Las joyas de la abuela de las que tanto nos enorgullecíamos en el pasado y con las que deslumbrábamos a nuestros vecinos, ya no relucen ni brillan como antes si las miramos a la luz con la lupa. Ahora son opacas y se han devaluado; al verlas sólo nos queda un enorme sinsabor y una profunda desazón, por no decir desilusión. Brillaron con luz propia, pero hoy, por falta de cuidado y por haberlas engavetado, se han puesto opacas.
Lo mismo nos sucede con nuestra educación. Gracias al ímpetu de una generación de mujeres y hombres que hicieron un enorme esfuerzo por sentar las bases de un sistema de educación universal e inclusiva, con un fuerte propósito de alfabetización rural, la Costa Rica de las abuelas y abuelos tuvo ahí sus mejores joyas con un brillo singular. La educación mostraba una aleación diversa, un facetado singular y preciso y un engastado hecho para proyectar su valor a futuro.
Empero, Costa Rica se ha venido desfigurando a lo largo de los últimos cuarenta años hasta parecernos en ocasiones y a nuestro pesar, una desconocida e intrusa dentro de nuestra propia Patria. Esto no ha sido por falta de información, ya que han abundado las investigaciones y los informes anuales como el del Programa Estado de la Nación y posteriormente, el Informe del Estado de la Educación, ambos elaboradores por el Consejo Nacional de Rectores (CONARE), que nos han alertado sobre este cambio significativo, tanto cualitativo como cuantitativo. Es decir, el país mostró cambios en su configuración social que impactaron el perfil y las necesidades de la población, y esto a su vez causa impacto en la calidad educativa y el abordaje integral que debió efectuarse sobre el desarrollo de la niñez y la juventud, aspectos que afectaron nuestros indicadores que hoy nos revienta en la cara con datos muy serios, como por ejemplo, que menos de la mitad de las personas entre 18 y 21 años concluyen su secundaria.
Con este corolario, me he propuesto desarrollar tres artículos que versan sobre esta multidimensionalidad con la que debemos analizar la situación y en particular, el tema de la exclusión educativa en Costa Rica y los retos que como país, enfrentamos si no rectificamos el rumbo a la brevedad. Asimismo en esta Trilogía de la Educación, propongo el dilucidar cómo cumpliremos con la Agenda 2030 y cómo estableceremos una ruta para salir de la pobreza y la exclusión social si no recurrimos a la educación como la piedra angular para un desarrollo social inclusivo, igualitario y realista.
La educación en Costa Rica se concibió como un derecho inalienable y una obligación del Estado en proveerla, no solo en lo que respecta al acceso universal sino también en la calidad que debe ofrecer, por no decir, la integralidad en su abordaje. Asimismo, pasó de ser una educación contextualizada en un desarrollo agrícola a una educación con amplios requerimientos globales, especialmente a partir de los años 80 del siglo pasado cuando el país y debido a la crisis económica, se enrumbó hacia los programas de ajuste estructural, la globalización de su economía y la apertura comercial. O sea, pasamos de una vocación agrícola a formar parte de una nueva economía de servicios y comercio, muchos de ellos con fuertes anclajes internacionales.
Paralelo a lo anterior, se planteó un punto de inflexión en el aumento de la pobreza y la exclusión social. Adicionalmente, nos convertimos en una Costa Rica que apostó al remanente de las reservas ideológicas de los años 70 y sucumbió ante una nueva realidad, lo cual trajo consigo mayores retos en el replanteamiento de una educación global que atendiera no solo los cambios de una oferta laboral distinta, sino que realizara un replanteamiento curricular que diseño, integración y comunicación de contenidos más atractivos e innovadores para una nueva generación de personas estudiantes.
Continuamos formando al cuerpo docente con un paradigma que el estudiantado ya había superado con creces. Esta disonancia fue una primera alerta disparada a mediados de los años 80. Sin embargo, en muchas ocasiones hemos escuchado a las autoridades educativas hablar de la formación docente y el uso de las herramientas tecnológicas para, no solo ofrecer un paquete de contenidos atractivo al estudiantado, sino también para que de una forma innovadora se aborde la educación y por ende la retención del estudiantado en las aulas. Esa aula planteada como un espacio seguro, no solo libre de violencia, sino también planteada como un espacio integral y cálido, arropado con contenidos innovadores y una propuesta pedagógica y didáctica que hicieran de la educación el mejor espacio para el disfrute de la persona adolescente en su proyección a la vida.
Esta primera reflexión ha sido un tema inconcluso del cual el sistema educativo ha discurrido en los últimos treinta años, sin ver una luz, sin al menos establecer una propuesta concreta. Hace 20 años se discute acerca de la tecnología en el aula y hoy, en un contexto de pandemia, nos encontramos con un cuerpo docente escolar, de secundaria y universitario desprovisto en su mayoría, de una mediación pedagógica adecuada para abordar la educación a distancia. Lo anterior sin mencionar el limitado acceso a los recursos tecnológicos y la muy baja conectividad tanto del estudiantado como del cuerpo docente.
En el estudio Exclusión Educativa del Sistema Publico costarricense elaborado en 2016 por la UNICEF, UNESCO, PNUD y el MEP, se abordan las dimensiones de la exclusión educativa. Asimismo, en el Informe Estado de la Educación 2017, se abordó el tema ampliamente, sin resonar en medidas concretas en nuestro sistema educativo. Es decir, seguimos siendo un país sobrediagnosticado, carente de medidas y de planes de acción concretos con verdaderos resultados e impacto.
Somos un sistema educativo que se desagregó y perdió la conectividad de red (en el ámbito de la educación), pues el sistema preescolar, la primaria, la secundaria, la parauniversitaria y la universitaria se conciben como espacios educativos separados que pierden conexión entre sí, no se comunican de manera integral y carecen de capacidad de seguimiento y trazabilidad. Es decir, una persona que ingresa al sistema educativo en la primera infancia debe tener trazabilidad hasta que se gradúa en la universidad e incluso más allá, o bien poder detectar la deserción o la exclusión que se da en el nivel educativo para actuar proactivamente. Algunos países tienen claramente identificadas las mentes prodigiosas en cada uno de los niveles, y bajo esta premisa, por qué no hacer también el esfuerzo de identificar a las personas que el sistema excluye para reintegrarlas nuevamente con una propuesta que se adapte a sus necesidades, como por ejemplo, la altísima deserción de los colegios nocturnos o del sistema de educación para personas adultas que sigue sin ser replanteado.
La multidimensionalidad que abordan las investigaciones se centra en la dimensión familiar, la institucional y la personal, desagregada para cada uno de los niveles en que la persona en su rol estudiantil se desempeña. No obstante, las respuestas que desde una institucionalidad educativa se pueda ofrecer al problema versarían sobre un aspecto estrictamente controlable para el sistema, pues el Estado ha establecido muchas iniciativas algunas de las cuales han sido exitosas y otras bastante deficientes, pero que en la gestión de la deserción estudiantil tuvieron que haber sido más evaluadas para determinar su aporte de valor al proceso. Cito por ejemplo, las becas, las ayudas socioeconómicas, los cambios curriculares, la adaptación del sistema evaluativo del meramente sumativo al significativo, entre muchos otros cambios.
Aunado a lo anterior, está el último cambio realizado con la eliminación del examen de bachillerato por las pruebas FARO. En este aspecto se debe resaltar que la necesidad de implementar este cambio estuvo básicamente centrada en procura de frenar la exclusión que se daba por parte de lo establecido en el sistema hacia el estudiantado que no lograba ganar las pruebas de bachillerato y que truncaba las posibilidades de ingreso a la educación superior. Sin embargo, hay un tema de fondo que no ha sido discutido y que consiste en la calidad de los contenidos y la posibilidad de que el país se enfrente a unas pruebas PISA con resultados deficientes como los que se obtuvieron en las pruebas piloto que se efectuaron.
Por eso, visualizar el sistema como un ente integral, como una red con trazabilidad, podría ir depurando muchos de los problemas que se presentan y que pueden revertir muchos de los resultados obtenidos.
En el próximo artículo abordaré con mayor profundidad las dimensiones y los impactos de la exclusión educativa, considerando que esa exclusión tiene rostro de mujer, de pobreza, de violencia intrafamiliar, de abuso patrimonial, embarazo adolescente, drogadicción, de crimen organizado, delincuencia, de trata de personas y de muchos otros temas que desbordan la realidad nacional y que tienen su causa en la perversidad del mismo sistema que consideramos y valoramos tanto como las joyas de la abuela. Habrá que ver si somos capaces de revertir el rumbo que llevamos o si terminamos adorando, como los ávaros, unas joyas convertidas en simples baratijas.