Dos mujeres trabajaron para hacer posible el Tratado de Qadesh, también conocido como el ‘tratado de paz egipcio-hitita’, el acuerdo de paz más antiguo conservado hasta la fecha.
Era aproximadamente el año 1274 a.C., una legendaria batalla se desencadenaba, dos bandos disputando la estratégica porción de tierra de Qadesh, en la actual Siria. Por un lado estaba el faraón, Ramsés II o Ramsés el Grande, uno de los reyes egipcios más recordados de la historia, y por el otro, Muwatalli II, rey del Imperio Hitita (en la actual Turquía), civilización cuyos restos no fueron tan bien tratados por el tiempo. El resultado final de la batalla: ambos claman la victoria. Esta demostración de orgullo e incertidumbre dará lugar a mas disputas en los siguientes años; cada imperio queriendo imponerse ante un mundo aún muy joven.
Transportándonos un momento a nuestra era, en una pared de la sede en New York de la Organización de Naciones Unidas se puede apreciar la copia de uno de los primeros tratados de paz de la historia. Se trata del Tratado de Qadesh, también conocido como el ‘tratado de paz perpetua egipcio-hitita’, prueba de que la alianza y la colaboración son mejor estrategia para el desarrollo humano que la lucha interminable; pero este no se creó hasta aproximadamente 16 años después de la batalla que lleva su nombre.
Entonces, ¿qué inspiró al tratado de paz más antiguo conservado hasta la fecha?
Tratado de Qadesh; en el Museo Arqueológico de Estambul
¿Habrá sido una obra más de Ramsés el Grande?, el faraón que no alcanzó la fama precisamente por aceptar las exigencias de sus enemigos, sino por llevar a “Las Dos Tierras” al esplendor del mundo antiguo, hechos inmortalizados en los templos y en las rocas con gran cantidad de estatuas hechas a su imagen, la de sus seres queridos y a sus logros.
¿Habrá sido gracias al emperador hitita del momento, Hattusili III?, heredero del trono de una nación cuya fuente principal de riqueza era la guerra, y que en caso de permitirse someter a las demandas de su adversario, le hubiese salido caro a riesgo de parecer débil ante su población, pues las disputas por el trono que dejó vacante su hermano Muwatalli estaban todavía frescas.
No hay duda de que ambas partes deseaban la paz, pero eran tiempos conflictivos y tal vez el incentivo para el innovador acuerdo llegó de otro lado.
Ha quedado documentado que las reinas y esposas de los anteriores personajes mantenían una comunicación por correspondencia de índole fraternal y diplomático, tanto antes como después de la firma del famoso tratado. Hay que recordar que, en contraste con las culturas emergentes del oeste, en el antiguo Egipto la mujer –y Nefertari la esposa de Ramsés no sería la excepción– desempeñaba cargos importantes, no solo en ámbitos privados sino también públicos. Mientras en Grecia, en aquellas épocas de Micénicos y Aqueos Homéricos, la mujer era poco más que un objeto de cambio o un trofeo, en Egipto la reina jugaba un papel de equilibrio acorde al concepto de Orden Divino de su religión; de hecho, el codiciado imperio fue gobernado por mujeres en varias ocasiones, destacando la faraón Hatshepsut. Por otro lado, también nos han llegado testimonios de que Puduhepa, sacerdotisa y después reina hitita, participó en las resoluciones y decisiones del reino hasta el punto de ser representada junto a su esposo Hattusili como iguales.
Pintura en una tumba de Deir el-Medina, representando a una pareja en labores de cosecha.
Volviendo a nuestro tratado, a pesar que no se han conservado muchas de las cartas que mantuvo la sabia Puduhepa, reina de Hatti, con la bella Nefertari, reina de Egipto, y con su esposo el faraón, son referidas en distintas ocasiones como precursoras o mediadoras del tratado de paz que duró hasta la desintegración del imperio Hitita.
Entre los fragmentos que mejor se conservan está el siguiente, ubicado actualmente en el Museo de Civilizaciones de Anatolia, en Ankara, Turquía.
La gran Reina Naptera [Nefertari] de la tierra de Egipto habla así: Hablo a mi hermana, Puduhepa, la Gran Reina de la tierra de Hatti. Yo, tu hermana, espero que estés bien. Que tu país esté bien. Ahora, yo he sabido que tú, mi hermana, me has escrito preguntándome acerca de mi salud. Me has escrito debido a la amistad y relaciones fraternales entre tu hermano, el rey de Egipto, el Grande, y el Dios de la Tormenta que quiera la paz y mantenga la paz y relaciones fraternales entre el rey de Egipto, el Gran Rey y su hermano, el rey de Hatti, el Gran Rey, para siempre…
Mira, te he enviado un regalo, para que sea de tu agrado, hermana mía… Para tu cuello, un collar de oro puro, compuesto de 12 bandas y un peso de 88 siclos, lino teñido de maklalul para un vestido real para el rey… un total de 12 piezas de lino…
Tal vez no sepamos con precisión qué tanto fue trascendental la correspondencia entre las reinas para el desarrollo exitoso del antiguo tratado, pero no es difícil darnos una idea de lo poderoso que puede llegar a ser –y más en tiempos de guerra– la intervención femenina en asuntos políticos.