Ataques con ácido, una cruel forma de violencia de género

Los intentos de femicidio -la más brutal variante de la violencia de género- están presentando, en México, una modalidad específicamente cruel: los ataques con ácido.

Al narrar su historia respecto a ese tipo de agresión machista, la mexicana María Elena Ríos, saxofonista y activista de los derechos humanos -además de sobreviviente a un hecho de tal índole-, aseguró que, ante las secuelas de esas cobardes acciones, lo que corresponde es que las víctimas se visibilicen, compartan sus respectivas devastadoras experiencias, denuncien lo que les ocurrió.

En un artículo de opinión publicado, en español, el 8 de agosto, por el diario estadounidense The Washington Post, la artista denunció que más de la mitad de los casos no es denunciada, a causa de una combinación temor y timidez.

“Según cifras de la organización Acid Survivors Trust International, cada año en el mundo se registran 1,500 de estos ataques, más de 80% están dirigidos a mujeres y 60% no son reportados porque se sobrepone el miedo y la vergüenza que ocasionan las lesiones”, escribió.

“En su mayoría, las mujeres afectadas tienen un rango de entre 20 y 30 años de edad”, y “los autores intelectuales y materiales suelen ser sus parejas sentimentales”, siguió denunciando, en el texto que tituló “En México nos están quemando vivas”.

En su sitio en la red, Acid Survivors Trust International (Fundación Internacional Sobrevivientes de Ácido, Asti), fundada en 2002, se define como “una obra caritativa sin ánimo de lucro registrada en Reino Unido y la única organización internacional cuyo único propósito es el fin de la violencia con ácidos a nivel global”.

Al describir esa forma de agresión, Asti explica que “la violencia con ácidos es una forma premeditada de violencia particularmente atroz, la cual a menudo consiste en arrojar ácidos a la cara para desfigurar, lisiar o cegar. Los blancos son mayormente mujeres y niñas”.

En cuanto a los efectos de ese tipo de violencia, indica que “el ácido derrite la piel y las capas de carne, a menudo exponiendo y disolviendo los huesos que se hallan debajo”.

También explica que “los supervivientes enfrentan desfiguración permanente y frecuentemente aislamiento social que termina por devastar su bienestar psicológico y autoestima”.

“Un superviviente de este tipo de ataques requiere asistencia médica inmediata y especializada, refugio, cirugía de reconstrucción, fisioterapia, orientación y apoyo de largo plazo para reconstruir sus vidas”, agrega.

“A menudo, un superviviente requiere de decenas de intervenciones quirúrgicas”, y, en el caso de menores de edad, “requieren cuidados especializados de largo plazo por parte de cirujanos pediátricos (…) fisioterapeutas y terapeutas, especialidades que carecen en muchos de los países en los que la violencia con ácidos es prevalente”, señala.

En el artículo de opinión, al identificar a su agresor, Ríos planteó, sin proporcionar más detalles, que “soy sobreviviente de un intento de feminicidio perpetrado con ácido por órdenes del exdiputado del (ex gobernante) Partido Revolucionario Institucional (PRI) Juan Antonio Vera Carrizal”.

“Así como me ocurrió a mí, en México hay al menos 47 mujeres que fueron quemadas en vida en lo que va del año”, informó.

“En el mejor de los casos sobrevivimos con un cuerpo desfigurado; en los peores, se viven los últimos días con dolores intensos hasta que nuestro cuerpo y nuestra existencia se consumen”, reveló.

También explicó que, “ante un dolor y un miedo que trasciende las quemaduras, nuestra única defensa ha sido hablar, visibilizarnos, denunciar lo que nos han hecho”.

Igualmente, abordó el tema de las excusas que, a nivel social, suele esgrimirse, a manera de improbable justificación.

“No son las formas’, ‘quiere fama’, ‘quiere dinero’, ‘quién la manda a meterse con esos hombres’ o ‘quiere llamar la atención’ son las expresiones más comunes que recibimos tanto de las autoridades como de una sociedad estructuralmente machista, espiritualmente misógina y románticamente racista”, escribió.

“A esos dichos, yo tengo respuestas”, expresó.

“Si esas ‘no son las formas’, entonces, ¿cuáles?”, preguntó, para denunciar que, “en un país con graves problemas de violencia de género, no nos queda de otra (no hay alternativa)”, porque “protestar es la única denuncia que nos permite hacernos visibles”, subrayó, para plantear: “lo que no se nombra, no existe, y nosotras existimos”.

“Me hubiese gustado ser conocida, ‘famosa’ y ganar dinero por tocar mi saxofón, pero me tocó ser visible por las múltiples quemaduras con ácido que aún padezco”, reflexionó, a continuación.

Además, precisó que “la consecuencia de una relación de pareja jamás debe consistir en ser rociadas con ácido o prendernos fuego”.

“Y claro que quiero llamar la atención: ¡Nos están quemando vivas!”, denunció, de inmediato.

“En México, los feminicidios por quemaduras con ácido, gasolina, alcohol y cables de alta tensión se han convertido en prácticas frecuentes que, cuando son visibilizadas, pueden llegar a ser revictimizantes”, advirtió, además.

En cuanto a su historia en tal contexto, precisó que, “este 9 de septiembre cumpliré́ tres años de haber sido agredida”.

De acuerdo con su recuento, los autores materiales así como los intelectuales “coadyuvaron para robarme la vida que estaba construyendo, a mis 26 años”.

“Cuatro de ellos fueron enviados a prisión preventiva —uno de ellos murió́ por causas que desconozco— y el otro jamás fue aprehendido”, precisó.

Además de revelar que “en México no existe una ley que tipifique estos ataques como ‘feminicidio’ o ‘feminicidio en tentativa’”, señaló, “como sobreviviente”, y a manera de sugerencia, que la agresión “debe nombrarse ‘violencia ácida’ y ser tipificada como feminicidio aunque podamos ser sobrevivientes”.

“En México, a las sobrevivientes las autoridades nos exigen guardar una ‘calidad de víctimas’ donde mejorar está mal visto”, siguió denunciando.

“Pero tenemos derecho a recoger los pedazos que quemaron de nosotras, a rehacer nuestras vidas desde las posibilidades que tenemos, porque el Estado no se ocupa de ello”, escribió, a continuación.

“(No) tenemos el derecho de volver a reír, bailar, soñar, cantar, enamorarnos, estudiar, brillar sin que se diga de nosotras ‘entonces no estás tan mal, ¿por qué sigues reclamando?’. Nuestra mejoría nos pertenece y jamás exonera a nuestros agresores de sus delitos y las responsabilidades que esto implica”, planteó.

Ríos agregó que, “las quemadas en vida pasamos de ser víctimas a ser sobrevivientes, pero siendo discriminadas por nuestro aspecto, desempleadas tras una recuperación que consta de años de tratamientos dermatológicos y quirúrgicos que requieren recursos económicos impensables”.

“Además, nos enfrentamos a un sistema sumamente misógino y patriarcal si decidimos llevar a cabo un proceso legal: no existe apoyo para volvernos a reinsertar a la sociedad, no nos proporcionan procesos psicológicos y psiquiátricos”, continuó revelando.

“A esto, en mi caso, se sumó un terrible y lastimoso prejuicio social generado tras campañas de odio e inspiración a la violencia por parte de mis agresores, a través de su familia, que ha dañado mi entorno familiar”, agregó.

La artista señaló que, por si todo lo anterior no fuese suficiente injusticia, “un añadido que tenemos las mexicanas que somos quemadas en vida es la racialidad”.

“A mi existencia la atraviesa el ser (indígena) mixteca, prieta (de piel oscura) y sin estatus socioeconómico preponderante”, señaló.

“Esto me orilló a buscar justicia con los recursos que tengo, por medio del activismo, haciendo música con mi saxofón y narrando en estas líneas mi realidad repetida en cientos de mujeres en mi país”, narró, además.

Al respecto, y a manera de consejo a las demás víctimas, escribió que “a todas ellas les digo: no estamos solas, nos volvimos un grito coral que no se va a frenar, las mujeres somos tan poderosas que nos quieren ver divididas, y eso ya no lo vamos a permitir”.

 

Foto: RODNAE Productions