La abogada criminóloga Nathalie Soriano Ruiz, planteó que la fe en la relación, por parte de la agredida, conduce a esperar un cambio en la conducta del agresor
violencia, son influenciadas por la construcción del amor en el vínculo.
En ese sentido, el componente afectivo romántico, forjado entre la víctima y el victimario, es singular en la violencia de género, frente a otros tipos de agresión.
Al formular esta línea de análisis, la abogada criminóloga Nathalie Soriano Ruiz, planteó, en un artículo de opinión publicado por el medio de comunicación australiano The Conversation, planteó que la fe en la relación, por parte de la agredida, la conduce a esperanzarse en cuanto a un cambio en la conducta del agresor.
“La violencia de género tiene unas características específicas respecto a otros tipos de violencia”, señaló Ruiz, directora del Máster Universitario en Criminología, Delincuencia y Victimología de la Universidad Internacional de Valencia -que toma su nombre de la ciudad donde se ubica, y que es la capital de la oriental y costera provincia española de Valencia-.
Ello, a causa de que “entre el agresor y la víctima, hay una relación afectiva romántica”, precisó, a continuación.
“Esto, se relaciona, directamente, con una de las razones por las que se puede mantener una relación violenta: la influencia en la construcción del amor, del mito del amor romántico”, siguió explicando, en el artículo que tituló “Violencia contra las mujeres: ¿por qué se permanece en relaciones de abuso?”.
“Según éste, el amor todo lo puede, y la pareja es la única fuente posible de felicidad”, indicó, para advertir que “esto, contribuye a la preservación de la pareja, a toda costa, manteniendo, la víctima, esperanzas de cambio”.
Sin embargo, otros componentes se combinan, para hacer que la agredida se convierta en dependiente, respecto al victimario machista, según lo expuesto por la especialista.
“Por otro lado, en las relaciones de violencia, se despliegan una serie de mecanismos psicológicos destinados a lograr el aislamiento de la víctima, así como una dependencia emocional respecto al agresor”, puntualizó.
A manera de ilustración de este punto, Ruiz escribió que “estas herramientas guardan similitud con las conocidas como técnicas de persuasión coercitiva, desplegadas por las sectas, en sus procesos de captación”.
Mediante el aislamiento de la afectada, “se persigue la pérdida de autonomía y la dependencia de la víctima, mediante el distanciamiento de su entorno social”, contexto en el cual “la pareja se convierte en el único ‘apoyo’ de la mujer, y (ésta) pierde la posibilidad de recibir ayuda del exterior”.
La abogada explicó, además, que los agresores procuran que la incomunicación sea plena, lo que convierte al factor agresión en una realidad natural, en algo crónico.
Dado que “los vínculos sociales ayudan a prevenir la violencia”, los victimarios procuran generar un ambiente en el cual impere “la falta de apoyo social y familiar”, porque estos “favorece la cronificación de la violencia”, aseguró la experta.
“El aislamiento es un factor de continuidad en la relación, pues no se percibe otra alternativa”, reafirmó, a continuación.
La condición de precariedad económica, igualmente incide en que mujeres agredidas no se liberen de relaciones caracterizadas por violencia de género,
Al respecto, indicó que “también es importante mencionar, aquí, la feminización de la pobreza”.
“La brecha en el acceso a la educación y al mercado laboral, de las mujeres, supone un porcentaje mayor de pobreza en éstas, respecto a varones”, planteó.
“Esta precariedad estructural genera dependencia económica que, como la emocional, dificulta la salida de la relación violenta”, explicó, de inmediato.
Al abordar lo que describió como “el ciclo de la violencia” -denominación que acreditó a la psicóloga estadounidense Leonore Walker, en 1979-, Ruiz señaló que es recurrente, y que “consta de tres fases que comienzan después de un periodo de calma”.
En esa dramática línea de tiempo, la etapa primera es la de “acumulación de la tensión”, que se dispara cuando “comienza a haber conflictos, y los grados de agresividad y hostilidad, del hombre, van en aumento”, comenzó a explicar.
A ello, sigue el punto de “explosión” machista, que “se refiere al momento de la agresión, de cualquier intensidad”, cuando “la mujer siente confusión, miedo, e incluso, culpabilidad”, agregó.
El tercer nivel cosiste en la “luna de miel”, que ocurre cuando “el agresor se ‘arrepiente’ de lo ocurrido, promete que no volverá a ocurrir, y manipula, a la víctima, para que no deje la relación”, señaló.
Por parte del victimario, “aquí, hay muestras exacerbadas de afecto, que ligan emocionalmente, a la mujer, a su agresor”, continuó detallando, para explicar que, cumplidas las tres etapas, el ciclo de agresión se repite, porque, “después de esta fase, comienza la acumulación de la tensión, y con ella el (nuevo) inicio del ciclo”.
“En cada vuelta (reinicio), el periodo temporal entre fases se va reduciendo, hasta el momento en que desaparece la fase de luna de miel”, señaló, para puntualizar que, “así, la dinámica de la pareja estará centrada en la tensión y (el) posterior estallido violento”.
En opinión de Ruiz, “como podemos imaginar, esto tiene graves consecuencias físicas, psicológicas y morales sobre la mujer, pudiendo llegar incluso al asesinato”.
A manera de ejemplo, incluyó, en el texto, algunas cifras referidas a España.
En el país europeo, “la incidencia social de la violencia contra las mujeres queda establecida en las Macroencuestas de Violencia contra la Mujer, de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género”, señaló.
El muestreo más reciente -que correspondió a 2019- “muestra que el 14,2 % de las mujeres residentes en España han sufrido violencia física y/o sexual por parte de una pareja”, además de que “la violencia física se dio más de una vez en el 75 % de los casos, la sexual en el 86,2 %, y la violencia psicológica el 84,3 %”, informó la experta.
Por otra parte, indicó, citando la misma fuente, que “de las mujeres que han sufrido violencia en la pareja, el 49,6 % no buscó ayuda ni rompió la relación, mientras que, del grupo de mujeres que llegaron a denunciar o buscar ayuda en el exterior, el 81,9 % rompió la relación”.
Foto: Engin Akyurt