En Centroamérica, la violencia que caracteriza principalmente en su zona norte, se ensaña, de manera particularmente cruel, con las mujeres, brutalidad que se agudiza cuando se trata de defensoras de los derechos humanos

La agresión de género -que presenta diversas manifestaciones- afecta, igualmente, en el caso de las activistas, al núcleo familiar -selectivamente, a los hijos-.

Respecto a ese contexto, la costarricense Marcia Aguiluz, de ascendencia hondureña, defensora de las garantías fundamentales, planteó que el patriarcado imperante en las sociedades centroamericanas se esfuerza por no perder su tradicional posición de dominación sobre la población femenina -lo mismo la adulta que la menore de edad-.

En declaraciones reproducidas, el 23 de mayo, por la British Broadcasting Corporation (BBC), Aguiluz señaló que, “en términos de homicidios, feminicidios, robos, los delitos tradicionales, Centroamérica claramente es una de las regiones más violentas del mundo”.

Ello es particularmente así en el caso de los países del Triángulo Norte -El Salvador, Guatemala, Honduras-, zona considerada como una de las más inseguras, a nivel global.

Al referirse a ese contexto, la activista reflexionó -a manera de denuncia- en el sentido de que, “a las mujeres, la violencia nos cruza, nos atraviesa en el alma, y lo vivimos de miles de formas”.

“Las cifras son escandalosas”, aseguró, para mencionar “algunos ejemplos: sólo en 2022 hubo 1,128 feminicidios a nivel regional; en Guatemala, entre enero y abril de 2022, se documentaron 1.013 casos de violación de niñas y adolescentes, y, en Nicaragua, cada 2 horas ocurre un caso de violencia sexual, alrededor de 15 por día”.

Pero esas expresiones de agresión machista no son las únicas, advirtió. “Está además, la violencia del rol que se nos impone”, precisó.

“Lo digo siempre con mis amigas: ¡qué jodido!, ¿verdad?: cuando sos niña, le debés obediencia a tus papás; cuando te casás, se la debés a tu marido; cuando eres madre, a tus hijos, y, cuando envejecés, a tus papás porque tenés que regresar a cuidarlos”, señaló.

“Cuándo es el momento en que las mujeres somos libres?”, preguntó, a continuación, además de interrogar: ¿por qué siempre tenemos que estar al servicio de alguien más?”.

“Es tremendamente violento, si lo ves en una línea de tiempo: ¿cuándo es el momento de nosotras?”, planteó.

Al respecto, la defensora explicó que, “al hacer ese análisis en una mujer rural, en una que vive en Honduras, en una mujer lesbiana o trans, en una mujer migrante o con discapacidad, el panorama es aún más tremendo”.

Sumado a ello, un factor adicional de agresión de género es la imagen generalizada que el machismo regional proyecta, respecto a las centroamericanas.

“Uno de los grandes problemas de los estereotipos, es que nos imponen una forma de actuar”, dijo Aguiluz.

“Que se diga que la mujer centroamericana es alegre, que siempre está contenta, nos pone en un pedestal en el que es difícil caminar, aun cuando sea un estereotipo positivo”, aseguró, para aclarar que “tampoco nos da libertad, porque no tenemos derecho a enojarnos o a quejarnos”.

De modo que, “el estereotipo de que la mujer centroamericana siempre está contenta, también puede ser perjudicial”, advirtió.

A manera de ejemplo, hizo referencia a que, “durante algunos años, nos han hablado de que Costa Rica es el país más feliz del mundo, y eso tiene su carga”, mientras que “las trabajadoras de maquilas, en Honduras, ganan un salario que ni siquiera paga la canasta básica, pero aun así tienen que estar alegres”.

En tal cuadro de situación, “tenemos las condiciones para ser verdaderamente felices, ¿o se nos encasilla para que no rechacemos lo que nos está haciendo infelices?”, reflexionó.

El análisis planteado por Aguiluz, reveló que el patriarcado centroamericano se ensaña, con fuerza específica, con las activistas de derechos humanos, feministas, indígenas, ambientalistas.

En ello se combinan factores tales como misoginia, irrespeto a la identidad, crítica sin fundamento respecto al discurso, de acuerdo con lo planteado por la experta.

Esta violencia “tiene que ver con su identidad de mujer, con su cuerpo, con las palabras que usan”, conducta en la cual “los ataques son personales, se les va a cuestionar en relación a su personalidad”.

“Hay un impacto psicológico distinto, y es difícil desprendernos cuando están atacando lo central: nuestro cuerpo o nuestra familia”, explicó.

“En el caso de mujeres defensoras, la mayoría de los ataques son amenazas: ‘le vamos a hacer esto a tus hijos’, y, ¿qué hace uno cuando le dicen eso? Deja lo que sea”, explicó.

En ese sentido, mencionó a la hondureña Berta Cáceres, la líder indígena lenca, activista de derechos humanos, defensora de los derechos de las mujeres, ambientalista, quien fue asesinada hace algo más de siete años.

“Yo conocí a Berta Cáceres, trabajé con ella, y recuerdo cuando me llamaron, el día que la asesinaron en 2016, para decirme: ‘mataron a Berta’, y vos decís: ‘pero, ¿qué es esto?’”, relató.

El asesinato de Cáceres fue perpetrado poco después de la medianoche del 3 de marzo de 2016 –el día antes de que cumpliera 45 años-, cuando sicarios irrumpieron en la casa de la dirigente, en la ciudad de La Esperanza, capital del occidental departamento (provincia) de Intibucá –a unos 200 kilómetros al noroeste de Tegucigalpa, la capital nacional-, la golpearon, y la balearon.

La admirable activista protagonizó simultáneas luchas, que incluyeron, en marzo de 1993 –cuando tenía 22 años-, la fundación –conjuntamente con su entonces pareja, el también dirigente indígena Salvador Zúniga- del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh).

La organización que se convirtió en uno de los principales instrumentos de movilización de la base social hondureña, y referente local e internacional de lucha popular.

Su múltiple condición de mujer, indígena, y activista -inclaudicable en todos los aspectos de su actividad-, se convirtió en un poderoso factor de ético cuestionamiento social que el corrupto patriarcado político y empresarial hondureño castigó brutalmente -pero no eliminó-.

Respecto al hecho de que las mujeres, en general, enfrentan impedimentos, entre otras áreas, en lo que tiene que ver con la toma decisiones personales fundamentales -respecto a sexualidad, maternidad, desempeño laboral, la vida en general-, Aguiluz señaló que se trata de un componente de su activismo.

“Hay tres claves que guían mi trabajo como defensora: la lucha por la dignidad, por la igualdad, y por la libertad, que no son iguales para todas las personas”, comenzó a plantear.

“Como feminista, no puedo decirle a una mujer: ‘usted tiene que salir a trabajar y no hacerle la comida a su marido’. Es una imposición violenta”, dijo, a continuación, para aclarar que “el tema es que las mujeres sean libres para decidir”.

“Si su libre elección es quedarse en casa y tener diez hijos, aplaudo esa elección”, siguió explicando, además de precisar que, “si quieren ser madres, es maravilloso, pero de una manera consciente, no con la carga, la culpa y la señalización de que tiene que ser de esa manera”.

Aguiluz subrayó, a continuación, la necesidad de “que las mujeres decidan lo que quieren para sus vidas, démonos esa posibilidad”.

Foto: Wido Santos