En Colombia, Guatemala, México y Perú han surgido en los últimos años grupos de autodefensa y protección ciudadana, como respuesta a la inercia o pobre desempeño de los órganos de seguridad pública

Los linchamientos callejeros es la principal acción de estos grupos que promueven los castigos violentos, especialmente a quienes roban. En este tipo de puesta en marcha de un veredicto comunal, los presuntos maleantes son azotados, quemados, golpeados, muchos de ellos hasta la muerte.

Esta corriente de justicia por mano propia, considerada por algunos sociólogos como una forma extrema de privatización de la violencia, que se convierte en una alternativa de falsa solución a los problemas de agresión y delincuencia, ha encontrado un asidero diferente en India, cuando Sampat Pal Devi, ciudadana de Bundelkhand, Uttar Pradesh, en el 2006, presenció en la calle la paliza que un hombre le daba a su esposa. Sampat se animó a intervenir en la riña, intentando proteger a la víctima, con golpes que lanzó y que también recibió.

Al día siguiente de la trifulca, Sampat -que había sido víctima de agresión doméstica por muchos años-, no temió desafiar el sistema de castas de su país, y en total insubordinación convenció a varias mujeres del pueblo de darle una lección al agresor, propinándole golpes con cañas de bambú, para que sintiera en carne propia lo que le hizo a su compañera de vida.

La voz de la justicia callejera corrió por Uttar Pradesh, y bajo el liderazgo de Sampat se conformó un grupo de vigilantes, en respuesta a la falta de apoyo policial para las víctimas de violencia doméstica. El distintivo del grupo, al que llamó Gualabi Gang, es el sari rosa -el único color que no representaba ningún partido político en India- y el lathis (grandes palos de bambú) para azotar a los agresores.

La pandilla de las saris rosas, conformada por mujeres entre 18 y 60 años -al que posteriormente se unieron hombres- comenzó a luchar por los derechos de las mujeres evitando los matrimonios infantiles, muertes por dote, crímenes de honor y agresiones.

Entre algunos ejemplos destacados de su activismo se encuentra la defensa de una mujer dalit (casta inferior, pobre, sin educación) en el 2007, abusada sexualmente por un hombre de casta superior, sin que el agravio se denunciara y procesara, a pesar de las protestas de los aldeanos. Gulabi Gang (con las mujeres vestidas de sari rosa) asumió la defensa de la víctima, y de los que fueron encarcelados por protestar. Al no obtener resultados apelando a la ley, al diálogo y las súplicas, irrumpieron en la cárcel, agredieron al policía y liberaron a sus “representados”.

El escarmiento público comenzó a hacer efecto, ya que algunos hombres del pueblo frenaron la conducta violenta hacia las mujeres.

Hoy Gulabi Gang cuenta con una membresía de aproximadamente 400,000 personas sencillas, de casta inferior, algunas de ellas desempleadas, otras trabajadoras agrícolas o con emprendimientos en venta de verduras, costura y comercio de productos básicos, que son apoyadas por el grupo.

Sampat Pal Devi, que no es actualmente la principal líder de la pandilla, pero continúa activa, afirma que hay algo peor que ser pobre en la India, que es nacer mujer. En una entrevista para la revista Còrtum comentó que las mujeres de casta baja y en zona rural, casi no tienen valor. “Primero debe obedecer al padre, luego al marido, y más tarde, al hijo”.

Aunque existen leyes que prohíben y castigan la violencia contra las mujeres en India, éstas no se obedecen, por eso optó por la justicia en mano propia en lugar de esperar la ayuda de los políticos y de organizaciones gubernamentales.

Gulabi Gang ha ampliado su radio de acción en defensa de los derechos humanos de las personas, brindando sus servicios de protección y justicia a través de estaciones instaladas en varios puntos de la zona de influencia, con un comandante encargado de la vigilancia y de atender los problemas menores de la comunidad.

A través del boca en boca las mujeres agredidas van a la policía para que las ayude, pero si esto falla, el grupo asume la defensa de la víctima.

Prueba de su beligerancia fue el asalto de Gulabi Gang a una oficina de electricidad en el distrito de Banda, en el 2008, para obligar a los funcionarios a restablecer el suministro eléctrico que habían cortado para obtener sobornos.

Su activismo local incluye desde la lucha por la opresión masculina, apoyo a protestas que exigen compensación por cosechas fallidas, el servicio comunitario de distribución de alimentos y granos a los aldeanos en áreas rurales, pensión a las viudas que no tienen los medios para mantenerse en su vejez, la creación de una empresa de tecnología y servicios que trabaja con organizaciones sin fines de lucro para la alfabetización tecnológica y la creación de una escuela para niñas en Banda.

Su efectividad ha logrado generar empatía, simpatía y tolerancia de parte de la policía local, que ha aceptado que el grupo les ha ayudado a resolver problemas que antes de su existencia no podían resolver.

Aunque hasta el momento no se ha registrado incapacidad o muerte de alguna persona sometida al castigo de los golpes del lathis, algunos sectores consideran que cualquier grupo que toma la justicia en sus manos reproduce y aumenta los niveles de inseguridad, además de poner en riesgo la legitimidad de las estructuras del estado democrático.

No me alarma ni me acongoja que un grupo de mujeres, con la seguridad de los hechos que confirman la violencia doméstica- y en ausencia de un sistema de justicia que actúe en contra del sistema social de castas- apliquen la ley del Talión, la cual alude a la justicia retributiva: el castigo se impone en forma equitativa y recíproca acorde al crimen cometido. Sin embargo, toda acción correctiva debe tener su límite y espero que Gulabi Gang nunca llegue al asesinato como respuesta al femicidio.

La dualidad de la agresión para apaciguar o detener la violencia, es tan contradictoria como algunas frases del coterráneo de Sampat Pal Devi, Mahadma Gandi, cuando afirma “Ojo por ojo sólo todo el mundo quedará ciego”, “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”, pero sostiene que “El silencio se convierte en cobardía cuando la ocasión exige decir toda la verdad y actuar en consecuencia”.