Débora Portilla encontró en el servicio a los demás el secreto para empoderar a mujeres y jóvenes en situación de vulnerabilidad, así como sanarse a ella misma.
“Quien no vive para servir no sirve para vivir”, esta frase, que encierra un modo de vivir para muchas personas, se le atribuye a grandes personajes de la historia como a la Madre Teresa de Calcuta y al escritor indio Rabindranath Tagore.
Hay quienes dedican su paso por este mundo haciendo el bien, o al menos intentan cultivar flores en vez de espinas. Ese es la visión de una mujer que encontró en el voluntariado una forma de sanar su alma y ofrecer a los demás herramientas y habilidades para la vida, esa es la historia de Débora Portilla.
“Fui una mujer muy violenta, esto debido a una serie de abusos y tristes noticias que viví en mi pasado, siempre fui muy intensa, pero no estaba enfocando mis energías en el camino correcto. Me rodeaba de personas tan dañinas como yo, caí en el alcoholismo, “estar en mi pellejo era muy doloroso”, por eso tomada todos los días, pero en mí siempre había un deseo de encontrar esa paz que me dejara dormir tranquila, por eso luego de tocar fondo decidí empezar un voluntariado con algo que me movía mucho: los animales”, manifestó Portilla.
Esta servidora, en sus inicios de restauración personal inició un proceso de rescate animal en una zona donde la mayoría de personas no se atrevían a entrar por estigmas y conflictos, lugar que se le conoce como la Carpio, sin embargo, para ella fue un momento crucial porque por primera vez empezó a sentir la paz que hacía muchos años estaba buscando.
“El voluntariado me cambió la vida, se lo recomiendo a todas las personas, porque a mí me marcó y así nació una nueva Débora. Yo inicié un proyecto civil que quería que fuera diferente al resto, más que un reconocimiento, quería otra cosa como voluntaria”, comentó.
Si bien es cierto, Portilla inició rescatando animales como perros y gatos, en un momento determinado se dio cuenta que, para poder rescatar a las mascotas, primero debía rescatar a los seres humanos.
“Llegó un día en el que yo me reconcilié con la raza humana, tuve un proceso de sanación y limpieza, vuelvo a amar a las personas y tener fe en la capacidad de la gente”, resaltó la rescatista.
Esta mujer que tiene 16 años sobria y llevar adelante este proyecto social, se “refugia” entre sus amadas “lobas” como les dice de cariño a esas mujeres vecinas de la Carpio que la acompañan a llevar esperanza a la niñez y la juventud de la zona. Portilla trabaja desde lo civil con diferentes planes como medio ambiente, reciclaje, empoderamiento femenino, educación, arte y más.
“Para lograr el éxito, yo trabajo desde poblaciones específicas, esto para no diluir el trabajo. Al no contar con ayuda económica institucional ni empresarial, se debe trabajar de forma inteligente, nuestra intención es que los recursos salgan de bolsillos propios. Creo que más allá de decir ¿Qué podemos pedir?, la pregunta correcta es ¿Qué podemos dar?, somos muy comprometidos, nuestro colectivo llama a personas en situaciones de vulnerabilidad que quieren servir y dar un paso adelante, creo que eso se nota, porque lo hacemos de corazón”, manifestó Portilla.
Y es que quienes conocen a esta mujer le apoyan por su innato don de liderazgo y accionar inmediato ante las necesidades. Débora invierte la mayor parte de su día a ser la voz de muchas personas que están con depresiones, adicciones y muchos otros males.
“No podemos llevar malas vibras a nuestras poblaciones ya dolidas. Debemos dar lo mejor que tenemos, más que el tema económico, es una sonrisa, es un oído atento, es llenar muros de arte y promover disciplinas como el ajedrez, así como la captación de útiles escolares, porque sabemos que la educación es fundamental. Cada año crecemos y mejoramos nosotros mismos, aquí venimos a curarnos y sanarnos en un abrazo”, comentó.
Portilla ha llevado la palabra a la acción y ha construido en ella una versión mejorada de sí misma para seguir llevando un mensaje claro: el voluntariado nos vuelve más humanos.