Son varios los informes que vaticinan que el crecimiento económico en América Latina en el 2015 será modesto; quizás el menor en los últimos cinco años.

Los gurús del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo coinciden en que factores externos globales, -como menores precios en materia prima por la desaceleración económica de China y el encarecimiento de financiamiento externo- incidirán negativamente, lo cual podría ampliar la brecha de pobreza e inequidad.

Estas dos últimas palabras -pobreza e inequidad-, están más vinculadas a la mujer que cualquier otro grupo, no solo en América Latina, sino también en el mundo. El rezago en la educación es más severo en la niña que en el niño; la carencia de servicios de salud es más evidente en la mujer anciana que en el hombre anciano; y el trabajo remunerado y acceso a financiamiento es menor en la mujer que en el hombre.

Si el augurio indica  que será un año difícil para nuestra región, entonces, más aún lo sería para las mujeres que son las que tienen el mayor desempleo, los menores salarios y en muchos países del hemisferio, pobre educación y retraso tecnológico.

Para combatir este pronóstico los organismos internacionales recomiendan implementar reformas que aseguren un crecimiento sostenido e incluyente a mediano y largo plazo enfocando hacia el aumento de la productividad, pero poco o nada se ha dicho en priorizar hacia la incorporación de la mujer en las fuentes de trabajo.

El gran desafío de los Gobiernos es la incorporación de esta colosal fuerza productiva para impulsar el desarrollo colectivo e inclusivo.

Son varios los estudios que evidencian las ventajas competitivas de la productividad de la mujer frente al hombre, algunas superiores a sus pares y otras complementarias.

La respuesta es hoy, más que nunca, las fuentes de crecimiento de orden interno deben incluir considerablemente  a la fuerza laboral femenina para enfrentar -con  tacón y paso firme- el reto de la pobreza.

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