Marilyn Batista, con su estilo agridulce, a veces pícaro, a veces irónico, denuncia lo que la mayoría de las personas, en una sociedad que pretende mostrarse como ideal y pulcra, prefiere ignorar o callar.
Es curioso que haya sido asignado –por así decirlo– para escribir la crítica de un libro. Detesto las “críticas literarias”; palabras de unos sobre la obra de otros, comentarios normalmente lambiscones o rebuscados (y que en la mayoría de los casos lo menos que hacen es hablar del libro). Pues bien, en vista de estar inmerso en tal misión no me queda más que llevarla a cabo de la mejor manera posible.
Entre las páginas de Sangre de Toro se lleva a cabo una danza milenaria, esa que sobre el triste escenario llamado mundo no han dejado de hacer los necios Eros y Tánatos. En efecto, en los cuentos de Marilyn congenian las distintas entidades de tragedia-muerte junto a las de amor-comedia, sin perder de vista el factor denuncia que, de estar ausente, los relatos sólo fungirían para evidenciar el absurdo de la vida humana. Marilyn Batista, con su estilo agridulce, a veces pícaro, a veces irónico, denuncia lo que la mayoría de personas en una sociedad que pretende mostrarse como ideal y pulcra, prefiere ignorar o callar; las penurias que tiene que soportar día tras día el ser femenino, que aun contra toda corriente se empeña en salir adelante. Por ello aquí notarán que la violencia tira y tiende de la ternura una y otra vez, a veces no llegando a diferenciarse la una de la otra.
La violencia de género es un tema del que quizá se ha hablado más en los últimos años que en todos los siglos anteriores, sin embargo, todavía continúa siendo censurado, opacado y hasta justificado bajo la forma de una máscara social que intenta cubrir a gran cantidad de seres humanos que a lo que más le temen en esta Tierra es a una mujer al mando de su propia vida. En estas páginas las ofensas cometidas contra la mujer no deben ser consideradas ficción. Desde la violencia que se genera a partir de los celos, que a veces ocurre de manera tan rápida y arrebatadora como el pasito de una canción de antaño; hasta las agresiones de las que se habla todavía menos, las cuales muchos insisten en llamar “un pequeño accidente”. Aun así algunos de nosotros, tanto los conscientes del problema como los que fingen seguir dormidos, osamos en juzgar a tantas mujeres víctimas de sus circunstancias, muchas de las cuales terminan creyendo que lograrán el cese de su infierno diario arrojándose, por ejemplo, desde el balcón de un sétimo piso.
De igual manera, no se extrañe si encuentra también en estas páginas temas que absurdamente aún son tabúes, como la sexualidad en los adultos mayores (y menores); las sonrisas silenciosas de aquellas que plantan hortensias en la isla de Lesbos; la ingenuidad de los niños que viven en un mundo no hecho para ellos; o el milenario comercio de la carne, el cual en muchos casos muta en negocio de sangre (de toro).
Marilyn Batista Márquez se ha desempeñado como vocera del feminismo, o para ser más claro, de su versión, sabiendo que la igualdad se debe llevar a cabo con el hombre como aliado y no como el enemigo a vencer. No obstante, eso no la ha restringido para arremeter contra nuestras debilidades: el temor a la soledad, el miedo a ceder poder o el pavor hacia la mujer sin cadenas. Por ello, usted también podrá identificar en estos cuentos a la bruja, la harpía, a la puta, que al fin y al cabo, ¿no vienen siendo sustitutos infantiles de la palabra “libre”? La sociedad siempre ha sido hostil con la libertad, y cuando de mujeres se trata se podría decir que ni siquiera la han rozado.
El camino que falta por recorrer para lograr la igualdad es largo y turbio, las barreras abundan. Si bien hay muros que poco a poco se han debilitado, de la misma manera nuevos están siendo levantados, tristemente muchos por mano femenina. Todas y todos debemos olvidarnos de los pequeños aspectos en los que no coincidimos, las ramas del árbol. Nuestra concentración debería estar enfocada en erradicar la raíz del problema, y si aún no se tiene certeza de cuál es, pues entonces hay aún mucho trabajo por hacer. Desde mi humilde opinión –y hasta parecerá una obviedad– no se necesitan incontables grupos feministas segregados y hostiles entre sí, sino sólo uno, tan grande y resistente que pueda sacudir los cimientos del patriarcado.
Me dispongo a concluir esta reacción, no sin antes agregar que tengo la certeza de que, después de haber leído los cuentos de Marilyn, muchos y muchas lo pensarán más de dos veces antes de volver a emitir un juicio contra una madre soltera de quien desconocemos los motores de sus respiros; o dudaremos al condenar a una mujer declarando que su posición profesional se debe a cuestiones ajenas a sus capacidades y cuyo tal vez único pecado sea el de amar. Pero de la misma manera, les aseguro que a muchas de ustedes les entrarán ganas de asistir a una boda y hasta querrán ser las damas de honor; inclusive podrán disfrutar de un funeral o evocar sensaciones que creían muertas tan sólo recordando algún color como el fucsia. Y por supuesto, estoy seguro de que al final muchas tendrán la certeza de que irán al infierno.