La historia de una madre no vidente, que mira a su hijo con los ojos del corazón.
Decidir tener un hijo es una gran responsabilidad. Algunas mujeres lo planifican y piensan en cada detalle para que cada día con esa personita sea el mejor. Verlo reír cuando todavía no hace ruido y captar una mirada graciosa, para muchas constituyen instantes únicos.
Pero, ¿cómo será ser una madre no vidente? Para Ana Campos, quien padece retinosis pigmentaria, no ha sido fácil: cada día con su bebé es un reto.
Esta joven madre de veintiocho años, quien es recepcionista telefónica, comparte para Revista Petra su historia.
Cuando quedó embarazada se sintió feliz. Sin embargo, no olvida aquellos sentimientos de temor y de angustia por su condición de no vidente, aunque confiesa que, conforme pasaba el tiempo, esa inquietud fue desapareciendo.
Al comunicar la noticia a familiares y amigos, percibió asombro en muchos y felicidad en otros. No estuvieron ausentes las interrogantes: ¿Cómo vas a hacer para cuidarlo si no ves? ¿Cómo lo alimentarás, lo bañarás, lo mudarás…?
En ese entonces, ella no tenía las respuestas a esas preguntas. Luego de nacer su bebé, con el pasar de los días ya podía contestarlas. Así describe Ana cómo hizo con todo aquello que tanto preocupaba a muchos y a ella misma: acomodaba la ropita del bebé por colores en espacios determinados que la ayudaban a no confundirse, y palpaba las formas y texturas.
Como ella lo menciona, su madre ha sido un pilar fundamental en esta etapa de su vida. La orientó los primeros días para aprender a bañarlo. Después ella sola lo hacía y se le fue facilitando la tarea cada vez más. Con el cambio de pañales fue puro instinto y lo hizo de la mejor manera.
Las visitas al pediatra o al supermercado las lleva a cabo con total normalidad; solo que escucha a las personas a su alrededor hacer comentarios como: ¡Qué linda se ve! ¿Cómo hace si no ve? A ella eso no le molesta.
Su hijo es muy listo: comprende que su madre es no vidente y colabora; por ejemplo, recoge sus juguetes y no deja nada en el piso donde su mamá se pueda tropezar; cuando salen, le avisa a su mamá si hay un obstáculo para ella.
Ana recuerda con nostalgia: “Cuando él nació, mi madre estaba conmigo. Cuando lo pusieron en mis brazos, ella me lo describió. Luego yo lo tocaba para conocerlo mejor; fue igual que verlo. Lloré de emoción y susto. Hoy estoy convencida de que no cambiaría esta experiencia de ser madre por nada en el mundo”.
Ella relata cómo sufrió los famosos achaques durante todo el embarazo. Desde el principio fue difícil, pero su parto fue natural. Los médicos le indicaban cada procedimiento que le iban a realizar. El trato fue bueno. Ella prefiere quedarse solo con un hijo. Él la hace sentirse plena; es el mejor hijo y ella la mejor madre, pues logra entenderlo sin verlo y amarlo con solo sentirlo.
No tenía la necesidad de verlo crecer en su vientre. Poder parparlo era como mirarlo con los ojos del corazón, esos ojos que le permiten admirar lo que a simple vista no se nota.
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