Las luchadoras por los derechos de la mitad de la población regional tienen un espacio esencial -aunque no siempre reconocido- en la historia, un espacio abierto con fenomenal esfuerzo, con un brutal componente de sufrimiento
La vida, el desempeño de mi carrera periodística -local e internacional-, y la combinación vida-profesión, me han conectado -desde el conosureño Uruguay, hasta la mesoamericana Nicaragua- con latinoamericanas quienes, sin excepción, son mujeres admirables, son modelo para niñas y para otras mujeres, y son muestra de que el mediocre patriarcado no siempre impone su retrógrada conceptualización de las relaciones humanas.
Las luchadoras por los derechos de la mitad de la población regional tienen un espacio esencial -aunque no siempre reconocido- en la historia, un espacio abierto con fenomenal esfuerzo, con un brutal componente de sufrimiento, con inclaudicable convicción, desde las sufragistas hasta las presidentas, pasando por las guerrilleras.
En una región donde -al igual que en otras- el machismo constituye una tóxica fuerza que atenta contra la igualdad de género, las latinoamericanas vienen, durante generaciones -particularmente desde el final del siglo 19-, haciendo camino, tenazmente superando prejuicios, hacia el ideal cierre de las injustas brechas en todos los órdenes.
Mis superheroínas -a quienes además de haber conocido, admiro intensamente- son, en sus respectivos campos de acción, en sus respectivos marcos de tiempo, en sus respectivas coyunturas sociales y personales, mujeres de carácter -entendido esto, por ejemplo, como fuerza de alma, como capacidad para enfrentar y resolver situaciones, como sensibilidad para identificarse con víctimas de injusticia-.
MARÍA
Al final del siglo 19, en un sector del Uruguay rural -en el suroeste del país-, María -mi abuela paterna- era maestra.
Allí conoció a su colega español Enrique, un republicano andaluz de ascendencia árabe quien, perseguido como el antimonárquico que era, llegó, en fuga a Uruguay.
Juntos se dedicaron a enseñar, en la escuela que ocupaba una parte de su modesta casa, en una apartada comunidad en el campo -su hijo, también Enrique, decía que “sembraban alfabeto en la mesa sin pan”-.
Con el tiempo, la paciencia de María se colmó, al verse imposibilitada de que Enrique -a quien sus amigos andaluces llamaban “El Moro”, por su mestizaje, y “El Bueno”, por su naturaleza-, superase el alcoholismo, razón por la cual, no obstante el patriarcado imperante en esa época/en ese lugar, decidió dejar a su marido.
Combinando labor docente con el tradicional trabajo doméstico no remunerado, siguió dando admirables muestras de carácter cuando, al inicio del siglo 20, en el marco de los conflictos arados entre liberales y conservadores -característicos de ese tiempo en América Latina-, convirtió su casa/escuela en improvisado hospital, donde, con apoyo de amigas, se dedicó a curar heridos -de ambos bandos-, llevando, en cuadernos escolares, un detallado registro de pacientes.
María participó en algunas etapas de avance tecnológico, habiendo, por ejemplo, pasado de transportarse en carreta y en diligencia en las zonas donde enseñaba, a mirar programas de televisión en Montevideo, la capital del país, donde se estableció.
Y en Montevideo, siguió enseñando a leer/escribir, ahora a nivel personal -y con más de 90 años-, habiendo sido sus últimos alumnos -en orden cronológico- yo, mi hermano menor, y una de mis sobrinas.
DINORAH
Montevideo, en la década de 1920, era la capital de un país que se perfilaba como la sólida democracia que llegó a ser -y que sigue siendo, porque la corrupta/criminal dictadura (1973-1985), la golpeó, brutalmente, pero no pudo destruirla-.
Legislación social -con intenso enfoque de género, aunque entonces no se usaba esta terminología-, legislación laboral -decididamente favorable a los trabajadores-, educación pública gratuita desde la etapa preescolar hasta la graduación universitaria, seguridad social ejemplar, estabilidad política, cero injerencia militar, eran algunos rasgos que caracterizaban a uno de los territorialmente más pequeños países sudamericanos, y que los identificaban como “la Suiza de América Latina”.
Entonces, adolescente, Dinorah -hija de una gaúcha brasileña- era una estudiante del Colegio de Señoritas, la institución dedicada a enseñar a niñas -aunque el sistema educativo estatal era mixto, pero con esta opción para quienes la prefiriesen-.
En algún momento, el alumnado femenino formuló algunos reclamos al entonces ministro de Instrucción Pública (Educación).
Las estudiantes realizaron un platón de protesta frente al ministerio, para dar más fuerza a su reclamo, el que fue escuchado por el ministro -Enrique, el hijo del matrimonio uruguayo-andaluz de final de siglo-.
Durante la breve interrupción de la democracia uruguaya, por una efímera dictadura civil (1933-1938) -encabezada por un presidente autogolpista-, enrique fue desterrado a Brasil -específicamente a Rio de Janeiro, entonces la capital nacional, donde entró en contacto con una familia brasileña-uruguaya.
Así fue cómo Dinorah -la ex alumna- y Enrique -el ex ministro-, se conocieron -y se casaron-.
Durante su período brasileiro, la pareja emprendió un complejo/extenso recorrido por el Río Amazonas, entrando en contacto personal con numerosas comunidades indígenas, como parte del proyecto, de Enrique, de escribir un libro sobre la incursión colonizadora española en esa zona.
Regresados del fascinante viaje, Enrique recibió una carta, de un a migo en Uruguay, indicándole que el gobierno de Ecuador -país que venía de perder, en una guerra petrolera con Perú, casi toda su selva amazónica- estaba convocando a un concurso literario para reivindicarse de esas derrotas. El plazo vencía en un par de semanas.
Dinora y Enrique se constituyeron, así, en fuerza de tarea.
En un tiempo en el cual ni se soñaba con cosas tales como computadoras, enrique escribía, durante el día, a mano, los capítulos, y Dinorah los transcribía, a máquina, durante la noche/madrugada -luchando con la virtualmente ilegible caligrafía de su marido-.
Cumplida la tarea, enviaron el texto, a Quito -la capital ecuatoriana-.
Titulado “Pasión y crónica del Amazonas”, el libro relata el viaje que el español Francisco de Orellana (1511-1546) realizó, de febrero a agosto de 1542, desde Quito, hasta la desembocadura, en el Océano Atlántico, del río más extenso y más caudaloso a nivel mundial. O sea que reivindica la innegable condición, que Ecuador tiene, de país amazónico.
Poco después, la gran noticia: el libro se llevó el único premio.
En la dedicatoria impresa -al final de la obra-, Enrique le expresó, a Dinorah, que “este libro es tuyo, profundamente tuyo”.
LIDIA
En la Bolivia de la permanente inestabilidad política, de los interminables golpes y contragolpes de Estado, de las sucesivas dictaduras militares que el siglo pasado se adueñaron del país y reprimieron, con sus contrapartes sudamericanas, fuera de fronteras en el nefasto Plan cóndor, en el país de las flagrantes violaciones a los derechos humanos, ocurrieron algunos períodos de gobiernos civiles.
Uno de ellos fue el encabezado (noviembre de 1979 a julio de 1980) por la izquierdista Lidia Gueiler, quien asumió interinamente la presidencia, en el marco de una de las crisis políticas del mediterráneo país sudamericano, y fue derrocada por la habitual vía nacional del golpe militar.
Se trata de la segunda latinoamericana llegada a la presidencia de un país -luego de la argentina María Estela Martínez (1974-1979), popularmente conocida como Isabel, o Isabelita-.
En el desempeño, como vicepresidenta, durante el último gobierno (1946-1952, 1952.1955, 1973-1974) de su esposo, el general Juan Perón, lo reemplazó en el cargo, cuando falleció el populista gobernante.
Sin embargo, ambas llegaron al cargo interinamente, en el marco de crisis institucionales -no por elección popular-.
A lo largo de los 89 años que vivió (1921-2011), Lidia fue activa en el ámbito político revolucionario, habiendo pertenecido, sucesivamente, al Movimiento Nacionalista Revolucionario (Mnr), al Partido Revolucionario de la Izquierda Nacionalista (Prin), y al Frente Revolucionario de Izquierda (Fri).
Además, participó en la histórica Revolución del 52 (abril de 1952), proyecto político encabezado por el Mnr, a partir del cual ese partido gobernó -con enfoque social, apoyo al campesinado, derecho de las mujeres al voto, protección ambiental- hasta que lo derribó el golpe militar de 1964.
Entre los principales dirigentes del proceso revolucionario, figuran el cuatro veces presidente (1952-1956, 1960-1964, agosto a noviembre de 1964, y luego de la revolución en 1985-1989), Víctor Paz Estenssoro, y el dos veces presidente (1956-1960, y luego de la revolución en 1982-1985), Hernán Siles Zuazo.
Lidia participó, en 1948, en la organización de los Grupos de Honor del Mrn, células del partido que se mantuvieron activas durante la Revolución del 52.
Durante el movimiento revolucionario, se desempeñó en actividades tales como asistencia a heridos, lo mismo que en la distribución de armas a los combatientes emerrenistas.
En mi cobertura periodística de las elecciones bolivianas de 1980, al partido fundado por el ex dictador (1971-1978) y ex presidente (1997-2001) Hugo Banzer -la ultraderechista Alianza Democrática Nacionalista (Adn)- no le gustó una de las numerosas notas que escribí, por lo que emitió un calumnioso -y altamente peligroso- comunicado, exigiéndole, a la presidenta, mi “expulsión de Bolivia, por difamador”.
Uno o dos días después, Lidia y yo nos conocimos durante un desayuno que, previo a la jornada de votación, la presidenta ofreció a los corresponsales internacionales quienes llegamos para cubrir la inminente elección.
Al presentar a cada uno, el entonces presidente del gremio periodístico boliviano -el colega corresponsal internacional, y amigo, René Villegas-, le explicó que yo era el “difamador”, lo que generó numerosas bromas, de los colegas y de la presidenta.
A partir de entonces, en cada actividad oficial que ella cumplió y que yo cubrí, la presienta y yo, desarrollamos, riéndonos, el siguiente diálogo
“Cómo? ¿Todavía está aquí? ¿Todavía no lo echaron?”
“Si usted no me echa, nadie me echa de este país”.
Ganada la votación -como era el pronóstico general-, por Siles, algunos días después, ocurrió uno de los más brutales golpes de Estado en la violenta historia boliviana, para evitar la nueva presidencia del dirigente.
Fue así como la presidenta Lidia fue derrocada por el criminal/corrupto Luis García Meza -su primo-.
VIOLETA
La primera presidenta que gobernó por elección popular, en América Latina, fue la nicaragüense Violeta Barrios.
Su historia -como la historia de Nicaragua- está marcada por la violencia política.
Su esposo, el periodista, dirigente antisomocista, y director del histórico diario local La Prensa, fue asesinado, el 10 de enero de 1978, en Managua, cuando se dirigía al periódico.
Además de responsabilizar al entonces dictador (1967-1979), el general Anastasio Somoza Debayle, por el crimen, doña Violeta -como se la conoce popularmente, en Nicaragua-, asumió la dirección de La Prensa, y el ideario de defensa de los derechos humanos y la democracia impulsado por Chamorro.
Derrocada, en 1979 la dictadura somocista, se convirtió en la única mujer integrante de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (Jgrn) que operó hasta 1985, bajo la coordinación de Daniel Ortega.
Por discrepar con el rumbo que tomaba la Jgrn, Violeta renunció, y se dedicó, al frente de La Prensa, a oponerse al gobierno revolucionario (1979-1990).
La elección presidencial de 1990, en la cual Violeta fue la candidata por la derechista Unión Nacional Opositora (Uno), marcó la primera de tres derrotas consecutivas (1990, 1996, 2001) de Ortega, como candidato por el ex guerrillero Frente Sandinista de Liberación Nacional (Fsln).
Fue así como América Latina tuvo, en Nicaragua, su primera presidenta (1990-1997) por la vía de votación popular.
Su mandato -dos años más extenso que el habitual quinquenio, a causa de la crítica situación política que Nicaragua enfrentaba-, se caracterizó por cruciales problemas entre los cuales se destacaron la desmovilización de la fuerza mercenaria proestadounidense conocida como “la contrarrevolución” o “la contra”, la crisis económica heredada del gobierno previo, y la gobernabilidad comprometida por la incesante oposición del Fsln.
Habiendo cumplido la mayor parte de la intensa campaña electoral, soportando yeso a raíz de una fractura en una pierna, Violeta -por lo general vestida de blanco, en alusión a su voluntad de logar la pacificación- fue la presidenta necesaria, en ese preciso momento de la historia nicaragüense.
En mi cobertura periodística de sus actividades -proselitistas, primero, y presidenciales, después-, se hizo habitual, en nuestros diálogos, en medio de declaraciones a periodistas, el siguiente intercambio amistoso:
“Vos sos nica?”
“No, doña Violeta, usted sabe que no soy nica”
“¿Pero, te gusta Nicaragua?”
“Sí, doña violeta, me encanta”.
Volviéndose a los demás colegas:
“Ven? Los extranjeros que vienen, se enamoran de Nicaragua”.
LAURA
La calidad -lo mismo humana que política- es una de las características más fuertes de Laura Chinchilla, la primera presidenta costarricense.
En un contexto patriarcal poco favorable para desempeñarse en un cargo históricamente asignado a hombres, y en un hostil entorno regional -caracterizado por conflictos fronterizos con la vecina Nicaragua, y gobiernos encabezados por delincuentes disfrazados de presidentes- la presidenta se posicionó, a nivel continental, como la líder que cumplió el lema de su exitosa campaña proselitista -Laura: firme y honesta-.
El recurrente choque entre Nicaragua y Costa Rica, en torno al río San Juan -que marca algunos tramos de la frontera binacional de unos 309 kilómetros-, tuvo características de machismo agresor contra la presidenta.
Originado, en este caso, por el dragado del río, por parte del gobierno de Ortega -actividad que Costa Rica denunció, en 2010, como ambientalmente perjudicial para la zona, lo que generó la presentación del caso en la Corte internacional de Justicia-, el entonces encargado de esa zona, el ex guerrillero sandinista y ex jefe contra Edén Pastora, tuvo actitudes y expresiones ofensivas respecto a la jefa de Estado.
Por ejemplo, en varias entrevistas que dio a estaciones de televisión lo mismo costarricenses que nicaragüenses, Pastora -conocido por su patanería y su escaso nivel intelectual, sin mencionar el cultural-, se ubicó, en la orilla del río, de tal manera que detrás suyo se viese una draga que bautizó con el nombre “Laura”.
También a nivel centroamericano, la presidenta tuvo que lidiar con corruptos presidentes cuyos respectivos mandatos coincidieron parcialmente con el suyo (2010-2014), e invariablemente marcó, a base de conducta, la abismal diferencia entre su ejemplar trabajo, y la delictiva tarea de esos turbios personajes.
Se trata, entre otros, de los salvadoreños Mauricio Funes (2009-2014) y Salvador Sánchez Cerén (2014-2019), ambos, prófugos de la justicia, acusados, respectivamente, de haber cometido delitos tales como, respectivamente, millonaria sustracción de fondos estatales, y millonario desvió de fondos estatales.
Ambos se refugiaron en Nicaragua, donde el gobierno de Ortega les otorgó la nacionalidad de ese país.
Otro delincuente cuyo espurio gobierno coincidió, algunos meses, con el mandato de la jefa de Estado costarricense, es el narcopresidente hondureño Juan Orlando Hernández (2014-2018, 2018-2022) -actualmente enjuiciado, en Estados Unidos, como lo fue su hermano Tony, por haber participado en actividades de tráfico de drogas, y recibido financiamiento por ello-.
Una de las prioridades nacionales del gobierno de Laura, fue de evidente sensibilidad social, ya que se enfocó en las mujeres trabajadoras o en procura de serlo, principalmente jefas de familia, y en sus hijos menores de edad.
Se trata de la iniciativa que la presidenta describió como la red de cuido, establecida el 8 de mayo de 2010 -el día en que asumió el cargo-.
Las Redes Nacionales de Cuido y Desarrollo Infantil (Redcudi) -su definición oficial-apuntan a la atención de menore de hasta siete años, en núcleos familiares en situación de pobreza.
Esta atención es clave para facilitar la inserción, de las jefas de esos hogares, en el mercado laboral nacional, o para apoyar a las trabajadoras a mejor desempeñarse.
Esta acción social ha recibido reconocimiento de organizaciones internacionales en el campo de los derechos de la niñez y de las mujeres.
La primera presidenta de Costa Rica también fue la primera viceministra y la primera titular de Seguridad (respectivamente, en 1994-1996 y en 1996-1998) que tuvo el país centroamericano.
Su experiencia en este campo, le permitió implementar iniciativas tales como la Política de Seguridad Ciudadana y Paz Social (Polsepaz), ante una escalada de acciones delictivas que incidieron en disparar la tasa de homicidios.
La Polsepaz contribuyó a reducir, drásticamente, esos incidentes criminales, y redujo, en más de 50%, la proporción de femicidios.
La ex presidenta desarrolla, desde entonces, intensa actividad a nivel de foros regionales e internaciones, lo que ha incluido la dirección de la Misión de Observación Electoral (Moe) de la Organización de los Estados Americanos (Oea) asignada a monitorear las elecciones realizadas en noviembre de 2016 en Estados Unidos.
Desde que fue legisladora (2002-2006) y se opuso a la instalación, en Costa Rica, de una academia supuestamente policial, pero de características militares, cuando se candidateó y ganó la postulación presidencial (2009) -me dio, esa noche, en su casa de campaña, las primeras declaraciones a un corresponsal internacional-, y durante su presidencia -la que cubrí permanentemente-, desarrollamos un vínculo de entendimiento y credibilidad mutuos.
Después de algún tiempo sin vernos, coincidimos, en Costa Rica, en una actividad relacionada con derechos humanos.
Cuando, luego de haber ambos expresado la satisfacción del reencuentro, le comenté que, además de haber dado, sostenidamente, durante décadas, cobertura periodística a ese campo, ahora tengo activa participación en esa área, Laura me dijo: “no podía esperar menos, de vos”.
SOFÍA
Líder feminista, líder Negra, defensora de los derechos humanos, y guerrillera, Sofía complementa, maravillosamente, carácter y sensibilidad.
Al describirla, uso su chapa -su nombre en la guerrilla-, para mantener compartimentada su identidad.
Su padre fue combatiente en el emblemático Ejército Defensor de la Soberanía Nacional -la fuerza guerrillera que, con Sandino al frente, expulsó -en 1933-, de Nicaragua, a la entonces más poderosa fuerza militar del planeta.
Obviamente, la venganza imperial fue terrible: más de cuatro décadas (1933-1979) de dictadura somocista.
Pero la guerrilla de Sandino, lo consiguió -como, décadas después, lo conseguiría otra de las más fenomenales fuerzas guerrilleras a nivel mundial: el Vietcong, con el genial Ho Chi Minh al frente-.
El padre de Sofía se incorporó a la fuerza de Sandino, después de su graduación en la Academia Militar de Honduras, centro de adoctrinamiento del que salió repudiando a los chafas catrachos (en idioma local: militares hondureños).
En reconocimiento a su valentía, Sandino le dio el grado de coronel, estatus que hasta el criminal/corrupto establishment militar de Honduras le reconocía, por saber que lo había ganado en combate.
Los chafas se dirigían a él, por ese grado, y se referían, a él, como “el coronel”.
Cuando Sofía era adolescente, en la década de 1960, su padre fue detenido, hospitalizado -aunque no padecía nada-, y desaparecido.
Heredera activa de la naturaleza revolucionaria de su padre, Sofía -una maestra feminista, además de antimperialista, y tenazmente opuesta a la corrupción criolla- se incorporó, en la década de 1970, a uno de los movimientos guerrilleros del país -que eran contemporáneos de otras organizaciones rebeldes tales como, entre las más mundialmente conocidas, los Tupamaros uruguayos, los Montoneros argentinos, las Farc colombianas, el Fsln nicaragüense-.
Transcurrida su etapa en la insurrección armada, se dedicó a la docencia, y se casó con un fanático religioso cuya violencia machista la hospitalizó reiteradamente.
Esa situación, en lugar de amedrentarla, la fortaleció como defensora de los derechos de las mujeres, valiente actitud que la convirtió en uno de los referentes nacionales en ese campo.
En el transcurso de su actividad docente en el pésimamente asalariado sector educativo estatal, tuvo dos hijos -antes de divorciarse del patán agresor-, y adoptó a otros cuatro, hijos de dos hermanos de Sofía asesinados en el marco de la endémica violencia nacional.
Mantener a seis niños, en Tegucigalpa, como madre soltera y con salario de maestra del sistema público, se presentó, a Sofía, como una tarea imposible.
De modo que, apoyada en su inquebrantable carácter de luchadora, optó por una solución drástica y de rendimiento económico rápido: el trabajo sexual.
Mantuvo, el tiempo que fue necesario, ambas labores -la docente y la sexual-, además de desarrolló intensa militancia feminista y política -esencialmente, antimilitarista y antidictatorial-.
Su antecedente guerrillero, y su oposición a los regímenes de facto -apoyados por Estados Unidos y por las dictaduras sudamericanas de la época, principalmente la argentina, la brasileña, la chilena, la uruguaya-, se combinaron para su secuestro, durante algunas horas, en 1980.
Caminando una tarde, por una calle de Tegucigalpa, fue violentamente sorprendida y encapuchada por unos tipos quienes la metieron a un carro, y la llevaron a lo que resultó ser una habitación en un lujoso hotel capitalino.
Por debajo del borde de la capucha, logró ver que sus secuestradores eran militares, y, por el hablado, percibió que, algunos, eran argentinos.
Conectada a un polígrafo -un detector de mentiras- fue interrogada, durante extenuantes horas, sobre sus actividades guerrilleras pasadas, su presente feminismo, y su antimilitarismo. No le sacaron nada.
Sofía venció, simultáneamente, al polígrafo, a la inteligencia militar criolla, y a la inteligencia militar argentina.
Tiempo después, habiendo Sofía y yo entrado en contacto durante una actividad feminista, y habiendo realizado numerosas entrevistas periodísticas, todo lo cual nos generó un vínculo fuerte, estábamos, una tarde, sentados en el Parque Morazán -en el exacto centro de Tegucigalpa-.
Sofía interrumpió, de pronto, la conversación, y, señalando a un tipo con unos cuantos años encima, me dijo, con una mezcla de rabia y resignación: “ese, es el que desapareció a mi padre”.
BERTA
El liderazgo de la admirable Berta Cáceres, no terminó cuando sicarios la mataron, a balazos, una madrugada, en su casa.
La consigna surgida entonces, en medio de la rabia y el dolor de alma, persiste y es clara: “Berta vive! ¡La lucha sigue!”.
Esa fenomenal indígena lenca hondureña marcó un camino de rectitud, de ética, de resiliencia en el violento, corrupto, machista entorno sociopolítico de Honduras, el cuadro de situación que impide que la abrumadora mayoría de la población carezca de oportunidades, viva en inseguridad general, tenga que emigrar para ver si, cumpliendo el hipotético “sueño americano”, se construyen una mejor existencia.
Berta fue una indoblegable y múltiple defensora –de las mujeres, los indígenas, de los campesinos, del ambiente, de los derechos humanos-.
Los promotores del eterno statu quo de corrupción machista, criminalidad políticoempresarial, delincuencia organizada, amparados en la endémica impunidad -una de las más degradantes características del histórico estado de cosas nacional, vieron, recurrentemente, fracasar los incesantes intentos por hostigarla, difamarla, intimidarla.
De modo que, cuando ese incuestionable liderazgo adquirió proporciones que les resultaron inmanejables, optaron por lo que mejor saben hacer en tales casos: la asesinaron.
El liderazgo de esa activista de carácter y sensibilidad en exacta combinación, fue una construcción personal caracterizada por el esfuerzo, por el choque frontal con las adversidades, por la inmunización/el blindaje que la convicción de una lucha justa genera frente a las amenazas, a las agresiones, a los peligros que se multiplican.
Berta fue ejemplar protagonista de tan simultáneas riesgosas luchas.
Su constante y múltiple batallar justiciero tuvo temprano inicio, lo que incluyó, en marzo de 1993 –cuando tenía 22 años-, la fundación –conjuntamente con su entonces pareja, el también dirigente indígena Salvador Zúniga- de uno de los principales referentes nacionales -e internacionales- de movilización de la base: el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh).
Por la visionaria orientación de su fundadora, el Copinh cubre frentes de acción tan variados como la promoción del respeto a los derechos humanos –en particular las garantías de las mujeres-, la reivindicación de la cultura indígena, la defensa de los recursos naturales.
En todas esas trincheras, Berta estuvo en primera línea, conducta con la cual construyó -a base de ejemplo, de valentía, de ética- un liderazgo que se convirtió en una indetenible fuerza de empoderamiento para sectores particularmente vulnerables de la masivamente vulnerable población hondureña.
En mi cobertura periodística regional centroamericana, al incursionar en Honduras se me presentó la privilegiada posibilidad de conocer y apoyar a Berta, su esfuerzo, su decisión de luchar -en uno de los países más peligrosos del plantea- por la justicia social.
Soy testigo y acompañante de la valentía de esa dirigente integral quien lo mismo caminaba en manifestaciones convocadas por el Copinh o por otras organizaciones –en general, bajo represión policial y militar-, que participaba en actividades en organismos internacionales.
También convocaba a actividades nacionales y regionales, para capacitar a dirigentes principalmente indígenas y campesinos en la defensa de sus derechos, para animar a las mujeres a, organizadamente, empoderarse para quebrar el machismo agresor, para intercambiar experiencias con ambientalistas.
Durante la cobertura periodística que di a una asamblea continental de organizaciones indígenas y campesinas, convocada por el Copinh, en Tegucigalpa -la capital hondureña-, en la sede una organización sindical local, me involucré en el trabajo de redacción de documentos para los trabajos del encuentro, y de comunicados para informar sobre los resultados.
Culminada la jornada de cierre, en el salón donde produjimos esos materiales, en presencia de las compañeras y los compañeros participantes en el trabajo, Berta me miró, sonriente, y usando la expresión con la que siempre me hablaba, me dijo, sonriente, emocionándome el alma: “hermano: ya sos un indígena honorario”.
La emoción surge, fuertemente, cuando, como ahora, describo ese momento.
También surge cuando, como ahora, pienso en nuestro último diálogo -incluida la última de incontables entrevistas periodísticas que hicimos-, en Costa Rica.
Junto con la emoción, surge, con igual intensidad, la imborrable rabia generada por ese asesinato.
El Copinh dice, con toda propiedad: ¡Berta vive! ¡La lucha sigue!
Yo agrego, intensamente: ¡¡¡Berta es lucha!!!