Una vez que tienen hijos, las mujeres añaden 22 horas de cuidado de los niños, mientras que los hombres solo añaden 14, situación que refuerza la desigualdad de género
La igualdad de género en las parejas, en materia de distribución del trabajo doméstico, requiere un esfuerzo considerable por parte de quienes la integran.
Se trata de determinar si la opción es por el cambio o, por el contrario, por mantener el tradicional estado patriarcal de cosas.
Y, si bien es imposible modificar, en solitario, los esquemas sociales, lo que resulta factible es procurar que la relación de pareja sea diferente a lo habitual.
Exponente de esta línea de análisis, la psicóloga y escritora estadounidense Darcy Lockman, considera que aún las parejas progresistas corren el riesgo de asimilar el tradicional razonamiento -que justifica la desigualdad en el reparto de tareas domésticas- según el cual la sobrecarga de labores obedece a que las mujeres hacen mejor las cosas.
En declaraciones reproducidas, el 1 de febrero, por el diario español El País, Lockman planteó que esa inequidad es sentida por las mujeres, definitivamente, al momento de ejercer la maternidad.
De acuerdo con cifras del estadounidense Pew Research Center (Centro de Investigaciones Pew) y de la gubernamental Bureau of Labor Statistics (Oficina de Estadísticas Laborales) del US Labor Department (Departamento del Trabajo de Estados Unidos), citados por el periódico, “los datos que refuerzan tales desigualdades son devastadores”.
“Una vez que tienen hijos, las mujeres añaden 22 horas de cuidado de los niños, mientras que los hombres solo añaden 14”, agregó.
“La información más reciente sobre el uso diario del tiempo recopilada” por ambas entidades, revela que “las mujeres que trabajan fuera de casa aumentan el 65% de las responsabilidades del cuidado de los hijos. ¿Sus parejas masculinas? El 35%”, informó, además.
Podemos elegir que nuestra relación sea diferente
En opinión de Lockman, lograr la división equitativa de las labores domésticas, “exige mucho trabajo dentro de la pareja, pues cada uno ha de reflexionar acerca de cómo ha integrado el sexismo en su vida”.
Lo que significa que “cada persona puede decidir si quiere, o no, que las cosas sean así”, explicó, en alusión a los papeles tradicionalmente asignados, por el patriarcado imperante, a mujeres y a hombres.
Sin embargo, “aunque no podemos cambiar de forma individual la sociedad, podemos elegir que nuestra relación sea diferente”, reflexionó, a manera de recomendación, para agregar que “la sociedad no es como queremos, y me temo que esto no va a cambiar pronto”.
Al respecto, señaló dos ejemplos que ilustran los orígenes de algunas modificaciones de conducta social.
“En Estados Unidos, hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las mujeres de clase media se incorporaron en masa al trabajo, y lo hicieron porque los hombres estaban en la guerra”, indicó.
“Lo que quiero decir es que el cambio no llegó porque una persona quisiera trabajar sino porque hubo un momento de crisis que cambió el comportamiento”, aclaró.
“El coronavirus hizo algo similar”, agregó en alusión a la pandemia de la Covid-19 que golpeó, con particular fuerza, a la población mundial -particularmente a la femenina, lo mismo adulta que menor de edad-, en 2020 y 2021.
“La gente se vio obligada a trabajar desde casa, y fueron las familias en las que los hombres teletrabajaron, mientras que las esposas iban a la oficina, en las que el reparto de las tareas del hogar se igualó”, según lo planteado por Lockman, autora del libro “All the Rage: Mothers, Fathers, and the Myth of Equal Partnership” (“Toda la rabia: Madres, padres, y el mito de la crianza paritaria”).
“En Estados Unidos, ocurrió en el 10% de familias, y provocó un cambio que no fue fruto del deseo de cambiar, sino de una crisis externa”, dijo, además de reflexionar en el sentido de que “parece ser que los cambios sociales ocurren así”.
“No podemos controlar, de forma individual, cuándo ocurren esos cambios; lo único que podemos hacer es intentar mejorar la situación en casa”, precisó, planteando otra recomendación.
Visión machista del trabajo del hogar
Al respecto, la autora destacó la incidencia de la histórica -y, obviamente, injusta- conceptualización machista de la división del trabajo -en este caso, el referido al hogar-, enraizada en las sociedades, sin perjuicio de la visión que se tenga en cuanto a equidad de género.
“Todos tenemos valores, y, aunque las parejas progresistas valoramos a nuestra pareja y no pensamos, de inicio, que las mujeres han de hacerlo todo, hemos de ser conscientes de que nuestros valores no determinan nuestro comportamiento, por más que así lo creamos”, reveló.
“Podríamos pensar que el marido se dará cuenta de que su mujer se está encargado de todo el trabajo del hogar y pensará que es vital repartir mejor las tareas, pero, contrariamente a lo esperado, asegurará que lo mejor es que ella continúe haciéndolo todo, alegando que ‘lo hace mejor’”, siguió señalando.
En calidad de ilustración, señaló que, por ejemplo, “se espera que las madres dejen de lado sus necesidades, por sus hijos”, agregando que, “como no se espera eso de un padre, cuando hace lo mínimo, se le aplaude”.
“Es como si comienzas a recoger la basura de la calle: la gente dirá que eres muy buena, porque no es algo que te toque hacer”, señaló, como complemento.
En cuanto al tema de la parenthood (maternidad/paternidad), expresó la esperanza de su libro sea leído por parejas que aún no tienen hijos.
“Ojalá las parejas lean el libro, y entiendan de dónde parten”, dijo.
“Como (las mujeres) no somos conscientes del punto del que partimos, terminamos sumidas en un desastre que no sería tal cosa si ambas partes comprendieran que la sociedad nos empuja a situarnos en posiciones de desigualdad, no porque el hombre sea más vago sino porque es lo que hemos internalizado”, precisó.
Por lo tanto, “creo que es importante comprender que tu pareja no es el enemigo: sencillamente, hemos interiorizado que los hombres son más valiosos, al igual que su tiempo y sus necesidades”, explicó, didácticamente, además de formular la advertencia de que “estas ideas terminan por quedar reflejadas en nuestras relaciones”.
Ese riesgo se corre porque “justificamos nuestros comportamientos, cuando no se alinean con nuestros valores”, planteó.
Al referirse a lo que podría definirse como la enseñanza implícita en su libro, Lockman expresó que, si las parejas son receptivas, el comportamiento de las dos partes puede modificar, favorablemente, su comportamiento.
Ello, “si ambos se lo toman en serio, y ponen en marcha una negociación antes de que llegue el niño, porque su llegada va a suponer una cantidad brutal de trabajo”.
“Cuando vives con tu pareja, sin tener aún hijos, las responsabilidades no son tan inmensas”, comenzó a explicar.
“El hombre ni siquiera se suele dar cuenta de que su mujer (…) ya está haciendo más cosas en la casa, porque ella aún no está ni abrumada, ni agotada”, puntualizó.
“Sin embargo, cuando llegue el bebé, y nos encontremos con esta división de poderes desigual, las mujeres se agotarán”, aclaró, para puntualizar que eso ocurre, porque “no somos conscientes de que ya se habían asentado, de forma previa, las bases para que el hombre estuviera algo ausente en las tareas domésticas”.
Lockman aseguró que, “si tienes constancia de eso, sabrás que para cambiar las cosas, tienes que negociar, todo el rato”.