Una de las principales figuras del imperialismo británico fue, durante siete décadas, Elizabeth II, a quien correspondió reinar en el tiempo de debilitamiento de la potencia colonialista

Elizabeth Alexandra Mary se convirtió en la tercera mujer monarca del Reino Unido cuando su padre, el rey George VI, falleció, en 1952.

En más de 300 años de existencia, el reino ha tenido 13 monarcas, de los cuales apenas tres han sido mujeres: Anne, cuyo gobierno fue considerablemente breve (1707-1714); Victoria I, con el segundo más extenso (1837-1901); Elizabeth II (1952-2022), la jefa del más duradero.

Esos son los tres momentos de empoderamiento de género en el contexto esencialmente patriarcal de la monarquía británica, la que es encabezada, nuevamente, por un varón: Charles III.

George VI, cuyo reinado se extendió casi 16 años (diciembre de 1936-febrero de 1952), fue padre solamente dos hijas: Elizabeth (1926-2022) y Margaret (1930-2002).

De modo que a la primera le correspondió, a la edad de 26 años, asumir el compromiso de ejercer el puesto esencialmente decorativo que simboliza, aún en el siglo 21, una anacrónica concepción verticalista de poder -algo así como una dictadura autorizada-.

Y, en su condición de tercera matriarca británica, tuvo que observar, desde el trono real, el parcial -e inevitable- desmantelamiento del que fue uno de los principales poderes coloniales que dominaron al mundo.

De acuerdo con diversos análisis históricos, al final del siglo 19 y en el inicio del siglo 20, el imperio británico se extendía sobre casi 40 mil kilómetros cuadrados -alrededor de la quinta parte de la tierra firme planetaria-.

Cuando la joven reina asumió el poder, el 6 de febrero de 1952, el imperio británico tenía bajo su control a alrededor de un centenar de posesiones coloniales en África, América, Asia -incluidos territorios insulares-.

Llegado al trono real, su hijo mayor encontró, el 8 de setiembre de 2022, que la potencia imperialista -la histórica Britania soberana de los mares (“Britannia, rule the waves”)- había perdido casi la mitad de esas colonias -entre las más recientes, la caribeña Barbados, independizada en 2021-, manteniéndose como centro de la Comunidad de Naciones (Commonwealth of Nations), bloque integrado por una veintena de naciones.

Nunca visitó Israel

Durante su extenso período como jefa de Estado del Reino Unido y los territorios de ultramar, la longeva monarca recorrió más de un centenar de países, el más visitado: Canadá -integrante de la comunidad-, la recibió casi una treintena de veces.

Entre las naciones a las que no llegó fue a Israel, no obstante, las numerosas visitas que llevó a cabo a países de Oriente Medio. En la nota informativa que, sobre el fallecimiento de la monarca, publicó el 9 de setiembre, el periódico regional Middle East Eye (MEE) destacó esa omisión.

“Aunque visitó más de 120 países y viajó aproximadamente un millón de millas durante sus 70 años en el trono, no pasó desapercibido que la Reina Elizabeth II (…) nunca visitó Israel”, señaló, en el artículo que tituló “Reina Elizabeth II: por qué la monarca británica nunca visitó Israel?”.

“En efecto, ningún miembro de la familia real del Reino Unido visitó oficialmente el país, hasta 2018, cuando el Príncipe William, nieto de la reina, llegó para el 70 aniversario de la independencia de Israel, poniendo fin a lo que, a muchos, les pareció un boicot no oficial”, agregó MEE.

“Las razones dadas por el aparente desaire cubrieron desde temor a molestar a las ricas naciones del Golfo Árabe y perder posteriores acuerdos comerciales, hasta la violenta insurgencia de grupos sionistas armados, contra el mandato británico en Palestina, antes de la declaración de independencia de Israel, en 1948”, comentó.

El medio de comunicación hizo así alusión a la dominación colonial británica (1917-1948) sobre Palestina, y a la resistencia guerrillera local contra esa ocupación.

De acuerdo con versiones periodísticas de entonces, durante una visita que realizó, en 1984, a Jordania -país árabe limítrofe con Israel y Palestina-, al observar el paso de aviones caza israelíes, por el espacio aéreo palestino, la monarca británica comentó: “qué atemorizante”.

Según las mismas fuentes, la reina Nour -esposa del jordano rey Hussein-, respondió: “es terrible”.

Asimismo, de acuerdo con los relatos de medios de comunicación, al mirar un mapa de los ilegales asentamientos israelíes en la palestina Franja de Gaza, la monarca visitante comentó: “qué mapa tan deprimente”.

Sin embargo, la reina otorgó, el 20 de noviembre de 2008, al entonces presidente (2007-2014) israelí, Shimon Peres, la Orden del Imperio Británico (Order of the British Empire, OBE), y, con ello, el título de caballero honorario. Peres recibió, en 1994 -conjuntamente con el ex primer ministro israelí Yitzhak Rabin, y el ex líder guerrillero palestino Yasser Arafat-, el Premio Nobel de la Paz.

Relaciones con Argentina

A nivel latinoamericano, Argentina es uno de los países que la reina tampoco visitó. La explicación, en este caso, radica en la confrontación -que llegó a ser bélica, en 1982- entre el país monárquico europeo y la republica latinoamericana, en torno a las Islas Malvinas, posesión colonial británica en el Atlántico Sur, frente al extremo sur de la costa del país sudamericano -a casi ocho mil kilómetros de Londres, la capital del Reino Unido-. El imperio europeo sostiene que el archipiélago se inscribe en su soberanía, e insiste en denominarlo Falkland Islands.

La tensión británico-argentina tuvo un punto culminante en la confrontación bélica que los dos países protagonizaron, del 2 de abril al 14 de junio de 1982, en las islas.

El tercero de los cuatro hijos de la reina, el príncipe Andrew -entonces de 22 años-, sirvió, en la Marina Real (Royal Navy) británica, en el marco de ese choque armado binacional.

La superioridad militar del ejército invasor determinó la derrota de las fuerzas armadas de Argentina, y, un año después, la consecuente caída de la sanguinaria dictadura militar (1976-1983), a causa de la deficiente gestión encabezada por el general Leopoldo Galtieri, quien gobernó en 1981-1982.

En una de las escasas declaraciones que formuló, en 2007, respecto a ese conflicto, al cumplirse 25 años de la confrontación, la reina fue citada en versiones periodísticas como habiendo afirmado que “las fuerzas británicas actuaron, en la guerra del Atlántico Sur, a favor de la democracia y la libertad”.

El imperio británico alude, así, al conflicto que, en argentina y en el resto de América Latina, se conoce como la Guerra de las Malvinas.

Ahora, una década y media después, al conocerse la información sobre el fallecimiento de la monarca, el Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas (Cecim) de la oriental ciudad argentina de La Plata, formuló un severo rechazo a la reina, y a lo que definió como “la ocupación neocolonial militar” que el Reino Unido mantiene en las islas.

“Ante la muerte de Isabel Alejandra María Windsor, Reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, la cara de la monarquía a nivel mundial, que detentó el trono durante 70 años, anteponemos que encarnó el sufrimiento de los pueblos sojuzgados bajo el dominio colonial y económico durante todo su reinado, un sistema arcaico como lo es la monarquía británica”, expresó el Cecim, en un comunicado.

La reina mantuvo una cercana relación con las Fuerzas Armadas Británicas (British Armed Forces) -también conocidas como las Fuerzas Armadas de Su Majestad (His Majesty’s Armed Forces)-.

Ese vínculo comenzó en febrero de 1945, cuando se incorporó al Servicio Territorial auxiliar (Auxiliary Territoeial Service, ATS), creado durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

En el ATS -que operó desde 1938 hasta 1949-, la entonces princesa se entrenó como conductora y mecánica de vehículos, habiendo recibido el rango honorario de comandante junior (junior commander), que era, entonces, el equivalente femenino al grado de capitán.

La joven de 19 años se convirtió, así, en la primera mujer de la familia real británica quien ingresó al servicio militar. Siete años después, al convertirse en reina, pasó a ser la jefa de las fuerzas armadas.

Como tal, en un mensaje que dirigió, en 2009, a los soldados, les aseguró que “donde sea que estén movilizados, en el mundo, tienen que sentir la seguridad de que yo y la nación entera sentimos profundo agradecimiento por el papel que ustedes desempeñan en ayudar a mantener la paz alrededor del globo”.

Y, tres años después, durante una revisión de tropas, expresó -en alusión al ejército, a la fuerza aérea, y a la marina- que “es una tradición de larga data que la Soberana y miembros de la Familia Real estén íntimamente asociados con las Fuerzas Armadas, y han sentido orgullo al servir en las tres armas”.

Duelo y rituales

El fallecimiento de la reina se preanunció la mañana del 8 de setiembre, cuando el Palacio de Buckingham -la capitalina sede de la monarquía británica- informó, mediante un comunicado, que un equipo médico estaba monitoreando a la monarca.

Horas después, el palacio difundió el texto que tituló “Una declaración de Su Majestad el Rey en el momento de la muerte de la Reina”.

“La muerte de mi amada Madre, Su Majestad La Reina, es un momento de la mayor tristeza para mí y todos los miembros de mi familia”, expresó, en el primero de los tres breves párrafos del documento.

“Durante este período de duelo y cambio, mi familia y yo seremos consolados y apoyados por nuestro conocimiento del respeto y el profundo afecto que tan ampliamente se tenía por la Reina”, planteó.

Ese período está caracterizado por un considerablemente complejo y extenso protocolo, consistente en dos burocráticos componentes, y que cubre 10 días.

Se trata de los procedimientos respectivamente denominados “Operación Puente de Londres” (“Operation London Bridge”) y “Operación Unicornio” (Operation Unicorn”).

El primer procedimiento implica, entre otros rituales, el traslado del féretro, desde el Castillo Balmoral, en Escocia -donde murió la monarca-, hasta Londres, para su sepultura, en el Castillo de Windsor -la residencia de la realeza británica-, junto a su esposo, el príncipe Philip, fallecido en abril de 2021, a la edad de 96 años.

Uno de los momentos centrales del largo trámite, fue la proclamación del nuevo rey, quien, inició, a continuación, una gira nacional, de varios días, para recibir condolencias.

El segundo protocolo se refiere a los actos iniciales, programados para llevarse a cabo en Escocia.

Entretanto, en las afueras del londinense Castillo Windsor -frente al Portón Cambridge-, miles de personas han llegado a colocar flores, en tributo a su ícono: la reina.

Esas expresiones de dolor, coincidieron con lo expresado, en un breve mensaje, por el nuevo rey: “sé que su pérdida será profundamente sentida en todo el país, el Reino y la Comunidad, y por incontables personas en el mundo”.

Pareciera que, Charles III -o quien le haya redactado el pronunciamiento- no tuvo en cuenta que la percepción popular respecto a la reina, y al sistema, no es uniforme, como tampoco es únicamente favorable.

Su antecesora fue -y sigue siendo- percibida, por buena parte del pueblo británico -de inclaudicable convicción monárquica-, como una gobernante amable, sonriente, sensible, culta, extremadamente cuidadosa de la treintena de perros de raza corgi que fueron sus mascotas -y, en los años más recientes, como una abuela buena-.

Pero tal idealización -de esta portadora de la corona, y de sus antecesores- no es coincidente con la de los pueblos largamente colonizados por la monarquía británica, ahora independientes, en cuya imborrable memoria histórica se destaca el poderoso referente de la brutalidad implícita en la dominación colonial.