La condición de género y el estatus irregular se combinan para hacer que las niñas migrantes del Triángulo Norte de Centroamérica -El Salvador, Guatemala, Honduras- sean doblemente vulnerables, de acuerdo con la evaluación de la experta internacional en derechos de infancia, Michela Ranieri.
Salir de sus comunidades de origen significa huir de la pobreza y la violencia que las rodea, aunque frecuentemente, en la ruta hacia su liberación -cuya meta es, principalmente, Estados Unidos-, enfrentan situaciones similares, indicó Ranieri, analista jurídica de esos derechos en la organización británica Save the Children (Salvar a los Niños), entidad de cobertura mundial.
Esos casos son, en general, poco difundidos, señaló la experta, en un artículo de opinión alusivo al Día Internacional de la Niña -que se conmemora anualmente el 11 de octubre-.
“Un día para alzar la voz sobre las violaciones de derechos y la desigualdad que sufren las niñas en todo el mundo. Un día en el que denunciamos las cifras alarmantes de matrimonio forzoso de niñas, los embarazos adolescentes, y cómo las niñas son las primeras en quedarse fuera del sistema educativo en situaciones de crisis”, escribió.
“Pero este 11 de octubre, Día de la Niña, no podemos olvidar tampoco a las niñas migrantes y refugiadas que, por todas las razones antes mencionadas y huyendo de la pobreza y la violencia, dejan sus comunidades y sus países para buscar una vida mejor en otro lugar”, planteó, a continuación.
“Es el caso de miles de niñas originarias de los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica (…) azotados por la violencia y la desigualdad”, precisó, en el artículo que tituló “Las múltiples caras de la violencia si eres niña y migrante en Centroamérica”.
“De allí proceden la mayoría de las personas que forman parte de las caravanas de migrantes que cruzan la frontera de México y atraviesan el país esquivando una miríada de peligros en el intento de llegar a Estados Unidos”, indicó, en el texto publicado por la agencia informativa Europa Press.
Ranieri aludió así a los desplazamientos, por tierra, de miles de personas oriundas de esos países, quienes tras cubrir una distancia promedio de algo más de cuatro mil kilómetros, procuran llegar a territorio estadounidense, en procura de las oportunidades que sus respectivos países de origen les niegan.
Sin embargo, la búsqueda del “sueño americano” se ve brutalmente frustrada cuando, al cruzar la frontera terrestre norte mexicana -que se extiende 3155 kilómetros- con Estados Unidos, chocan con la xenofóbica y racista política antinmigrante del actual presidente estadounidense, el derechista Donald Trump.
Una vez en territorio de Estados Unidos, los migrantes son detenidos, los niños son arrancados a sus familias y -junto con los que viajan solos- son encerrados en jaulas, frecuentemente, en instalaciones militares.
Las críticas condiciones de insalubridad que caracteriza a esos lugares se han agudizado a causa de la pandemia mundial del nuevo coronavirus -que golpea con particular fuerza a Estados Unidos-, de acuerdo con denuncias periodísticas recientes.
Pero “el miedo a las amenazas de las maras, el hambre y la desesperanza son más fuertes que el miedo a contraer la enfermedad”, señaló la experta de Save the Children.
La autora aludió así a las “maras”, las crueles pandillas juveniles, cuyo surgimiento data de la década de 1970, convertidas -en los tres países- en actuales estructuras de crimen organizado.
Esos grupos delictivos contribuyen notablemente a que el Triángulo sea considerado como una de las regiones más violentas a nivel mundial.
“Entre las miles de personas que intentan llegar a Estados Unidos con la esperanza de reunirse con algún familiar o sentar las bases de una nueva vida lejos de la violencia y la pobreza, están las niñas”, quienes, “muy pequeñas o adolescentes, viajan a menudo solas y otras veces con familiares o conocidos”, agregó.
Ranieri denunció que, “a pesar de ser doblemente vulnerables, por su condición de migrantes y por ser niñas, apenas se habla de ellas”.
También señaló que, en la huida desde sus países, la menores se enfrentan, durante el extenso recorrido, a situaciones iguales a aquellas de las que procuran, desesperadamente, alejarse.
“Las niñas salen de sus países a menudo de manera precipitada, huyendo de una amenaza inmediata para su vida o la de sus familiares”, pero “no se imaginan que en el viaje se van a enfrentar a los mismos riesgos de los que están huyendo”, escribió.
“La violencia sexual y la explotación son amenazas constantes para las niñas en tránsito: según Amnistía Internacional, 6 de cada 10 mujeres y niñas serán víctimas de agresiones sexuales durante su viaje”, puntualizó.
“Ante esta realidad, algunas de ellas toman anticonceptivos antes de empezar el viaje: es la única ‘protección’ que tienen ante una posible violación”, indicó, de inmediato.
Otros mecanismos en los cuales las menores suelen confiar -por ejemplo, confiar en hombres migrantes-, no siempre resultan como imaginados, agregó.
“Los riesgos en el camino hacen que las niñas busquen estrategias de protección que a veces tienen el resultado opuesto, empujándolas en manos de explotadores o personas que abusan sexualmente de ellas”, precisó.
Amanera de alternativa, otras “intentan viajar en pequeños grupos, creyendo que sus compañeros varones son los que más protección pueden ofrecerles, se ponen en manos de traficantes de personas, los llamados coyotes, o se unen a las caravanas migrantes”, planteó.
Sumado a ello, y a causa de fuerte presión del gobierno de Trump, la administración del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador -popularmente conocido como AMLO, por sus iniciales-, también intercepta el avance de los migrantes centroamericanos, lo que implica la detención su detención -afectando también a menores, en particular quienes no viajan en compañía de algún adulto-.
“Y por si todo esto fuera poco, a su llegada a México muchas niñas, especialmente las que viajan solas, son detenidas, sumando otro trauma a los que ya llevan consigo desde sus países de origen y del largo viaje para llegar hasta allí”, denunció, además.
“Aunque la ley disponga de un máximo de 15 días -que puede llegar hasta 60 en casos excepcionales- para la detención de niños y niñas, en la práctica estas detenciones se prolongan durante mucho más tiempo”, siguió señalando.
“Las niñas reciben atención básica, pero no tienen libertad para moverse y no tienen acceso a la educación”, de modo que “la incertidumbre sobre lo que les va a pasar genera estrés y ansiedad en las niñas detenidas”, advirtió.
Al referirse a las traumáticas situaciones de pobreza y violencia en el Triángulo, de las cuales las menores huyen, Ranieri mencionó algunas cifras ilustrativas.
“En Guatemala, siete de cada diez niños y niñas viven en hogares pobres”, indicó, para agregar que ese “es uno de los países con mayores tasas de desnutrición, no solo en América Latina sino en el mundo: uno de cada dos niños de menos de cinco años está desnutrido”.
Respecto a la violencia como otro factor determinante del exilio forzado, relató que una niña, “con tan solo 9 años dejó Honduras junto a su madre: ‘Mi padre era muy violento. Golpeaba y amenazaba a mi madre, también a mí. Decidimos salir porque amenazó a mi madre con matarla si regresaba’”.
En ese sentido, hizo referencia a las elevadas tasas de homicidio y femicidio -específicamente de menores-.
Según los datos que citó, lo mismo en El Salvador que Honduras, se mata a un niño o una niña por día, mientras que, en el caso de Honduras, una mujer es asesinada cada 14 horas.