«Nosotras desde el feminismo no necesitamos a un hombre sentado entre nosotras afirmando que somos seres humanas con los mismos derechos que él. Disculpa amigo pero eso ya lo sabemos».
Desde los primeros discursos y escritos feministas, siempre hemos tenido claro que uno de los mayores estandartes de este es la libertad sexual de la mujer. No somos úteros andantes, ser madres es una decisión meramente de la mujer; la mujer es libre de tener sexo en la misma medida que el hombre, siempre que medie el deseo de las partes involucradas. No hablemos de simple consentimiento, que podría darse en una situación de poder, sino de deseo estrictamente, donde todas las personas involucradas en el acto sexual no solo están de acuerdo sino que desean mantener esa relación sexual.
Hace muchos años se hablaba de que la liberación sexual feminista era un cuento inventado por los hombres para tener sexo fácil con las mujeres. Esta afirmación demuestra que se sigue pensando que el sexo es un acto para disfrute del hombre, y una responsabilidad de las mujeres que estas nunca cumplen con agrado, sino que lo practican por una mera obligación moral.
No hace falta llevar a cabo extensos estudios científicos para demostrar que la mujer tiene la misma capacidad de goce para el acto sexual que un hombre, ni tampoco para entender que este goce se da siempre y cuando ella lo lleve a cabo por gusto, por deseo, y no por agradar a alguien más.
Pero aunque la liberación sexual es un logro puramente feminista, una reivindicación real nuestra que se ha alcanzado tras grandes luchas ideológicas y físicas que aún hoy siguen costándonos incluso la vida, también es una realidad preocupante ver cuántos hombres pretenden adueñarse de este discurso para someter a las mujeres a sus deseos.
Sí, suena contradictorio, pero estos hombres utilizan nuestro discurso de libertad sexual para que aceptemos tener sexo cuando ellos deseen y en las condiciones que ellos impongan. Pasamos entonces de un escenario promovido por hombres abiertamente machistas donde el No se nos impone como regla para valer como “mujeres respetables”, a un escenario en el que los llamados “aliados” nos imponen el Sí a las feministas como forma de demostrar que estamos desconstruidas, que no somos “mojigatas”.
Se debe entender que la actividad sexual de una mujer no define qué tan feminista es. El feminismo afirma que una mujer no debe reprimir su deseo sexual por miedo a lo que diga la sociedad, pero al mismo tiempo recuerda que decir No es un derecho nuestro, y que el sexo bajo cualquier tipo de presión, es una forma de violación.
Pero estos supuestos “aliados” jamás entenderán esta filosofía. Para ellos, acercarse al feminismo es una forma de conseguir sexo fácil. Se acercan a nuestros espacios con su discurso de igualdad, pero cuando solicitan sexo con alguna y esta responde que no está interesada entonces sueltan la historia de la mujer reprimida, incluso “frígida”, porque el patriarcado nos sigue dominando y no nos permite ser libres. Se derrumba inmediatamente todo su pensamiento de igualdad y entra en acción el mansplaining, esa costumbre de los hombres de explicarnos qué es y cómo vivir el feminismo. Quedamos condicionadas a decirle que sí al macho, para demostrar que no nos controla el macho.
Estos “desconstruidos” se sienten cómodos sentados en un espacio feminista hablando de la igualdad, de los derechos que tenemos y que la sociedad nos niega. Se les infla el pecho sintiéndose nuestros héroes, creyendo que merecen que les agradezcamos por apoyarnos. Pero estos hombres no se atreverían a dar su discurso feminista fuera de estos espacios. No se atreverían a frenar a su amigote el macho que le envía fotos íntimas de una mujer. No se atrevería a parar al tipo que acosa sexualmente a una mujer en la calle y explicarle con el mismo candor cuáles son los derechos de esta mujer.
No solo esto, sino que, de ser expuestos por conductas machistas que utilizan, pasan a usar lo que para ellos se convierte en su escudo de protección: “disculpen compañeras, el patriarcado me hizo así, no acoso porque sea malo, es un huésped en mí”. No, no es un huésped. Lo que se aprende se puede desaprender.
Cuando una mujer tiene actitudes machistas, le hablamos del error en el que cae, o le dejamos su espacio esperando que algún día descubra que su actitud la daña incluso a sí misma, no le decimos “seguí así, tenés derecho porque el machismo te controla”. El machismo no es un parásito cerebral que domina tus decisiones. El machismo es una actitud aprendida, se cambia leyendo, analizando, informándose. Cambiar esta actitud es posible, pero entendiendo que fui yo misma quien cometió errores e injusticias siendo machista. Y si mis acciones fueron más allá y llegaron a delitos, debo responder por esos delitos ante la justicia, pues dejar de ser machista no les hace justicia a nuestras víctimas.
Nosotras desde el feminismo no necesitamos a un hombre sentado entre nosotras afirmando que somos seres humanas con los mismos derechos que él. Disculpa amigo pero eso ya lo sabemos. Salí a un bar con tus amigos de toda la vida, y demostráles que las mujeres no son presas para que cacen los machos alfa. Hablále a tu amigo macho de que no tiene derecho a compartir en grupos de whatsapp fotos o videos íntimos de una mujer. Y sobre todo, entendé que la libertad de nosotras las mujeres está tanto en decir sí como en decir no. Entendé que, al igual que la etiqueta de “zorra” no se debe usar con las que dicen sí, la de “reprimida” no va con las que dicen no.