
La poeta uruguaya Juana Fernández Morales (1892-1979), conocida como Juana de Ibarbourou, y convertida en Juana de América, escribió versos de contenido feminista y naturalista, con marcado componente erótico.
Solía decir que había nacido –en la ciudad de Melo, la capital del oriental departamento (provincia) uruguayo de Cerro Largo, fronterizo con el “gaúcho” sur brasileño- en 1895, aunque el registro local, firmado por dos testigos, indica que fue tres años antes.
Quizá se trató de la tradicional práctica femenina, vigente entonces, de declarar edad inferior a la real, ya que en ese discriminatorio contexto patriarcal –que persiste-, el atractivo de las mujeres era inversamente proporcional a sus años.
En frecuentes casos extremos, numerosas mujeres se negaban a revelar el año de su nacimiento –costumbre que, en realidad, tampoco fue ajena a algunos hombres, aunque en número obviamente menor-.
Sin perjuicio de la razón detrás de la discrepancia de fechas, y tomando como correcta a la oficialmente registrada, Juana se consolidó, a la edad de 17 años, como feminista, cuando publicó su primer trabajo, un ensayo sobre la situación de las mujeres, que tituló “Derechos femeninos”.
Tres años después, en ceremonia civil llevada a cabo en Melo, se casó con el capitán Lucas Ibarbourou, cuyo apellido tomó para, a partir de entonces, difundir su labor literaria –que también incluyó abundante prosa-.
La familia de Juana y Lucas –que ahora incluía a su hijo Julio César- se trasladó, en 1918, a Montevideo, la capital nacional, a unos 390 kilómetros al suroeste de Melo, y tres años después la pareja se casó nuevamente –esta vez, en ceremonia religiosa-, en la montevideana Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
No obstante un complejo proceso de adaptación ciudadana –a causa del abrupto cambio del escenario rural melense por el urbano capitalino-, Juana desarrolló, en Montevideo, su profusa producción literaria, iniciada incipientemente en Melo y consistente en una veintena de obras –mayoritariamente poéticas-.
Exponente de la vanguardia del feminismo latinoamericano, en su poesía, la belleza –lo mismo humana que de otras expresiones de la naturaleza-, con intensa carga erótica, se constituyó en componente esencial.
Esta labor produjo obras tales como “Las lenguas de diamante” (1919), “Raíz salvaje” (1922), “La rosa de los vientos” (1930), “Perdida” (1950), “Romances del Destino” (1955), “La pasajera” (1967), entre otras.
En prosa, escribió textos para niños -“Ejemplario” (1928), “Canto Rodado” (1958)-, además de la obra teatral infantil titulada “Los sueños de Natacha” (1945)-, así como un par de trabajos sobre temas religiosos –“Loores de Nuestra Señora”, “Estampas de la Biblia” (1934)-.
En medio de su producción literaria, un grupo de colegas poetas uruguayos y de otros países americanos –incluido el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959)-, la declaró Juana de América.
El homenaje, encabezado por Juan Zorrilla de San Martin (1855-1931) –uno de los principales exponentes de la poesía uruguaya- se llevó a cabo en el Salón de los Pasos Perdidos –el más amplio recinto del capitalino Palacio Legislativo, la sede del bicameral parlamento nacional-, en 1929 –once años después de que Juana y su familia llegaron a Montevideo-.
Al relatar la actividad, la poeta escribió que, para “el momento culminante, el de la entrega del anillo” elaborado por un orfebre local, Zorrilla de San Martín “fue el designado (…) y lo hizo con unas palabras breves y muy hermosas que me quedaron grabadas en el corazón: -Este anillo, señora, significa sus desposorios con América”.
A nivel latinoamericano, uno de los fuertes vínculos de amistad desarrollados por Juana fue el que estableció con su colega poeta y feminista puertorriqueña Nimia Vicens, a quien, en 1960, dedicó el poema “Reconquista”, en el que destaca el valor de la poesía.
La autora dedicó, esos versos, como “mi pequeño regalo de Pascuas para an Juan de Puerto Rico. Afectuosamente. -Juana de Ibarbourou”.