Dos grandes prodigios de la música, una opacada por su hermano y la otra por su esposo; en Revista Petra las recordamos.
Esta no es la clásica historia de personajes que fueron negados o censurados debido a su género. Por supuesto que la popularidad de estas mujeres en ámbitos de cultura popular no es tan alta como la de los hombres que comparten su apellido, pero pese a la época en la que vivieron fueron respetadas y admiradas, y de hecho, esenciales en el desarrollo profesional de los entes masculinos anteriormente aludidos.
A pesar que Clara y Maria Anna nacieron a casi un siglo de diferencia una de la otra (1819 y 1751 respectivamente), comparten varias similitudes. La primera y más importante: su amor por la música. La segunda, su sangre germana. La tercera, haberse criado rodeadas de músicos y compositores.
Desde una muy corta edad ambas fueron instruidas en el mundo de las armoniosas notas de sonidos y silencios por sus respectivos padres –profesores de música–, dando como resultado dos pequeñas ‘prodigio’, con un talento tan excepcional hasta el punto en que Clara Wieck dio su primer recital ante un gran público a la edad de 11 años; y por su parte, Maria Anna se convirtió en una de las principales inspiraciones de su hermano menor Wolfgang Amadeus. Cuando éste último la vio tocar el piano bajo la tutela de su padre, Wolfgang descubrió qué era lo que quería para su vida: ser como ella, músico.
Wolfgang y Maria Anna Mozart
Al crecer, ambas siguieron desarrollando su virtuosismo musical, pero se acercaba una edad crucial: la del matrimonio. En este punto los destinos de las dos diferirán para siempre. Maria Anna hará caso a la voluntad de su padre –muy acorde a la época– y sacrificará su futuro prometedor como compositora para llevar una vida matrimonial con un hombre adinerado, aprobado por su padre. Sobra resaltar (aunque de todos modos lo hago) que esto era lo más importante para una mujer de buena clase en aquellos años; la sociedad no necesitaba buenas músicas, sino buenas esposas. Clara, por otro lado, aunque también decide casarse, lo hará con otro estudiante de música en ese entonces desconocido, Robert Schumann, el cual no tenía la aprobación del profesor de ambos y padre de la joven, desembocando en una ruptura en la relación padre-hija.
Mientras Maria Anna se entregaba a la vida doméstica y a la crianza de sus hijos e hijastros, Clara continuó su vida profesional a pesar de también compartir labores de esposa y madre. Robert, que pasaría a la historia como un gran compositor, siempre la respetó y admiró. Se dedicaban composiciones entre otras aventuras maritales musicales. Como dato importante, Clara, que poseía mayor capacidad ejecutora, interpretaba las obras de su esposo puesto que éste no era tan buen pianista como era compositor.
El talento de Clara era tan ovacionado que compartió escenario con otros músicos importantes como los violinistas Joseph Joachim y Niccolò Paganini, y su reputación era tal que la consideraban al nivel de grandes de la época como Franz Liszt y los ya mencionados. Sin embargo, al parecer constantemente dudaba de ella misma y de su capacidad como compositora, comparándose con otros músicos y sintiéndose inferior, por lo que no dejó muchas obras propias y se dedicó más que todo a ser concertista, a interpretar (y a veces a mejorar) obras de otros compositores, incluyendo las de su marido. A pesar de su no muy alta autoestima, sus creaciones se han conservado muy bien (una muestra aquí). Después del fallecimiento de su esposo, Clara mantuvo una relación sentimental con Johannes Brahms, otro compositor destacado y amigo cercano de la pareja Schumann. Ella dedicó gran parte de sus conciertos a ejecutar las obras de Robert, por lo que gran parte de la fama del mismo se la debemos a ella.
Robert y Clara Schumann
En cuanto a Maria Anna, no se podría decir que tuvo tanto éxito como Clara. No han sobrevivido composiciones suyas aunque hay testimonios de haber existido pues ella es mencionada con admiración y cariño en cartas que le escribió su hermano Wolfgang hasta el eventual distanciamiento de ambos por causas no muy claras. Después de la muerte de su marido se dedicó a ser profesora de piano, aunque su reencuentro con la música no la salvó de morir en soledad.
¿Habrían podido Robert Schumann y Wolfgang Amadeus Mozart alcanzar lo que lograron sin la presencia en sus vidas de Clara y Maria Anna?, porque todo indica que a ellas les hubiera ido bien de todas maneras.