En el contexto de violencia general y de machismo, ambos fenómenos endémicos en Honduras, las mujeres corren un permanente peligro: precisamente, ser mujeres.

La situación se refleja en incidentes que van desde femicidios –cuyo número va en aumento- hasta permanente acoso, de características primarias, en espacios públicos –desde calles hasta autobuses- donde la agresividad por razón de género presenta niveles de vulgaridad e irrespeto difíciles de imaginar si no se los ha presenciado.

En tal contexto, el fenómeno es de tal magnitud que las afirmaciones sexistas de alto irrespeto llegan a expresarse indirectamente, por ejemplo, cuando una mujer camina, por alguna calle, junto con un hombre.

En estos casos, las afirmaciones insultantes van dirigidas al varón, pero son alusivas a la acompañante.

El estatal Instituto Nacional de la Mujer (Inam), señala logros en materia de combate a la violencia de género, pero la realidad cotidiana indica lo contrario.

De acuerdo con el más reciente informe de la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer (ONU Mujeres), durante el período 2005-2014, los casos de muerte violenta de mujeres en Honduras se dispararon más de 200%.

Mientras el número de esos crímenes saltó de 175 en 2005 a 531 en 2014, los años de ese período con el mayor número fueron 2012 (606), y 2013 (636), señaló la agencia especializada de la organización mundial, que citó números del Observatorio de la Violencia, entidad de la estatal Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Unah).

“Esto significa que el problema creció en un 263%” desde el primer año hasta el penúltimo del período estudiado, aseguró ONU Mujeres, en el cuarto de los ocho capítulos contenidos en el informe de 116 páginas titulado “Violencia y Seguridad Ciudadana: una Mirada desde la Perspectiva de Género”.

La agencia precisó, además, que el grupo etario en 53% de esos crímenes fue el de 15 a 34 años, mientras que en 10% de los casos se trató de niñas y adolescentes de menos de 14 años así como de mujeres mayores de 60.

Dentro del primer grupo, las mujeres de 20 a 29 años constituyeron el sector más críticamente vulnerable, de acuerdo con lo indicado por ONU Mujeres.

Citada en el documento, la relatora especial de las Naciones Unidas sobre Violencia contra las Mujeres, Rashida Manjoo, aseguró, al finalizar una visita de trabajo a Honduras, en junio del año pasado, que, en esa nación centroamericana, “la violencia contra las mujeres está propagada, es sistemática, y su impacto se manifiesta de numerosas formas en las mujeres y las niñas”.

“El clima del temor tanto en las esferas públicas como privada, y la falta de rendición de cuentas por violaciones de derechos humanos de mujeres son más bien la regla y no la excepción”, advirtió, entonces, la experta.

Sin embargo, en su sitio en Internet, en un texto sin fecha, el Inam presenta un panorama de logros, lo mismo que de desafíos, que, en ambos casos, dista considerablemente de la denunciada realidad cotidiana de las mujeres en Honduras.

Entre lo que define como sus principales logros, la entidad señala medidas tales como “fortalecimiento de alianzas interinstitucionales con el sector justicia”, “realización de investigaciones especializadas sobre violencia contra las mujeres”, “implementación de procesos de capacitación, sensibilización en género y Derechos Humanos de las mujeres a operadores de justicia, policías, militares y redes de mujeres contra la violencia”.

Asimismo, “incorporación del enfoque de igualdad y equidad de género en los diferentes comités y mesas interinstitucionales sobre violencia de género”, “fortalecimiento de las capacidades locales en la aplicación de la Ley Contra la Violencia Doméstica”, “fortalecimiento institucional al Ministerio Público y la Secretaría de Seguridad a través de instrumentos y normativas para la correcta aplicación de la Ley contra la Violencia Doméstica”.

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Desafíos a enfrentar

En el rubro de desafíos, el instituto enumera, también entre los principales, la “creación de un sistema de registro de sentencias que permita identificar los tipos de violencia contra la mujer y los niveles de impunidad que existen actualmente en Honduras”.

En la misma línea, la “creación de sistemas de registro y producción sistemática de estadísticas que incluyan los diferentes tipos de violencia contra la mujer en todo el país”, la “implementación de una estrategia comunicacional para la ejecución de campañas periódicas de prevención de violencia contra la mujer”.

Las mujeres quienes cotidianamente transitan por calles y avenidas hondureñas, y usan servicios de transporte público de pasajeros como los ofrecidos mediante autobuses y taxis colectivos –automóviles, con recorrido fijo y tarifa proporcional, cuya capacidad máxima es de cuatro pasajeros por viaje-, conocen, por experiencia personal, la magnitud del problema.

Para abordar detalladamente este aspecto del problema endémico hondureño, el no gubernamental Centro de Derechos de Mujeres (CDM), produjo, en 2011, el estudio adecuadamente titulado “Violencia contra las mujeres y misoginia: una relación indisoluble. Un estudio sobre la misoginia en los espacios físicos públicos”.

Al inicio del texto de tres capítulos, la entidad hondureña indicó que, “aunque la violencia más conocida y más estudiada es la violencia doméstica y la intrafamiliar, cada vez cobra más importancia la violencia que se da en los espacios públicos (…) que restringe el desarrollo pleno de las mujeres, su movilidad y autonomía”.

Y puntualizó que “son consideradas como violencia contra las mujeres en espacios públicos las agresiones que se dan en lugares como la calle, el transporte público, mercados, parques, estadios, lugares donde se practica deporte, bares, discotecas, escuelas, colegios y espacios laborales”.

“Los tipos de agresiones van desde discriminación por razones de género u orientación sexual, acoso y hostigamiento sexual en sus diferentes grados, violencia verbal, miradas lascivas, tocamientos, uso de imágenes o frases discriminatorias, hasta la violencia sexual”, precisó, además.

El CDM señaló que, a la inseguridad que causan la violencia delictiva común, la generada por el cromen organizado –en particular el narcotráfico-, y la de índole política –desencadenada por el cruento golpe de Estado de 2009, y vigente desde entonces-, se suman las agresiones de género en espacios públicos, produciendo, en las mujeres, una permanente sensación de inseguridad, de ser blanco de peligro latente.

Testimonios incluidos en el texto muestran vívidamente la realidad de hostigamiento, de cosificación, a la que se enfrentan las mujeres en esa nación centroamericana.

Una de las manifestaciones del acoso en espacios públicos consiste en “piropear” a mujeres, algo que la mayoría de jóvenes entrevistadas por el CDM definió como una forma de agresión.

Una de las encuestadas señaló que “a veces te dicen cosas bien feas, a mí me dan hasta ganas de llorar, cuando me dicen ‘que rico para meterte ésta’ y cosas así. Cuando me dicen ‘que grandota, que rico esos meloncitos’, esas cosas son horribles”.

Otras participantes en el sondeo relataron similares expresiones de vulgaridad de las que han sido objeto -“mami, te la quiero chupar toda”, “que ricas esas tetas”, “que cuca (vagina) tan rica se te ve”, “que rico eso que llevas allí”-.

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Vivencias de un periodista

La actitud denigratoria verbal hacia las mujeres llega, en algunos casos, a ser indirecta, al incluir expresiones dirigidas por hombres, a otros hombres, aunque en alusión a mujeres

A nivel personal, evidencié algunas situaciones de esa índole, en calles del centro de Tegucigalpa, la capital nacional.

En un caso, transportándose en un automóvil, a velocidad considerable, un hombre se asomó por la ventana del vehículo –casi causando un accidente- y, usando una soez expresión popular que significa “tener sexo”, gritó, a otro hombre quien caminaba con una mujer: “¡tópela!”.

Otra vez, en situación similar, un hombre gritó, dirigiéndose a otro, quien caminaba junto a una mujer afrodescendiente: “¿¡ahá, hijueputa. Con que te gustan las negras?!”.

Sumado al verbal, el hostigamiento físico, lo mismo callejero que en medios de transporte, constituye un componente de mayor riesgo para las víctimas, ya que implica agresión sexual directa.

Al explicar su experiencia en estos casos, una mujer indicó que, “en los buses los hombres aprovechan para tocar y acercarle ‘la parte’ a la mujer, aunque el bus vaya vacío. Si la mujer va sentada le andan pegando los genitales en el hombro, ellos se recuestan, la morbosean y todo eso. Y eso en verdad incomoda”.

“Yo en los buses no me quedo callada, pero he visto muchas mujeres que dicen, «mire, ya no aguanto a este hombre, mire como me lleva de apretada, pero no me atrevo a decirle nada”, agregó.

Otra víctima relató que, “a mí varias veces me ha pasado en los buses que me exprimen los senos. Dan ganas de agarrarlos del pescuezo, pero ¿qué vamos a hacer?”.

“Hace como siete años le pasó a una prima mía en un bus que un hombre terminó encima de ella. Esas son cosas horribles. Yo la vi bajarse del bus con el trasero todo blanco, andaba toda chorreada de semen”, narró, además.

En otro caso, una de las entrevistadas dijo que “una vez venía yo en el bus con un jean y una camisa escotada, y un hombre hasta acabó encima de mí, toda me manchó. Fue un escándalo porque yo no me dejé. La violencia en lo público es un problema grandísimo, porque hasta quieren violarla a uno”.

 

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