Elvia Monzón es una guatemalteca quien está rompiendo barreras machistas, en su país de origen, dentro de un sector caracterizado por el predominio patriarcal: el cafetalero.

A la edad de cincuenta años, ha logrado constituir, en la aldea Rancho Viejo -la comunidad donde nació, en el occidental departamento (provincia) de Huehuetenango, fronterizo con México-, una cooperativa, de la cual es presidenta y a cuya estructura directiva ha incorporado a varias mujeres.

Al relatar su historia personal, en diálogo con la agencia informativa argentina Infobae, la promotora de la igualdad de género en su área de actividad, ilustró los obstáculos que ha tenido que superar, en un campo tradicionalmente regido -como otros- por hombres.

El vínculo que, ininterrumpidamente, ha mantenido con la caficultura, comenzó cuando era niña, y su padre la introdujo en el trabajo de cosecha, según narró.

“Mi papá contaba con un predio donde tenía una parcela de café, y, pues, cuando no iba a la escuela, me llevaba a cortar café con él”, recordó, para precisar que “yo tenía como siete años, me montaba en un caballo, y lo acompañaba”.

Algunos años después, siendo adolescente, vendría su incipiente incursión en el cultivo.

“Cuando cumplí quince, me cedió un terreno, para que yo misma hiciera mi semillero”, agregó, puntualizando que, para ese momento, había abandonado los estudios de enseñanza secundaria, para dedicarse, a tiempo completo, al café.

Al relatar su progreso en este campo, aseguró que, entonces, había aprendido a cargar los pesados costales (bolsas) en los que se coloca el grano, para su almacenamiento y posterior transporte.

“Se dice que solo lo hacen los hombres, pero hay muchas mujeres que realizan ese trabajo”, expresó.

“Incluso, en lo que es la cosecha del café, en los patios, las mujeres son las que más desempeñan esa labor”, aseguró.

“Yo lo viví, y, por eso, puedo dar testimonio”, subrayó.

En cuanto a su conocimiento del proceso desde el cultivo hasta el embolsado, expresó que “puedo decir cuándo hay que lavarlo, en qué momento sacarlo al patio para secarlo, y, a partir de ahí, reconozco el punto justo para echarlo en costales”.

El secado -que define como “las secadas”-, constituye una etapa especialmente severa, porque “uno está bajo el rayo del sol”, reflexionó.

Pero Monzón indicó que, “a pesar del sacrificio, a mí todo ese trabajo siempre me ha gustado”.

Tras una experiencia matrimonial de once años -finalizada en 1990, cuando su esposo emigró a Estados Unidos, dejándola a cargo de sus cuatro hijos, entonces de 12, 10, cinco y tres años respetivamente-, y mientras se dedicaba a vender café, en actividad informal, en vía pública, decidió capacitarse, con miras a mejorar su producción.

Comenzó, entonces, su labor en el sector formal de la actividad, con su incorporación, en 2013, a la Asociación Integral de Caficultores Rancho Viejo (Aidec).

Relató que, a su ingreso, la agrupación estaba integrada únicamente por hombres, quienes no comprendían la razón por la cual una mujer se hubiese decidido a mejorar sus conocimientos.

Dijo que, si bien contaba con la experiencia que había adquirido en el desempeño de las diferentes tareas implícitas en la caficultura, lograr el reconocimiento masculino “no fue fácil, para mí, pues los hombres preguntaban para qué me capacitaba, si yo sola no podía hacer el trabajo”.

“Acá, estamos acostumbrados a que la mujer es sólo la que cocina, la que lava, la que atiende al esposo, y la que tiene que hacer todo en la casa”, explicó.

“No tiene otros derechos más que esos”, de modo que “eso es lo que tiene que hacer, además de cuidar a los hijos”, agregó, al exponer el contexto patriarcal de la sociedad guatemalteca, en general.

Sin embargo, ante la hostilidad machista que, de inicio, se generó en la asociación, “yo siempre me defendía, diciendo que podía compartir los conocimientos, con otras personas”, siguió narrando.

Monzón dijo, asimismo, que, una vez asentada en la Aidec, se dio a la tarea de invitar, a otras mujeres, a ingresar, y agregó que su idea, al hacer esto, era la de constituir una cooperativa, con amplia participación femenina.

Dos años después de su ingreso, la productora de café llegó a la dirección de la Aidec, lo que le facilitó la incorporación de una decena de mujeres -no obstante las críticas de los hombres-.

La asociación se convirtió, en 2017, en una cooperativa, con Monzón en calidad de presidenta -lo que tampoco estuvo exento de menosprecio por parte de los hombres-.

“Acepté el cargo, aunque muchos se preguntaban: ‘esta señora, no tiene nada qué hacer en su casa?’, pero yo quería seguir aprendiendo, quería ganar experiencias”, de modo que “no me importó lo que decían de mí”.

Tres años después, la cooperativa está integrada por 56 caficultores, incluidas 15 mujeres.

Al reflexionar sobre los obstáculos machistas superados, Mozón expresó que “me siento muy contenta por el trabajo que se está haciendo”.

Y subrayó: “ahora, hasta los hombres me lo reconocen”.