La historia de la humanidad –escrita por los hombres- ha pasado por alto, subestimado o ignorado el aporte de muchas mujeres en diversas áreas del saber.
Una de las olvidadas ha sido la griega Hipatia, (350 d.c), líder de la Escuela Neoplatónica de Alejandría, considerada la primera mujer matemática de la que se tiene conocimiento. Mejoró el diseño de los primitivos astrolabios (instrumentos para determinar las posiciones de las estrellas sobre la bóveda celeste) e inventó un densímetro.
La inglesa Margaret Ann Bulkley (siglo 17) asumió la identidad masculina para estudiar medicina y ser cirujano, convirtiéndose en la primera doctora de Gran Bretaña. Sirvió –como hombre- en la batalla de Waterloo, practicó una de las primeras cesáreas con éxito de la historia y mejoró la atención médica de los soldados.
En el siglo 19, la alemana Emmy Noether dejó un extraordinario legado en álgebra abstracta y la física fundamental, con el teorema que lleva su apellido, que sirvió para entender mejor la física.
Sofia Casanova, ya en el siglo 20, era una Periodista que enviaba crónicas desde el frente de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, además de reportear la labor de las sufragistas en diferentes partes del mundo.
Lise Meitner, fue una física catalogada como “madre de la energía nuclear”, que descubrió la fisión nuclear, pero fue su compañero, Otto Hahn, a quien se le otorgó el Nobel de Química en 1944. Igual suerte tuvo Rosalind Franklin, la destacada química recordada principalmente por la imagen del ADN obtenida mediante difracción de rayos x, que sirvió como fundamento para la hipótesis de la estructura doble helicoidal del ADN. Por este trabajo el Premio Nóbel en 1962 se lo concedieron a los dos hombres que trabajaron con ella.
Jocelyn Bell Burnell fue parte del equipo del astrofísico Tony Hewish en la detección de los cuásares, objetos astronómicos muy lejanos y tremendamente energéticos, ayudando a analizar datos proporcionados por el potente radiotelescopio que también había ayudado a construir, aportando al descubrimiento de las estrellas de neutrones que emitían radiaciones periódicas, a las que llamaron púlsares. Hewish recibió el Premio Nobel por este descubrimiento en 1974 junto a otro miembro del grupo, Martin Ryle, pero la contribución de Jocelyn Bell Burnell no fue reconocida.
Pero este olvido y subestimación del aporte de la mujer, o efecto Matilda (en honor a la sufragista neoyorkina Matilda J. Gage, que identificó y denunció la invisibilización de las mujeres y sus méritos en otros contextos), se da en todas áreas de acción humana.
Un buen ejemplo de ello es Manuela Sáenz Aizpuru, la peruana compañera sentimental de Simón Bolívar, denigrada, desechada y desterrada por sus pares, quien hasta mediados del siglo pasado ha comenzado a ser reivindicada como heroína y prócer en la gesta de la independencia en América Latina.
Sirva esta columna para visibilizar a estas grandes mujeres y hacer eco las palabras de la poeta griega Safo, -otra de las olvidadas por la historia- quien dijo “Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro”.
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