La comunidad de mujeres transexuales fue particularmente victimizada en el marco de la brutal represión que caracterizó a la última dictadura militar (1976-1983) argentina
El sector de la población sexualmente diversa pasó, de sufrir la histórica persecución policial, a ser, además, satanizada por el criminal militarismo del rioplatense país sudamericano.
Citadas en la nota informativa que, sobre el tema, la British Broadcasting Corporation (BBC) difundió el 30 de octubre, dos de esas víctimas indicaron que les fue posible denunciar -cuatro décadas después- sus respectivos casos -y los otras argentinas trans-, en el marco del proceso judicial en marcha para castigar, específicamente, esas violaciones a los derechos humanos.
En ese sentido, el medio de comunicación británico indicó que Julieta González y Carla Fabiana Gutiérrez -lo mismo que otras cuatro víctimas de la represión dictatorial- lograron “narrar este año ante un tribunal de justicia argentino -en un hecho inédito- cómo durante el último régimen militar que gobernó Argentina” fueron torturadas -lo que incluyó recurrente violación- en “centros clandestinos de reclusión”.
“Estas mujeres pudieron declarar en el marco del juicio de las llamadas ‘brigadas’, que eran los comandos de policía que manejaban los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio conocidos como el Infierno -ubicado en Lanús, en el sur de la zona del conurbano de de Buenos Aires-, Pozo de Quilmes y Pozo de Banfield -en las localidades del mismo nombre, también en el sur-”, agregó.
El último de esos lugares, era “un edificio ubicado dentro de la Brigada de Investigación de la Policía, que funcionaba en la localidad de Banfield”, detalló la BBC.
“Los centros clandestinos de detención fueron usados por los comandos militares y de policía argentinos para retener, torturar y ‘desaparecer’ a decenas de miles de personas”, precisó.
En el marco del criminal “Plan Cóndor” -que, implementado por Estados Unidos, coordinó el accionar represivo de las numerosas dictaduras sudamericanas del momento, más allá de las respectivas fronteras nacionales-, en Argentina -puntualmente, en Buenos Aires- operaron centros de detención, tortura y asesinato de opositores perseguidos en sus respectivos países de origen.
Sicarios políticos -en el caso de la capital argentina, principalmente de los regímenes de Bolivia, Chile, Uruguay, países limítrofes con Argentina-, secuestraron y mataron a perseguidos políticos tales como el ex presidente de facto boliviano (1970-1971) Juan José Torres, ex jefe del ejército chileno (1970-1973) general Carlos Prats, los legisladores uruguayos (1967-1973) Héctor Gutiérrez y Zelmar Michelini, la guerrillera uruguaya Rosario del Carmen Barredo.
Al reproducir las revelaciones de, respectivamente, González y Gutiérrez, la BBC, informó que ambas permanecieron secuestradas, durante aproximadamente un mes, en el Pozo de Banfield.
En términos generales, “los testimonios de las (seis) sobrevivientes han servido para demostrar la persecución sistemática en contra de las mujeres trans”, agreg+ó, para precisar que “distintos organismos de derechos humanos señalan que cerca de 400 personas de la comunidad LGTBQ+ fueron víctimas de la represión militar”.
Esas narraciones se enmarcaron en el proceso judicial iniciado en 1985, durante la administración del centrista presidente (1983-1989) Raúl Alfonsín -el primer mandatario argentino luego de la última dictadura militar, eufemísticamente denominado, por los militares, como “Proceso de Reorganización Nacional”-, contra los gobernantes de facto.
“Pero al ser detenidas, no todas sabían que eran víctimas del aparato represivo de los militares, muchas pensaron que se trataba de una redada más a las que las tenía acostumbradas la policía”, reveló la BBC, para precisar que “todas estas declaraciones ante la justicia se dieron en el pasado mes de abril”.
“Muchas lideresas históricas comenzaron a aportar documentos, fotos, testimonios de lo que habían sufrido, tanto en los gobiernos de facto y militares como en democracia”, indicó.
Durante su diálogo con el medio de comunicación europeo, González relató, a manera de denuncia, que, “en los años de la dictadura, las mujeres trans no teníamos leyes, como ahora”
En ese discriminatorio contexto, “básicamente no existíamos, por lo que nuestro testimonio tampoco valía”, reflexionó
Al relatar su caso, dijo que, “a mí, me subieron a un carro, a la fuerza, y me llevaron a este lugar, que solo pude reconocer muchos años después, cuando lo vi en una de las transmisiones del Juicio de las Juntas (el proceso iniciado en 1985)”.
“La imagen que más me queda, es que, cuando llegué, había una chi8ca, sola, como si la hubieran apaleado, en una esquina”, agregó, para precisar que “tenía una expresión como si la hubieran abandonado ahí”.
Por su parte, Gutiérrez expresó la voluntad de procurar justicia para los presos políticos del régimen, quienes fueron, invariablemente, torturados -a quienes se suman aproximadamente 30 mil desaparecidos-.
“¡Quiero hablar por todas esas personas que gritaban ‘¡Basta, por favor! ¡No lo hagan más!’, y que se sepa lo que hicieron los torturadores que vivieron impunemente todos estos años”, planteó.
Sobre su identidad de género, comenzó diciendo que “tenía 15 años, cuando conocí a una mujer trans, y supe que quería ser como ella”.
“Yo quería hacer lo que hacían las mujeres trans, que eran muy pocas y no las llamábamos así”, porque, “en ese momento, sólo existían hombres y mujeres, y hombres gays, pero yo no quería ser gay, yo quería ser mujer”, agregó.
En cuanto a la principal actividad que, para sobrevivir, desarrollaban las argentinas transexuales, indicó que “no teníamos otra opción que la prostitución”.
Por ello, “a nosotras, nos perseguían -para disciplinarnos por nuestra identidad (de
género)-, éramos una plaga que debían exterminar”, explicó.
Ese contexto de violencia machista se agudizó, dramáticamente, a raíz del golpe de Estado que derrocó, el 24 de marzo de 1976, a la presidenta (1974-1976) María Estela Martínez.
En calidad de vicepresidenta en la última administración de su esposo, el general Juan Perón (1946-1952, 1952-1955, 1973-1974), Martínez -popularmente conocida, indistintamente, como Isabel y como Isabelita- asumió la primera magistratura cuando el dirigente falleció, el 1 de julio de 1974.
“La policía nos perseguía todo el tiempo, pero, cuando (los militares) nos agarraron, en ese tiempo que llegaron al poder, fue distinto”, comenzó a narrar.
“Tenía 14 o 15 años, me sacaron los zapatos que llevaba, me dejaron media desnuda, para comer tenía que pedirle si tenían alguna sobra y para eso había que pagar: el pagar de ellos era con sexo”, dijo, a continuación.
Respecto al brutal trato que los militares daban a quienes apresaban, expresó que “yo no entendía nada, era la primera vez que alguien me pegaba”.
“Me humillaron todo el tiempo que estuve allí, y yo no sabía por qué”, agregó en su narración.
Al describir el Pozo de Banfield, dijo que el edificio “tenía unos ventanales enormes, que nos hacían limpiar, casi todos los días”.
“No los olvido más, también porque yo veía llegar a los autos que traían personas (presos políticos), al centro, y los militares dentro de ellos”, aseguró.
En el caso de uno de esos transportes, “lo que me tocó limpiar fueron charcos de sangre que estaban en el suelo del auto”, expresó, además de aclarar que “no eran manchas secas, la sangre era abundante y estaba fresca:
Sobre la crueldad del trato que recibió mientras fue rehén de la dictadura, relató que “me violaron varias veces, escuché gente gritar, limpié charcos de sangre en los vehículos que llevaban a estos centros, escuché bebés nacer”.
También reveló que, en tal contexto, cuando los militares encargados de ese ilegal centro de tortura se ausentaban del lugar, era abusada sexualmente por los oficiales de mando medio.
“Es horrible, cuando alguien te obliga a hacer algo que no quieres”, subrayó.
“Pero no era eso: eran los gritos constantes”, aseguró, para agregar, respecto a las víctimas de tortura, que “eran los gritos, constantes”, a raíz de lo cual “nos dimos cuenta, pronto, que le estaban haciendo cosas horribles, a las personas que estaban allí”.
“Hasta hoy, sigo escuchando esos gritos”, reveló.
En el sentir de esa doble víctima -de la crueldad militar y de la transfobia machista, “pasaron muchas cosas, en ese lugar, y se necesita hablar de eso como lo que fue: una violación, un ataque directo a nuestra dignidad y a la de las personas que ya no están”.
Foto: Alexander Grey