“Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres temen que los hombres las maten” – Margaret Atwood.

Una frase chocante, que levanta roncha cada vez que se utiliza. Porque no todos los hombres matan, hay muchos hombres buenos. Como dijo un presentador de televisión recientemente, refiriéndose en específico al caso de Eva Morera: “Habemos hombres que luchamos todos los días por dignificar y dejar en alto nuestro género, respetando a nuestras parejas, hermanas, madres, hijas, sobrinas y más mujeres a nuestro alrededor…”. Porque claro, respetar a las mujeres conlleva un esfuerzo enorme. No es como que cualquiera lo haga, así que aquellos que son tan valientes para luchar por “dignificar su género” respetando a las mujeres merecen un aplauso de pie. Y sobre todo si es tan valiente de respetar a las mujeres que tienen una relación de algún tipo con él: es que eso es al final lo que nos concede valor a todas, ¿no? Somos hijas, hermanas, primas, mamás, tías, abuelas, esposas… de un hombre.

El presentador Bernardo Romano unió su voz de lucha a la de muchas otras almas incansables, como el cantante de rock Andrés Eduardo de la Espriella, el periodista y comentarista deportivo Jonathan Salazar o la diputada de Restauración Nacional Floria Segreda. “La violencia no tiene género” afirman al unísono, mientras lloran lágrimas de sangre por Gerardo Cruz, asesinado hace algunos años bajo órdenes de dos mujeres, y cuyo homicidio, si bien fue doloroso, no representa ni un 1% en las estadísticas nacionales.

“Primero: ¿quién la mandó a meterse con semejante rata en un principio, ella con 15 y él con 21? Segundo: ¿qué fue a hacer a la casa de él si ya le había puesto una orden de restricción?” lanzó el periodista Jonathan Salazar, demostrando así por qué él no está “100% de acuerdo” con que la culpa nunca sea de la víctima. Y de paso deja claro que, en su opinión, las mujeres deberían esperar a que alguien “las mande” a meterse con un hombre, porque elegir por nosotras mismas con quién meternos no es una opción.

Parte de volvernos adultos es madurar, cambiar el chip e ir reconociendo ciertas situaciones que antes no reconocíamos.  Pero madurar, cambiar, no debe nunca ser sinónimo de olvidar. No olvidemos quiénes fuimos de jóvenes porque entonces es ahí donde caemos en juzgar a personas más jóvenes por cometer los mismos errores que cometimos nosotros. Dicen que “¿cómo se le ocurrió meterse con ese delincuente?”. ¿Y es que creen estas personas que cuando un agresor se acerca a echarle el cuento a una mujer lo hace mostrándose tal y como es? Ningún hombre llega con su carta de presentación y nos muestra un culrrículum lleno de violencia, delincuencia y adicciones. Muestran su mejor cara, a veces hasta se muestran vulnerables para entrar por el lado de la compasión, y a medida que la relación avance ellos escalan en violencia al mismo tiempo que escalan en manipulación psicológica.

“A Gerardo lo mandaron a matar dos mujeres…” dice Floria Segreda, quien valientemente ha tomado las filas de defensa de los inocentes hombres pertenecientes al #NotAllMen que busca acabar con la “violencia feminista” hacia estos seres inocentes. Y continúa su enternecedor discurso afirmando que la causa de los asesinatos es “la falta de Dios”, porque claro, todos sabemos que dentro de la comunidad cristiana nunca, jamás, ha habido un asesino.

¿Se olvida doña Floria, y todos los que repiten su discurso, que a Gerardo lo asesinaron dos hombres? Se olvidan también que Gerardo fue tachado, por hombres, de “metiche” cuando meses antes de su asesinato denunció a un funcionario de la Municipalidad de San José por acosar mujeres y tomarles fotos bajo la falda. Cuando fue asesinado y se confirmó que las autoras intelectuales de dicho crimen eran dos mujeres, la gente estalló en actitudes que casi parecían felicidad: “Se pronunció contra el acoso callejero y lo mataron dos mujeres”. Muchos han ido más lejos por estos días con un post en el que afirman que a Gerardo lo mató el feminismo.

¿A qué colectivos pertenecían estas dos mujeres? Cuántas veces han leído a mujeres feministas diciendo “Para qué se metió con ese tipo de mujeres?”, “¿Si se mete con chusma qué esperaba,?”, “A los hombres parece que les gustan las mujeres de ese tipo, parece que les gusta que los maten estas chusmas”, etc.

Ahí radica todo. Es esa forma de abordar los hechos lo que nos demuestra, de manera más contundente que cualquier discurso anti-feminista, que es el machismo el que propicia crímenes contra mujeres como Eva, Andrea, y tantas otras. Mueren más hombres que mujeres en el país. Claro que sí, y es triste porque estos hombres también tienen personas que hoy los lloran. Pero cuando un hombre es asesinado para robarle el celular nadie dice “Si anda un iPhone X, ¿cómo pretende que no lo maten?”. Cuando muere un hombre en un accidente vial nadie dice “Si maneja carro, ¿cómo espera no morirse en un choque?”. Nadie sale de una vez a decir como el dichoso periodista deportivo: “Uff, lo sé. Sé que esta publicación me va a costar muchos madrazos…”. Se entiende quién es la víctima de inmediato y se entiende que dicha víctima no salió de la casa con la emoción de que iba a morir, de que iba a ser asesinado.

Una relación tóxica no empieza con golpes en la primera cita, si fuera así, hace tiempo que los tóxicos estarían solos. Antes de juzgar a una mujer por la persona con la que se involucró, hagamos una revisión de nuestras vidas en retrospectiva. Recordemos cuántas veces nos involucramos con la persona equivocada, hombre o mujer. Recordemos cuántas señales de alerta tuvimos, y preguntémonos por qué esas señales no nos hicieron alejarnos de inmediato. Por qué seguimos con esa persona tóxica, con la esperanza de que lo malo en él o ella desapareciera a base del amor que les ofrecíamos. ¿No nos sentimos desilusionados o desilusionadas cuando al fin tuvimos que entender que era hora de irnos, de terminar con aquello? Si es difícil para una persona adulta alejarse de relaciones dañinas, imaginemos por un momento cuánto más difícil no lo es para una joven de 19 años que se enamoró a los 15.

Porque creo que toda persona adulta que ha estado enamorada sabe cómo funciona esto. Es científico: los primeros 12 meses aproximadamente son un enamoramiento absurdo, donde el cerebro segrega una sustancia que funciona como la droga, adormeciendo al cerebro y evitando que note ciertas cosas. Y cuando la etapa de enamoramiento pasa y empezamos a notar los errores ya nuestro cerebro ha idealizado a esa persona, y empezamos a perdonar pequeños actos violentos porque queremos mantener esa relación tan soñada como fue al principio.

Pero no dejemos de lado las hermosas palabras del ídolo del rock nacional: “La violencia más bien tiene su origen en la ignorancia y la baja educación. O será que nunca ha visto a un par de tierrosas dándose de golpes??” Además de hacer alarde del mismo machismo que ya ha reiterado este personaje en multitud de ocasiones, mete de manera sigilosa, casi inadvertido, un elemento más de esta sociedad costarricense: el clasismo. Habla de “tierrosas”, porque le cuesta mucho hablar de jóvenes de escasos recursos a quienes la educación las limitó a creer que entre mujeres hay que competir, muchas veces por “el amor de un hombre”. Y por supuesto, los femicidios en Costa Rica son todos cometidos por hombres pobres, con baja o nula escolaridad, y delincuentes. Nunca un defensor público, un publicista o un empresario ha asesinado a su pareja. Esos que fueron a la universidad no se casan con mujeres mucho más jóvenes que ellos y las agreden en sus hogares de las maneras más brutales.

Nunca hemos dicho que todos los hombres son asesinos. Pero han sido suficientes para que les tengamos miedo. Aunque entendemos que esta guerra no es contra los hombres. Es contra el machismo, la misoginia. Es contra las masculinidades tóxicas que crean machos violentos. Tenemos a muchos compañeros en nuestras trincheras, hombres que comprenden que la violencia contra las mujeres se ejerce de una manera sistemática. Que entienden que el discurso no es el mismo cuando asesinan a un hombre. Que son conscientes de que cuando hablamos de femicidas ellos no necesitan sacudirse, porque no es de ellos que hablamos.

Seguimos un patrón social que cría abusadores y víctimas, nos guste o no aceptarlo. Desde niñas nos cuentan cuentos de príncipes que besan princesas sin su consentimiento.  Desde muy temprano nos exponen novelas y películas románticas donde la mujer pasa la mayor parte del tiempo llorando por el “bueno”, por el “soñado” hasta que al fin su amor gana. Lástima que esas películas y novelas no nos muestren una realidad, lástima que no nos muestren lo que sigue después de que los protagonistas se casan, porque entonces quizá no venderían ni la mitad de lo que venden.

En multitud de ocasiones escuchamos a personas machistas afirmar que “muchas mujeres usan a sus hijos para vengarse de sus parejas, hasta ponen órdenes de restricción y hacen denuncias falsas para que el pobre no pueda ver a sus hijos”. ¿Qué hubiera pasado si el titular del viernes hubiera sido: “Mujer se niega a reunirse con expareja para que este vea a su hijo, porque él tiene orden de alejamiento”. Entonces muchos que hoy juzgan a esta joven por haber ido a la casa de su asesino estarían afirmando que ella lo hace por una venganza. Que a los hijos no hay que meterlos en pleitos de pareja. Que tampoco hay que ser exagerada.

Juana Rivas es una mujer española que estuvo casada con un italiano que la maltrataba. Pero este italiano no es un “chata” que vendía droga y estuvo en la cárcel. Es un hombre de negocios, millonario, poderoso. En dos ocasiones estuvo detenido por violencia contra Juana y sus hijos. Juana decidió dejarlo varias veces pero él siempre la manipulaba manteniendo la custodia de sus hijos gracias a su poder económico. Ella, desesperada, huyó con sus hijos y estuvo prófuga por varios meses, hasta que tuvo que entregarse y fue presa, mientras sus hijos eran entregados nuevamente al maltratador. El mundo se le vino encima: “es un secuestro, cómo le va a negar a un hombre ver a sus hijos?” decían la mayoría. Si Juana hubiese vuelto con él y hubiese sido asesinada, ya sabemos cuál sería el discurso: “Para qué volvió con un hombre que la agredía? Parece que se lo andaba buscando”.

El discurso general de la sociedad siempre juega en nuestra contra. Y no importa lo grave de la situación, quienes se niegan a aceptar el machismo imperante en nuestra sociedad siempre encontrarán una forma de echarle la culpa a la mujer violentada, y de paso, de pintar al feminismo como el movimiento malo de la historia. Pero no importa cuánto lo intenten los presentadores de televisión, los periodistas y los “artistas”, el feminismo sigue siendo hoy como desde su nacimiento, un movimiento por la búsqueda de la igualdad real de la mujer con respecto al hombre. No un “contra-machismo”, no un “hembrismo”, no un “feminazismo” y tantos otros pintorescos calificativos que le ponen para tratar de desacreditarlo.

Quienes se sienten aludidos y se sacuden cuando se habla de machismo son los machistas. Los que temen perder sus privilegios, quienes aún teniendo mujeres cerca a quienes dicen amar, quieren seguir viendo a esas mujeres como sus “cosas”, sus objetos de uso personal, y no como sus pares. Quienes se ofenden cuando se habla de femicidio, muy para nuestro pesar, son quienes posiblemente no descartan cometer uno en el futuro, y por lo tanto, quieren encontrar una forma de justificarlo desde ya.

En cuanto a la respetable diputada de Restauración Nacional, le vendría bien recordar que fue el feminismo quien le dio el derecho de hoy ser diputada de la República. Si no fuera el feminismo ella estaría hoy condenada a asear el hogar y criar hijos, sin posibilidades de soñar con su realización personal y profesional. Muy bien le vendría escudriñar la historia y contar las veces en que el machismo violentó derechos básicos, y compararlas con las veces que el feminismo haya hablado de quitarle un solo derecho real a una sola persona. Quizá eso le ayudaría a entender de qué va todo esto.

No se trata de quién murió o quién le mató. Sí, sería genial que nadie, al menos nadie bueno, muriera. Se trata de cómo tomamos cada caso. Desde qué perspectiva lo abordamos. La vida de quién empezamos a revisar y ventilar con cada crimen. ¿Es la de la mujer o es la del hombre?

Hay mujeres buenas y mujeres malas. Hay hombres buenos y hombres malos. No vivimos en un mundo blanco y negro, cada ser humano es una escala de grises interminable. Pero si usted como persona solo siente ganas de condenar a las mujeres que mandaron a matar a un hombre, mientras siente ganas de culpar una y otra vez a la mujer asesinada por su expareja, entonces su escala de grises tira bastante para el lado más oscuro.