¿Cómo funciona el amor en tiempos modernos? Las personas, especialmente los jóvenes, se esfuerzan por “no comprometerse” (sí, así entre comillas), esa es la regla.
Ligan, se gustan, salen, tienen sexo y ya. Puede existir un acuerdo tácito o verbal sobre el tipo de relación: amigos con derechos, puedo o no ver a otras personas o simplemente es algo ocasional.
La idea es “no nos enamoremos, eso es algo pasado de moda, disfrutemos, que la vida es corta”, y eso está bien, si a ambos les resulta, pero… ¿qué sucede cuando, con el pasar del tiempo: meses o años, uno de los dos en realidad empieza a sentir algo por el otro, o uno de los dos quiere más…, como más frecuencia, más atención, más sentimiento, más exclusividad o todas las anteriores?
Es ahí donde se nos jode la cosa, pues los tratados de libre relación se cuestionan y se vienen abajo y si uno de los dos no está de acuerdo, y para terminarla de hacer, está cómodo con lo que vive, entonces el resultado es que uno de los dos sufrirá a más no poder.
Sufrir por amor es algo espantoso, pues te toca el ego y la autoestima, haciéndolos añicos. No solo por que deseamos que nos correspondan, sino, y lo más importante, porque quisiéramos que las cosas fueran diferentes, como uno quisiera que fueran… y bueno, como dice el dicho: “Si uno no quiere, dos no pueden”.
Entonces, la pregunta que cabe es: ¿qué tanto han cambiado el amor y las relaciones entre las personas de ayer a hoy? Mi opinión personal es… en nada.
La verdad es que seguimos siendo seres humanos, queramos o no, con los mismos parámetros emocionales, las mismas necesidades afectivas y los mismos deseos de pertenencia que nos han perseguido por siglos, queramos o no.
El compromiso es parte inherente, pues nos gusta sentirnos queridos, deseados y que nos extrañen, por eso, cuando algo de eso falta nos sentimos disminuidos (por qué no le gusto lo suficiente, por qué no me busca con más frecuencia, por qué no responde el mensaje).
Lo cierto es que cuando nos encontremos en este tipo de encrucijada, deberíamos plantearnos tres opciones: ignorar el asunto y seguir como si nada, con el agravante de que cada vez sentiremos que algo nos falta, hablar de frente para llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos, replanteándonos la relación o dar por concluido el convenio que, obviamente no va en la dirección hacia donde nos gustaría que se dirigiera. De las tres, las más sanas son las dos últimas, a menos que la primera no te triture por dentro.
Así que el amor en el nuevo siglo sigue siendo igual de cursi que en siglos pasados y los seres humanos seguimos buscando satisfacer las mismas necesidades afectivas y emocionales generación tras generación.
Si al final, decidimos terminar el pacto de no compromiso, debemos tener presente que las opciones de vida son infinitas y como dice mi psicólogo favorito, Walter Riso, “duele, pero no mata”.