Anuncios

La cínica Hiparquía

Anuncios
(extracto de) Diogenes, por John William Waterhouse

“¿Te parece, por ventura, que he mirado poco por mí en dar a las ciencias el tiempo que había de gastar en la tela?”

Cuando escuchamos la palabra “cínico”, viene a nuestra mente un comportamiento reprochable, descarado o impetuoso, propio de personas que no sienten vergüenza en realizar actos considerados incorrectos o amorales. No obstante, la palabra proviene del griego kyon, que viene a significar literalmente perro.

Con este nombre se conoció a una de las corrientes filosóficas creadas en la antigua Grecia tras la muerte de Sócrates, y promulgaba que el camino hacia una vida armoniosa descansaba en la simpleza. Por consiguiente, era a su vez un estilo de vida que criticaba la sociedad griega de la época, y abrazaba la convivencia lo más cercana posible a la naturaleza, como los perros, despreocupados por la política y la acumulación de riqueza, siendo únicamente guiados por sus espíritus. En el terreno de la ética, pretendían la autárkeia, es decir, la autosuficiencia en el sentido de construir el ser totalmente ajeno a las dependencias externas.

Quizás el personaje más famoso de esta corriente sea Diógenes de Sinope, cuyas anécdotas sobran en la historia de la filosofía, siendo un crítico irónico y debatiente de toda persona que se quedara a escucharlo, entrando en conflicto con otros nombres célebres como Platón y Alejandro Magno.

Sin embargo, la corriente cínica produjo otros pensadores, como el caso de Crates de Tebas, y por supuesto, Hiparquía, su esposa, nacida en Tracia en el Siglo IV a.C. y considerada una de las primeras filósofas de la historia.

No es que no hubo mujeres antes de Hiparquía que se dedicaran a esta noble labor, sino que no eran consideradas filósofas en un sentido formal, pues las mujeres debían tener como principal responsabilidad e interés el oikos (hogar). Con Hiparquía no fue el caso. Para seguir a Crates en su travesía canina, renunció a sus posesiones y herencia, o sea, se desprendió del oikos que, como unidad básica de la sociedad, brindaba identidad a la ciudadanía; vistió los más simples harapos y se dedicó a las cuestiones filosóficas hasta el punto de producir obras que, lamentablemente, se han perdido.

Junto a Crates, se convirtió en exponente de la kynogamía, “matrimonio de perros”, concepto introducido por éste y que entre sus características se encontraba la disolución de la barrera que separaba lo público de lo privado, implicando a su vez la liberación de la mujer de la reclusión doméstica.

Los historiadores la muestran como una mujer piadosa y generosa, sin pudor alguno no obstante, no absteniéndose a tener relaciones sexuales a la luz pública si fuera el caso. Los cínicos podrían considerarse como transgresores del ethos dominante, es decir, de las costumbres y conductas que caracterizaban al pueblo griego.

Hiparquía fue atacada en varias ocasiones, tanto por los ciudadanos en general como por personas dentro del círculo filosófico, pues no consideraban que una mujer se entregara a “cosas de hombres”. Pero ella, como debe ser, lejos de cumplir con la “virtud” femenina del silencio y la obediencia, nunca se quedó callada, respondiendo con astucia.

Diógenes Laercio, compilador de autores clásicos, en su libro VI dedicado a los filósofos cínicos, nos cuenta que cuando Teodoro apodado “el ateo” le hizo alusión a Hiparquía de que “había dejado la tela”, refiriéndose a que no se estaba dedicando al trabajo doméstico como toda buena mujer, ella respondió: “¿Te parece, por ventura, que he mirado poco por mí en dar a las ciencias el tiempo que había de gastar en la tela?”

A pesar de que no se han conservado obras de esta filósofa, de la mano de Laercio nos ha llegado un par de silogismos satíricos atribuidos a ella, tal como el siguiente:

 “Teodoro no obra injustamente si se golpea a sí mismo, 
luego tampoco Hiparquía obra injustamente si golpea a Teodoro”.

Antípatro de Sidón, poeta griego del Siglo II a.C. escribió un epigrama inspirado en Hiparquía, titulado “A las mujeres”:

Yo, Hiparquía, no seguí las costumbres de mujeres de amplios vestidos,
sino la vigorosa vida de los perros.
No me gustó el manto sujeto con la fíbula, ni el pie calzado de gruesas suelas
y mi cinta se olvidó del perfume.
Voy descalza, con un bastón, un vestido me cubre los miembros
y tengo la dura tierra en vez de un lecho.
Soy dueña de mi vida para saber tanto y más que las ménades para cazar.*

*Según otra traducción de la última línea: “Tendré un nombre más grande que el de Atalanta la de Menalión por cuanto la sabiduría es mejor que correr por las montañas”.

Anuncios
Salir de la versión móvil