barrios de Chamorro, que gobernó en Nicaragua hasta el 1997. Coincide en ese año la presidencia provisional Rosalía Arteaga Serrano en Ecuador. En 1999 Mireya Moscoso Rodríguez asumió la presidencia de Panamá.
En Puerto Rico Sila María Calderón Serra fue Gobernadora del 2001 hasta 2005, y aunque por la condición colonial de esta isla no aparece como líder latinoamericana, es justo mencionarla.
Como se informó, cuatro mujeres hicieron historia en la región de centro y sur américa cuando presidieron países en un mismo periodo. Cristina Fernández de Kirchner, fue electa presidenta de Argentina en 2007 y reelegida en 2011; Laura Chinchilla Miranda, presidenta de Costa Rica en 2010, Dilma Rousseff presidenta de Brasil en el 2010 y Michelle Bachelet Jeria presidenta de Chile en el 2006 y reelecta en el 2010.
En total diez mujeres han ocupado el cargo político más alto de un país, la presidencia en América Latina, lo cual lejos de ser un triunfo, es una clara evidencia del discrimen de género y de las desigualdades entre hombres y mujeres que existen en este continente, con una población según la Cepal, de 612 millones de personas en el 2015, 310 millones mujeres y 302 millones hombres, lo cual claramente le otorga a la mujer el derecho de representación política en igualdad a los hombres.
De los 20 países considerados territorios soberanos e independientes que conforman América Latina, que tienen un poco más de veintidós millones de kilómetros cuadrados de superficie, en donde se estiman conviven hoy 626 millones de habitantes, 51% mujeres y 49% hombres, es vergonzoso que solo esta región haya tenido diez Presidentas.
Pese a los esfuerzos internacionales y a que todos los países de esta región, desde México hasta Argentina, tienen leyes y políticas dirigidas al combatir el discrimen de género, muy poco se ha alcanzado en cuanto el acceso a la presidencia, a pesar que las cuotas de género sí han sido efectiva en la integración de las mujeres en los parlamentos. En la actualidad, solo quedan dos países de América Latina que no han promulgado leyes de cuotas de género o paridad aplicables a los candidatos legislativos. Curiosamente Bolivia, nunca han tenido una Presidenta siendo el segundo país del mundo que logró alcanzar la equidad de género en el ámbito político en el 2017, según informó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Cabe destacar que ningún país en el mundo ha logrado la equidad de género integral ni en lo político, ni en lo económico.
Las vicepresidencias
Luego de la independencia de Haití de Francia en 1804 y de Paraguay de España, en 1811, primeros países en América Latina en convertirse en repúblicas, pasaron casi dos siglos de liderazgo político categóricamente masculino.
En Colombia, después que Simón Bolívar se convirtiera en 1819 en el primer Presidente de la República, este país ha tenido 74 gobernantes, ninguno de ellos mujer. Desde su independencia de España en 1821 México ha tenido 80 presidentes, ninguno de ellos mujer. Y así sucesivamente ha ocurrido con la mayoría de los países de la región, con unos 1,400 hombres a la cabeza de los gobiernos y solo 10 mujeres.
De cuatro mujeres que tuvo América Latina como Presidentas en el 2014 hoy no se cuenta con ninguna, y el primer mando ha sido relegado al “segundo mando”, con diez mujeres como Vicepresidentas en Colombia, Argentina, Costa Rica, Ecuador, Nicaragua, Panamá, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.
Algunos podrían pensar que las mujeres han avanzado en la igualdad política, contando en el 2018 con diez Vicepresidentas, pero no es cierto, por el contrario, han retrocedido. Si bien es cierto que las vicepresidencias son un cargo de honor y respetables, a diferencia de países como los Estados Unidos de América, en donde algunos Vicepresidentes han alcanzado el poder político (John Adams, Thomas Jefferson, Martin Van Buren, Richard Nixon, George H. W. Bush), en el caso de América Latina este cargo es de escasa atención y tienen un desempeño “liviano” e intranscendente al punto de que países como Paraguay, Venezuela y Colombia lo suprimieron por décadas, aunque lo reinstalaron recientemente.
A qué se debe la “desaparición”
Ante la situación de nula representación de las mujeres en las presidencias de los países latinoamericanos, surgen muchas preguntas como ¿Tienen las mujeres la capacidad de presidir un país?, ¿Cuándo las mujeres han presidido una nación, lo han hecho bien?, Jennifer M. Piscopo, profesora adjunta de Política en el Occidental College, en una columna publicada en el New York Times, argumenta:
“No se trata de casos aislados. Mi investigación demuestra que los partidos políticos —tanto de derecha como de izquierda— nominan a menos mujeres cuando los ciudadanos creen que la economía está mal. Los partidos políticos de ambos extremos también nominan a menos mujeres cuando la competencia es más cerrada. En América Latina, el clima de desilusión ha provocado la creación de nuevos partidos. Cuando los ciudadanos tienen más opciones, cada partido puede ocupar menos escaños y, al parecer, cuando hay menos escaños en juego los partidos no están tan dispuestos a arriesgarse nominando mujeres”.
Según Piscopo, el periodo en donde presidieron Fernández, Bachelet, Chinchilla y Rousseff, fue de abundancia de recursos que permitió a los gobiernos ofrecer más beneficios sociales, pero las economías comenzaron a desacelerarse, aumentó la inseguridad y los ciudadanos se sintieron desilusionados por los partidos de larga tradición a los que pertenecían las presidentas. Esta situación incidió en que los electores optaran por nuevos líderes y se deshicieran de la mayoría de los políticos tradicionales, independientemente de su sexo, pero a las mujeres le fue peor por la doble moral y el discrimen, ejemplo de ello son los reportajes y las entrevistas realizadas a las Presidentas, cargadas de preguntas sexistas que no vemos sean realizadas a hombres con igual cargo.
En Costa Rica, en una entrevista publicada en el periódico La Nación, algunas de las preguntas realizadas de corte sexista fueron: ¿Y usted ve novelas? ¿A usted la miran?, ¿Qué pasó con Laura Chinchilla esposa y mamá?, ¿Votaría por una mujer? Esta última pregunta, la de si votarían por una mujer, se convirtió en una forma de desfavorecer el desempeño de esta presidenta, al punto de que tuvo que aclarar públicamente que “Las mujeres jamás se deben intimidar por lo que se diga de mi gestión”. Laura Chinchilla ha sido una de las líderes políticas con más baja popularidad en Costa Rica a pesar de que durante su mandato la economía creció y cumplió 31% de sus promesas de campaña, superando el 21% que alcanzó al ex presidente Abel Pacheco y el 22% que registró el ex presidente Óscar Arias. Chinchilla vivió la dura realidad de ser mujer en la política cuando afirmó “A veces la gente está más pendiente de cómo luce uno, si el vestido tiene el porte adecuado, si se logró el balance con maquillaje y si el cabello está bien arreglado”.
Este tipo de violencia hacia las mujeres en la política, es para Mona Lena Krook, profesora asociada del Departamento de Ciencia Política, Rutgers University, un fenómeno independiente de la violencia contra los políticos y la violencia en la sociedad en general.
“Aunque estos dos fenómenos pueden, sin duda, estar dirigidos contra las mujeres, la violencia contra las mujeres en política tiene la motivación específica de buscar restringir la participación política de las mujeres como mujeres, lo que la hace una forma distinta de la violencia, que afecta no sólo a la víctima individual, sino que comunica a las mujeres y a la sociedad que las mujeres como grupo no deberían participar en política…Esta violencia es mucho más que un problema criminal, puesto que pone retos muy grandes a la democracia, los derechos humanos y la igualdad de género -tanto que leyes que no son efectivas, pueden desempeñar un papel normativo muy importante, calificando estos actos como un «problema»-. Finalmente, las soluciones no deberían ser sólo propuestas por el Estado, sino involucrar a un sinnúmero de actores distintos. Aunque los debates continúan, concluimos que las académicas y activistas no deben abandonar el concepto de violencia contra las mujeres en política, sino, por el contrario, deben trabajar juntas para llamar la atención sobre este problema y asegurarse de que tanto hombres como mujeres puedan participar en política sin temor a la violencia”.
No obstante a esta situación de discriminación, probablemente sea América Latina la región en donde las mujeres han aprovechado más las leyes relacionadas a la igualdad de género y oportunidades para reducir la brecha de género en el liderazgo político, prueba de ello son los parlamentos que han obtenido hasta un 35% de representación femenina en Costa Rica, Ecuador, México y Nicaragua; Perú cuenta con un 50% de mujeres en su congreso y en Nicaragua el 50% del gabinete es conformado por mujeres y el 50% ocupan los cargos de Alcaldesas. Sin embargo, es insuficiente su representatividad en la política y preocupante la inexistencia de ellas en la cima del liderazgo político.
Trato desigual
No contar con mujeres presidentas evidencia la debilidad de nuestras democracias, que predican la igualdad de género pero en la realidad limitan su acceso a las cúpulas políticas, perdiendo con ello un liderazgo que ha comprobado es más conciliador, con mayores capacidades en comunicación, empatía, persuasión y colaboración.
Si las mujeres son el 50% de la población mundial, proporción similar en América Latina, entonces por qué no contamos con al menos diez mujeres presidentas en esta región. No se trata de impulsar la superioridad de género en la política, sino la igualdad, destacando –como se ha hecho con muchos hombres presidentes- sus aportes a las naciones que han liderado, así como sus desaciertos y errores. Pero en el caso de las mujeres, se muestran más los errores que los logros.
En Panamá, el actual presidente Juan Carlos Varela, gastó $3.4 millones de la partida discrecional en tan solo tres meses (entre el 1 de octubre al 31 de diciembre de 2017. En sus tres años de gobierno Varela ha gastado $37.1 millones. Sin embargo, cuando se publicó que la ex presidenta Mireya Moscoso, gastó (de la misma partida) $23 millones durante sus cuatro años de gobierno, la reacción estrepitosa fue de euforia e indignación nacional, censura y hasta se propuso abrir una causa penal en contra de ella bajo el argumento de que $197 mil del monto total de la partida presupuestaria correspondía a vestidos y joyas. Otros presidentes han superado la suma de Moscoso, como Pérez Balladares con $25 millones y Martinelli con $55.7 millones, pero no tuvieron la misma cobertura mediática que Moscoso. Independientemente de lo inadecuado del gasto ante la opinión pública, quedó claro que el pueblo fue más crítico con la mujer que con los hombres presidentes.
Similar comportamiento ocurrió en Brasil, en el 2016, cuando el senado destituyó a Dilma Rousseff sin pruebas de su enriquecimiento personal, sometiéndola a un juicio por prácticas contables que por mucho tiempo se habían considerado normales en este país.
Michell Bachelet, en Chile, fue desprestigiada por los rumores de las ganancias en el sector inmobiliario que su hijo y nuera obtuvieron de supuestas actividades ilícitas. Durante el mismo periodo, se corrió el rumor de que el presidente electo en aquel momento, Sebastián Piñera, falsificó facturas para financiar de manera ilícita una campaña. La opinión pública hacia Bachelet fue mucho más virulenta que la dirigida a Piñera, cuando el supuesto acto delictivo era realizado directamente por Presidente, mientras que el otro correspondía a un pariente de la Presidenta.
Muchos otros casos en donde se enjuicia a las mujeres en cargos de poder de manera diferente y más dura en comparación con los hombres, son parte de las artimañas para reducir el liderazgo femenino en la política y fortalecer la preeminencia de los hombres bajo pensamientos simplistas y machistas, como el de Rousseau cuando aseguró que “a las niñas no les gusta aprender a leer y escribir y, sin embargo, siempre están dispuestas para aprender a coser”.
Cleopatra, Isabel I de Castilla, María I de Inglaterra, Catalina de Médici, Victoria I de Inglaterra y más reciente Indira Gandhi, Benazir Bhutto, Margaret Tacher, Angela Merkel, Violeta Chamorro, Michelle Bachelet han sido excelentes líderes políticas. Muchas de ellas -“sin renunciar a coser”- han guiado a sus países hacia la prosperidad. A estas Presidentas, se les une Cristina Fernández quien ha sido una acérrima defensora de los derechos humanos, de la promoción de las relaciones con las naciones de su región, ha impulsado con eficiencia programas de justicia social, educación, vivienda y atacó el déficit presupuestario manteniendo negociaciones de pago de deuda, sin contraer nuevas deudas, además de la apelación a la Corte Suprema de EE.UU., para lograr el dictamen de que no tenían derecho de embargar los activos del Banco Central de Argentina. Su homólogo Carlos Menen (1989-1999), fue absuelto por un delito de contrabando agravado de armas a Croacia y Ecuador entre 1991 y 1995 por el que había sido condenado de manera previa a siete años de prisión domiciliaria. Para exonerar a Menem, la Justicia consideró que se superó el «plazo razonable» en la causa -el litigio se retrasó dos décadas-, y la defensa calificó el fallo de «realmente justo» para el expresidente.[1]
Existen decenas de mujeres olvidadas y degradadas por la historia, con enormes y significativos aportes políticos como Manuela Sáenz en Colombia, Bartolina Sisa y Juana Azurduy en Bolivia y Eva Duarte de Perón, en Argentina quien impulsó y logró en 1947 la aprobación de la ley de sufragio femenino y adoptó una posición activa en las luchas por los derechos sociales y laborales, aunque hoy muchas personas en el mundo la recuerda como la prostituta de Perón.
Oportunidades igualitarias
A lo largo de los siglos los hombres han mantenido categóricamente el liderazgo político en América Latina y en el mundo, olvidando que la democracia no se construye ni es pre determinada por el género de los ciudadanos, sino por la capacidad, talento, conocimiento, liderazgo y el compromiso que demuestren las personas.
En situaciones de crisis de gobernabilidad como los vividos en América Latina, el liderazgo presidencial ha tenido un papel importante a la hora de implementar reformas, por lo tanto, relegar a las mujeres al cargo de Vice Presidenta es una forma de discriminación, eliminando la posibilidad de aspirar a las presidencias de sus países, y una burla a los derechos humanos a través del uso de las leyes de cuotas de género para aumentar el número de candidatas en las papeletas, pero en forma horizontal y no vertical, dejando el primer espacio para los hombres.
Tanto hombres como mujeres, quienes tienen a su cargo la formulación de políticas públicas enfrentan un doble desafío: proteger las conquistas en materia de igualdad de género frente a la desaceleración económica y continuar superando los persistentes obstáculos que se interponen al empoderamiento económico de las mujeres, tal y como lo menciona ONU Mujer.
La lucha por poner fin a la violencia contra la mujer
incluye brindarles oportunidades en la política y no limitar y obstaculizar su
capacidad de liderazgo. No lograr que hayan más mujeres en política y más
mujeres Presidentas equivale al estancamiento del progreso social, el
desarrollo económico y el fortalecimiento de la democracia, por una razón
sumamente simple que no requiere de ningún estudio: son las mujeres el 50% de
la población y al discriminarlas se excluye a la mitad de las personas en el
mundo. Ciertamente el concepto de democracia sólo tendrá un significado
verdadero y dinámico, como lo sostiene ONU Mujer, “cuando las políticas y la
legislación nacional sean decididas conjuntamente por hombres y mujeres y
presten una atención equitativa a los intereses y las aptitudes de las dos
mitades de la población».