Datos de la ONU indican que la mayoría de los 1.500 millones de personas que viven con 1 dólar o menos al día son mujeres, y las que trabajan reciben un ingreso promedio un poco más del 50% de lo que ganan los hombres.
Más allá de las consecuencias que trae la pobreza en las mujeres -como la limitación o privación del acceso a la educación, el crédito, la tierra y la herencia-, esta puede aumentar la violencia, debido que se enfrentan a múltiples formas de discriminación y como resultado, también sufren un mayor riesgo de agresión.
Diversos estudios, incluyendo los realizados por ONU Mujer, concluyen que las niñas pobres tienen una probabilidad 2,5 veces mayor de casarse en su infancia que las que pertenecen al quintil más rico, además de ser más vulnerables a la explotación sexual.
Cabe destacar que aquellas mujeres que sufren violencia doméstica tienen menos opciones de escapar de este abuso, debido a la dependencia económica de sus compañeros por la falta de ingresos y recursos propios para independizarse.
Mejora económica
La carencia de recursos económicos, que priva a miles de mujeres de servicios públicos esenciales y aumenta la probabilidad de violencia hacia ellas, ha incidido en que importantes organizaciones e instituciones diseñen e implementen iniciativas y programas para empoderarlas económicamente.
Para la PNUD existe evidencia creciente de que el crecimiento económico y el alivio de la pobreza van de la mano. De ahí la importancia de que los sistemas financieros proporcionen servicios bancarios sostenibles a personas de bajos ingresos, entendiendo que no es solo para los más pobres, sino también a nichos del mercado desatendidos como el de las mujeres pobres.
Esta bancarización con rostro de mujer implica la posibilidad de facilitar la realización plena del potencial de ellas brindando primero educación financiera, seguida del apoyo técnico para asumir sus emprendimientos con eficiencia y competitividad, y posteriormente ofreciéndole créditos.
Según estimaciones de la ONU 2.800 millones de personas en el mundo no tienen acceso a servicios financieros, y el 70% son mujeres. Las mujeres siguen teniendo muchas más dificultades para acceder al crédito, algo que empeora en el caso de las más pobres.
Ante esta situación, los bancos estatales somos los llamados a adoptar enfoques integrales financieros para apoyar la reducción de la pobreza, pues de poco sirve hablar sostenibilidad financiera si los servicios proporcionados no influyen en el aumento de la calidad de vida de sus clientes.
Aunque no podemos afirmar categóricamente que el acceso al crédito alivia la pobreza, es claro que si se otorga para generar emprendimientos tiene un impacto en la generación de auto empleo. Por ello, personas como Mary Ellen Iskenderian, presidenta del Banco Mundial de la Mujer, afirman que una vez las mujeres tienen acceso al crédito son grandes gestoras y tienden a dirigirlo a aspectos cruciales, como la educación de sus hijos, la salud de la familia o mejorar su vivienda, que son las acciones que permiten que una familia pueda salir de la pobreza.
Toma mayor relevancia esta afirmación cuando un estudio de la CEPAL confirma que al otorgarles microcréditos a las mujeres podría reducirse la pobreza entre un 1% a un 14% en Latinoamérica, precisamente por su inversión en la mejora de la calidad de vida de familia.
–
Por Paola Mora Tumminneli
Presidenta Junta Directiva del BCR