La historia de la humanidad está marcada por hitos memorables y también por momentos convulsos y caóticos. Las personas humanistas que visionaron para Costa Rica un desarrollo social equitativo, se formaron con una vocación rural y un trabajo arduo y tesonero como fruto del recorrido de muchos trillos, caminos y carreteras en procura de alfabetizar a su población.
Gracias a esto, logramos una de las tasas de alfabetización más altas en América Latina; lo anterior asociado por supuesto, con una formación centrada en hábitos para la vida, en valores y principios morales y en una visión de mundo mezclada con el costumbrismo costarricense.
Fue así como emprendimos la ruta para el desarrollo social con las maestras y los maestros formados en la Escuela Normal de Heredia, posteriormente, en la UCR, la UNA y la UNED. Asimismo, se creó un andamiaje de universidades, escuelas y colegios a lo largo y ancho del país que permitió que cada rincón de nuestra Patria tuviese una maestra y un maestro enseñando y por ende, muchísimas personas inspiradas e ilusionadas con una educación para la vida en familia, para el trabajo y para aportar los mejores valores a la sociedad.
Por otro lado, el Estado buscó salidas laterales a las personas que no podían continuar sus estudios formales, por eso se creó la formación para el trabajo que asumió con mística el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) y posteriormente, el auge de los colegios parauniversitarios con salidas laterales de técnicos y diplomados. Es decir, fuimos capaces de sentar las bases de la educación universal en dónde el principio básico era la “educación para todas y todos”. En un momento, tuvimos un Estado que pudo prever desde la formación docente hasta la apertura de la mayor cantidad de ofertas educativas para sus educandos.
Se debe destacar que se fortaleció un proceso de inversión social en educación, estableciendo la asignación de recursos como un derecho constitucional. Desde finales del siglo XIX y hasta aproximadamente, principios de los años 80 del siglo XX, el país destinó su mejor capital humano a la educación de su niñez y abrió oportunidades a sus jóvenes en la educación media y superior.
Ahora bien, con la crisis de los años 80 tuvimos una generación perdida en la educación costarricense y comenzamos una espiral de desaciertos que nos mantienen hoy en un callejón sin salida. Para Portillo, Pintor y Gómez (2012, p.4) en su artículo Prácticas educativas de éxito como estrategias de prevención del abandono escolar y el desarrollo del compromiso académico, estipulan que: “entre 1999 y 2009, el sistema educativo ha expulsado 35,765 alumnos por año en secundaria, lo que equivale a un estudiante cada ocho minutos”. Asimismo, en el documento elaborado por la UNICEF y MEP titulado Exclusión Educativa en el sistema público costarricense que analiza la deserción educativa multidimensional, se indica que:
Solo durante el año 2013 fue reportado un total de 46.082 estudiantes menos, considerando la matrícula inicial y el número de estudiantes que terminaron ese año lectivo. La mayoría de ellos, casi un 70%, provenía de la enseñanza media. Estos datos revelan que la exclusión educativa es un serio problema para el sistema escolar y para el país en general. (UNICEF y MEP, 2016, p.18)
Los datos anteriores son una muestra de la dimensión del problema. Lo anterior va aunado a la bajísima promoción que hay en secundaria y las dificultades de ingreso que tienen las personas a una universidad pública por los requisitos que existen y que han sido ampliamente sistematizados en los Informes del Estado de la Educación Costarricense, publicados por el Programa Estado de la Nación (CONARE). Cito como ejemplos, la cantidad de cupos disponibles de ingreso a las universidades (que van en directa proporción a la asignación de recursos y acciones relacionadas), la centralización de la oferta en el Valle Central, los pocos apoyos socioeconómicos destinados a las personas adultas jóvenes y adultas así como la poca disponibilidad de recursos de apoyo en equipo informático, acceso a internet e infraestructura educativa adecuada.
La perspectiva de la educación costarricense cambió a partir de los años 80 del siglo pasado influenciada por el fuerte impulso de la apertura comercial y la globalización de los mercados. Ese primer encuentro con la realidad internacional nos permitió desnudar un sistema que había excluido de sus aulas a una cantidad abrumadora de estudiantes pero que además, revelaba las falencias de los estándares de calidad y la pertinencia de nuestros programas que ya mostraban signos de desarticulación y bajísima atinencia. Por consiguiente, el uso de las nuevas tecnologías mostró otra realidad: la de una Costa Rica desigual, con una brecha enorme entre el estudiantado de zonas urbanas y rurales, entre las personas en pobreza y clase media baja con las de clase media alta y alta, algunas de las cuales vale la pena acotar, al día de hoy han casi desaparecido inclinando la balanza peligrosamente hacia el lado de la pobreza y la clase media baja. Es decir que el tiempo nos mostró otras realidades que habíamos mantenido ocultas y que ahora nos situaban en un callejón oscuro y sin salida. Se nos agrega a la lista de desaciertos una incapacidad para resolver un problema estructural como lo es la repartición de la riqueza y la apertura de oportunidades para todas las personas sin distingo de condición social. Estamos logrando ser tan igualiticos que en vez de dar y asignar a quienes más lo necesitan para permitir el ascenso social, les quitamos a quienes algo tienen con el fin de igualarnos, pero a la baja. Es decir que al parecer, hemos perdido la visión de mundo y el costumbrismo se nos ha venido a ras de suelo.
La pandemia por el COVID-19 nos vuelve a desnudar unas pocas décadas después. Se evidencia una Costa Rica desigual y excluyente que no ha logrado resolver los aspectos básicos de cobertura educativa, de articulación del sistema educativo y de calidad de los contenidos. Nos convertimos en una fábrica de deserción estudiantil, en un sistema incapaz de coordinarse y armonizarse en sí mismo para lograr trazabilidad, con un desfase entre lo requerido por el mercado laboral y lo que se oferta en los centros educativos superiores y de formación para el trabajo. Aunque el propósito de la educación no es en sí estrictamente la educación para el trabajo, sí estamos condenando a muchas personas a terminar carreras sin demanda laboral o personas que no dominan un segundo idioma; un requisito indispensable para insertarse en el mercado laboral con éxito.
Doscientos años después de nuestra Independencia y en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 2030), el país debe resolver muchos retos en nuestro sistema educativo de los cuales menciono algunos prioritarios:
- Establecer un sistema educativo verdaderamente abierto, inclusivo y equitativo en dónde nadie se quede atrás, en dónde la inclusión sea la gran prioridad para que todas las personas gocen del derecho a una educación gratuita y de calidad.
- Articular el sistema educativo para obtener mayor trazabilidad y seamos capaces de detectar quiénes, cómo y dónde están las personas excluidas de la educación formal.
- Coordinar un sistema capaz de priorizar estrategias efectivas entre las familias, la institucionalidad, la sociedad y las personas sujetas al derecho de la educación. Es decir, la capacidad de articular de forma contundente las medidas más urgentes para que se establezcan espacios de diálogo en los cuales, las personas educandas sean las beneficiarias de las acciones que se implementen.
- Establecer una revisión urgente de los apoyos educativos en materia de acceso al Internet en los centros educativos, en los hogares y en las terminales móviles del estudiantado. El acceso a Internet como un derecho humano para cerrar las brechas educativas y disminuir la desigualdad.
- Revisar la formación docente y los apoyos tanto pedagógicos como didácticos que se reciben desde la educación preescolar hasta la superior; lo anterior, haciendo hincapié en el acceso a las nuevas tecnologías, el dominio universal de al menos un segundo idioma y el compromiso con el desarrollo humano.
- Que cada persona docente establezca dentro de sus prioridades que ninguna persona estudiante se quede atrás en el sistema educativo; al mismo tiempo, que la persona docente, cuente verdaderamente con los recursos necesarios para lograrlo.
- Promover un pacto con las redes de apoyo comunal y social para apalancar la permanencia en el sistema educativo de la mayor cantidad de estudiantes, siendo esta una prioridad para la sociedad. No sólo las instituciones y organizaciones comprometidas con la educación deben velar por la cobertura, permanencia y calidad educativa; esto también debe ser un compromiso del Estado en su conjunto, con la sociedad. Es decir, hay una institucionalidad que acompaña, que facilita herramientas personalizadas en la alfabetización tecnológica, que contribuye con el acceso universal a internet, que ofrece acompañamiento educativo a quienes más lo necesitan, que puede establecer centros de seguimiento educativo comunales, entre muchas otras estrategias.
- Desarrollar e implementar una Red de la Educación que entronque todos los niveles educativos a nivel público y privado hacia el planteamiento y ejecución simplificado, innovador y flexible que permita la sostenibilidad del sistema y sobretodo, una acción real que vaya más allá de los informes y los datos y se destine a privilegiar los resultados y el impacto.
- Establecer una verdadera alianza entre la Educación y la Cultura, hombro a hombro, con la asignación y voluntad política suficiente para impulsar y promover una nueva visión de ciudadanía y de bienestar en un nuevo paradigma que permita un desarrollo de altura, anchura, identidad y sello propio.
Costa Rica está indiscutiblemente ante una enorme disyuntiva. Si bien es cierto, el sistema educativo ha gozado del privilegio de contar con los recursos necesarios para desarrollar una infraestructura a lo largo y ancho del país al tiempo de disponer de un cuerpo docente ya establecido para los niveles educativos desde preescolar hasta la superior, no se deben dejar de lado los grandes retos que se tienen por delante. Debe haber un punto de inflexión, un gran acuerdo nacional por y para la educación, para la inclusión, por la calidad y para que ninguna persona en su niñez y en su juventud, se quede sin una educación gratuita, pertinente y de calidad.
Los ODS 2030 son una excelente oportunidad para que el país establezca una ruta para el desarrollo que esté fuertemente cimentada en la educación. Más allá de que haya un OD que plantee la educación con calidad, la importancia de visionar y entender la educación no solo como objetivo sino como herramienta, medio y estrategia para el logro de prácticamente todos los otros ODS, es vital. En ese sentido, la educación debe ser una que permita al país reducir las brechas de la desigualdad, la pobreza y la precarización del desempleo. Ese sería el objetivo ulterior, el objetivo de objetivos hacia el logro de logros.
La educación costarricense debe brillar con luz propia e iluminar el camino de las nuevas generaciones. Debe ser una puerta amplia, dónde todas y todos quepan, dónde no haya discriminaciones, exclusiones o filtraciones, debe convertirse en una ruta en dónde las personas transiten hacia el desarrollo. Una mega-autopista al desarrollo, pero a uno con rostro humano, con mística por el aprendizaje y por la enseñanza, con amor por la Patria.
En la historia de la humanidad ha habido y habrá hitos memorables, pero se requiere cultivar los más altos valores éticos y morales para que la sociedad recupere el ímpetu de un desarrollo social centrado en la educación y ese, puede ser nuestro hito memorable en el Bicentenario de nuestra Independencia.
Para descansar, la eternidad. Por eso el esfuerzo y la energía deben estar ahora orientados a emerger del callejón sin salida y enfocarnos en la ruta por una educación de calidad con visión de futuro en donde nadie se quede atrás en nuestra Patria.