Trabajando para la Revista Petra una nota acerca de las 10 mujeres más influyentes de Costa Rica durante el 2016, intenté buscar el segundo apellido de Sandra Cauffman, -la ingeniera eléctrica y física que estuvo al frente del proyecto MAVEN que envió una sonda a Marte-, completamente convencida de que la periodista que trabajó el proceso de compilación de información de las candidatas omitió por error el mismo.

Para mi sorpresa, los apellidos de la prestigiosa ingeniera costarricense que ocupa en este “ranking” de influenciadoras el 5to lugar, son Alba Rojas, y el Cauffman proviene de su esposo estadounidense, situación que me motiva a aclarar el origen del uso del apellido del esposo en sustitución del de soltera, proveniente del padre y la madre.

Coinciden algunos sociólogos en que la raíz de la utilización del apellido del marido responde a una señal del estatus de casada, que implicaba la indisponibilidad de la mujer para el sexo opuesto. También es un hecho que encierra un sentido de pertenencia hacia alguien presuntamente superior por el cual se está dispuesta a perder la identidad personal por beneficios superiores como la manutención, protección y representación.

Esta tradición llega a América desde Inglaterra, en donde históricamente al casarse una mujer, esta asumía el apellido de la familia de su nuevo esposo, eliminando el original, heredado de su padre. La práctica se instituyó en ex colonias de Inglaterra como  Australia, Nueva Zelanda, Gibraltar, las Islas Malvinas, Irlanda, India, las provincias de habla inglesa en Canadá y en los Estados Unidos.  Sin embargo, cada vez es mayor la tendencia de la mujer en utilizar el apellido de soltera, anteponiéndolo al del marido, como lo hizo la ex candidata a Presidenta de los Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton.

En el caso de América Latina, por la influencia de España, algunas mujeres todavía utilizan el prefijo “de” seguido del apellido de su esposo (María Pérez de Gutiérrez) como una forma de aceptar la conformación de pertenencia a una unidad familiar identificada bajo la figura patriarcal.

En países como Italia, Francia, España, Dinamarca y Uruguay, la práctica de sustituir el apellido de soltera por el de casada es obsoleta y los hijos pueden llevar el apellido de su madre, en vez de recibir directamente el del padre cuando sus progenitores estén casados. Esto se ha logrado debido a las reformas de derecho de familia que empezaron a promover la igualdad de género en las últimas dos décadas, y que han promovido el uso de los dos apellidos bajo acuerdo mutuo de los padres.

La ley de 1993 en Alemania determinó que los padres eligieran  un sólo apellido para sus hijos, ya que no se permiten los apellidos dobles.

Los padres en Suecia deciden el orden de los apellidos, pero si no hay acuerdo se registra al niño con el de su madre.

En oposición a lo que la mayoría cree que ocurre en los países de lengua árabe y musulmanes, las mujeres mantienen desde su nacimiento sus nombres familiares y no los cambia  por los de la familia de su esposo, con la excepción del sur de Asia, que sí adoptan el de su marido.

Queda claro que es la mujer quien dispone o no del uso del apellido de su esposo, sin que la tradición se convierta en obligación, ni en señal del estatus de casada bajo las leyes del Estado o de la Iglesia

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