La mujer, tema central de la obra de Julia Rivera, ha ido creciendo, robusteciéndose y empoderándose, pasando de ser una humana simple y doméstica, a la mujer independiente, que habla, protesta, denuncia
He seguido la obra de Julia Rivera durante casi 30 años, desde sus inicios, recién graduada de la Escuela de Artes Plásticas y Diseño en Puerto Rico, con sus primeras exposiciones individuales y colectivas en galerías nacionales, seguidas de importantes centros de artes plásticas y visuales en Miami, New Jersey y New York.
La artista fortaleció sus conocimientos en pintura y escultura en el Studio Arts College International, SACI, Florencia, la Liga de Arte de Manhattan, New York y la Escuela Nacional de Bellas Artes en París, lo cual nos haría pensar que su sólida formación educativa, unida a su exitosa trayectoria profesional, incidiría -como ocurre con muchos artistas- en un cambio drástico en técnica, temática o ambas. Este no es el caso de Julia Rivera, que su trabajo evidencia una destacada evolución, pero, en la difícil habilidad de expresar nuevas sensaciones y emociones sin un cambio significativo en la imagen pictórica.
Por muchos años, la pintura y escultura de Rivera ha sido catalogada como expresionista, por la forma subjetiva de presentar la naturaleza y el ser humano, utilizando colores fuertes, dentro de una temática de soledad y angustia existencial, que eleva -a rango supremo-, la expresión de los sentimientos más que a la descripción objetiva de la realidad.
La mujer, tema central de su obra, ha ido creciendo, robusteciéndose y empoderándose. Pasa de ser una humana simple, melancólica, distraída, doméstica, a la mujer independiente, que habla, protesta, denuncia, y que -como símbolo de elocuencia e identidad- encarama en su cabeza adornos extravagantes e inusuales, como un racimo prominente de plátanos, follaje tropical, gorro pastoso de colores o un mapa. Sin embargo, en esa distorsión de la realidad, se mantiene el riguroso objetivo de impactar al espectador, llegando a su lado más emotivo e interior.
Una década después de su inicio como pintora y escultora, Julia Rivera comienza a experimentar con nuevos puntos de vista, ideas sobre la naturaleza y materiales, intervenciones de objetos, texturas, y recientemente, con la incorporación de reproducciones fotográficas de personalidades internacionales en sus pinturas, dándolo un toque de “art pop” a la obra.
También, como artista moderna, sustenta -en algunas de sus obras- la conciencia del desajuste y desencanto ante una realidad política y social degradada, que afecta a la sociedad e incita al cambio.
Ese crecimiento gráfico, con base en la experimentación reactiva de lo incomprendido, admirado y cuestionado, es lo que observé y sentí en cada una de las obras de Julia Rivera, en su nueva exposición denominada “Island muses: celebrating Puerto Rican women in art”, que se presenta en la galería iAM.
Mujeres musas, musas mujeres, vestidas de negro imponente para ser percibidas en su esencia estética y comunicativa, expresando ideas, emociones y la visión de un microcosmo isleño, con los ojos tapados (en presunta pasividad) por íconos nacionales. Estas imágenes -tomando la frase de Gastón Bachelard, “tiene un fondo onírico insondable y sobre ese fondo el pasado personal pone sus colores peculiares”.
Las musas isleñas celebran a la mujer puertorriqueña en el arte, como figura natural de sensibilidad, corporalidad, afectividad y femineidad universal, pero también en paralelo y contraposición, como categoría simbólica discursiva desconstructiva del cliché de hembra temperamental, exaltada y agresiva. Son mujeres -como en la mitología griega- que bajan a la tierra a susurrar ideas e inspirar a aquellos mortales que las invocan. A estas musas, parafraseando una frase de la escritora inglesa Mary Wollstonecraft, no le interesan tener poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas.
Lo grandioso de las musas de Julia Rivera es que han evolucionado, sin perder su identidad pictórica, pues es única su pincelada y espatulada de colores primarios sobre texturas escabrosas y rostros femeninos, generalmente, poco expresivos.
Cuando diviso una pintura con la figura una mujer a la par de una silla flotante o con una pila de tazas, un rostro con ojos oscuros agitanados y labios robustos rojizos, el busto de Ruth Bader Ginsburg con estallidos de colores en formas simétricas y asimétricas, no dudo que sea un “Julia Rivera”.