Quizás algunos esperen que discuta la pantomima burlesca del ex diputado Ronald Vargas cuando intentó disfrazar –compungido, con lágrimas y mocos- su salida por  “razones de salud”, cuando el trasfondo era un bochornoso acto de acoso sexual que se le imputaba.

Ya se ha hablado bastante de este caso, y la presunta víctima del acoso presentó este lunes la denuncia penal contra el exdiputado. De ser cierta la acusación, esperamos que todo el rigor de la Ley caiga en manos de un hombre que en total complacencia, frente a las cámaras de televisión, hizo alardes de la buena relación sexual que mantuvo con la empleada a quien acosó. Este seudo macho semental no debería volver a asomarse por la Asamblea Legislativa, un lugar que solo debería acoger a hombres y mujeres de incuestionable ética e integridad.

Más allá del despreciable acto del hostigamiento sexual, que algunos sub estiman y desmitifican porque parece difícil que entiendan que la mujer no es una “cosa”, propiedad, o muñeca inflable, no puedo pasar por alto el atroz feminicidio acontecido el pasado domingo por un hombre que apuñaló a “su mujer” tras una discusión, presuntamente porque ella  quería salir y él no se lo permitió.

La mujer de poco más de 30 años recurrió a las autoridades para obtener una medida cautelar para alejar al agresor, pero las promesas de “amor y cambio” pudieron más que su fuerza y temor. Su confianza la guío a la muerte, dejando huérfanos a cuatro hijos menores de edad.

El año pasado 22 mujeres murieron en manos de sus esposos o conviviente, por celos, ataques sexuales, negativa de volver con ellos, venganza por “haberlos dejado” y notificaciones de solicitud de divorcio.

Si bien es cierto que hemos logrado una merma en este tipo de comportamiento inhumano y delictivo -en comparación con el 2011 en que hubo 42 femicidios-, en lo que va del año ya cuatro mujeres han sido asesinadas, bajo el mismo esquema de agresión, celos y comportamiento iracundo de los hombres.

Después de tantas luchas por el respeto a los derechos humanos y conquistas por la igualdad de género en el área política y económica, la mujer sigue acosada y asesinada. Nadie merece la agresión o la muerte por simple hecho de ser mujer.

Decía una amiga “hay que cortarle las manos y los huevos a los cabrones que acosen o maten a las mujeres”. Sabemos que esa no es la respuesta, porque el problema del femicidio no se ubica en el cuerpo, ni en los genitales del hombre. El respeto a la integridad de la mujer es un asunto de cultura, educación y humanidad.

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