Madeline Albright, fallecida el 23 de marzo, en Estados Unidos, marcó algunos hitos -para bien y para mal- en la diplomacia de ese país.

Nacida como Marie-Jana Körbelova, en 1937, en Praga -la capital de la entonces Checoslovaquia, actualmente, las repúblicas Checa y Eslovaca-, Albright fue protagonista de una historia de éxito en cuanto a lograr el “sueño americano”.

Su infancia tuvo dos momentos -respectivamente, europeo, hasta la edad de 11 años, y estadounidense, a partir de entonces.

Ello, debido a que su padre, el diplomático Josef Korbel, de ascendencia judía, debió exiliase, en 1939, a raíz de la ocupación alemana nazi, ocurrida un año antes, a lo que siguió la instalación de un régimen comunista (1948-1989).

En tal contexto, Albright llegó, en 1948, a Estados Unidos, donde su familia se asiló, argumentando que, por su oposición al segundo, el regreso al país europeo era imposible.

Albright se convirtió, nueve años después, en ciudadana estadounidense, lo que facilitó el desarrollo de su carrera en la diplomacia del país al que llegó como inmigrante.

Inicialmente, se incorporó a la Casa Blanca, durante la presidencia del demócrata Jimmy Carter (1977-1981), tras lo cual se desempeñó, en distintos momentos, como asesora, en materia de política exterior, de varios candidatos presidenciales y vicepresidenciales.

El estrellato se produjo en el marco de la segunda presidencia (1993-1997, 1997-2001) del también demócrata Bill Clinton -el primer gobernante estadounidense del siglo 21-, cuando el entonces mandatario la nombró embajadora en Naciones Unidas (1993-1997), para luego designarla secretaria de Estado (1997-2001).

Al convertirse en la primera mujer al frente del Departamento de Estado -por lo tanto, en jefa de la diplomacia del país-, Albright se constituyó en pionera en este campo, e inició el camino para el avance femenino en ese ámbito.

Hasta ahora, la han sucedido la afroestadounidense Condoleeza Rice, quien ocupó ese cargo, en la segunda presidencia del republicano George W. Bush (2001-2005, 2005-2009), además de Hillary Clinton, en la primera presidencia del demócrata Barack Obama (2009-2013, 2013-2017).

A lo largo de su carrera, Albright planteó, recurrentemente, que la participación de Estados Unidos en la toma de decisiones, a nivel mundial, es imprescindible.

Por ejemplo, en declaraciones que formuló en 1998, aseveró que “somos una nación indispensable”.

“Nos mantenemos firmes, y vemos más lejos, en el futuro, que cualquier otro país”, agregó entonces.

Esa posición fue reiteradamente señalada, por sus crítico, como de fomento a la hegemonía estadounidense en el escenario internacional.

Coherente con su visión de país, consideró que Estados Unidos debía proyectar, a Europa, su presencia, específicamente a través de la militar Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) -que cuenta a la nación norteamericana entre sus 30 integrantes-.

En este sentido, presionó a Clinton a intervenir ante la limpieza étnica que, en Kosovo, estaba llevando a cabo el régimen de la vecina Serbia, encabezado por Slobodan Milosevic (1989-1997, 1997-2000).

Ello se enmarcó en los bombardeos que fuerzas de la Otan lanzaron, en 1999, en el contexto de la Guerra de Kosovo.

Al respecto, Albright declaró entonces que “asumo toda la responsabilidad”.

“Era esencial, para nosotros, no quedarnos de brazos cruzados y ver lo que Milosevic planeaba hacer”, porque “no podemos ver crímenes de lesa humanidad”.

Dada su incidencia en la decisión que condujo a esa acción bélica, críticos de la entonces secretaria de Estado denominaron el conflicto, como la “Guerra de Albright”.

Precisamente, por su desempeño en ese caso, Obama la condecoró, en 2012, con la Medalla Presidencial de la Libertad (Presidential Medal of Freedom), que premia “contribución especialmente meritoria a (1) la seguridad o intereses nacionales de Estados Unidos, o (2) la paz mundial, o (3) significativos esfuerzos culturales u otros, públicos o privados”.

Su período en Naciones Unidas incluyó fuerte crítica a Cuba, tras el incidente registrado el 14 de febrero de 1996, cuando dos aviones MIG de la Fuerza Aérea Revolucionaria, del isleño país caribeño, derribaron dos avionetas de la organización opositora cubana Hermanos al Rescate -igualmente conocida como Brothers to the Rescue-.

El incidente cobró la vida a los dos pilotos civiles.

Aeronaves de la agrupación -creada para asistir a migrantes cubanos conocidos como “balseros”, en su desplazamiento, en precarias embarcaciones, hacia Estados Unidos- habían reiteradamente violado, según denuncias del gobierno de Cuba, el espacio aéreo de la isla.

De acuerdo con transcripciones del diálogo entre los pilotos de la fuerza aérea, uno de los militares dijo que “tenemos cojones, ellos no tienen cojones”.

Al condenar la acción militar, Albright respondió que “esto no es cojones, esto es cobardía (“It’s not cojones, it’s cowardice”).

Esa afirmación derivó en el apodo que le dio la comunidad cubana en Estados Unidos: “Madam Cojones”.

Durante una entrevista radial, en 2014, Albright relató el origen de esa expresión.

La ex secretaria de Estado dijo que, al considerar que su declaración “fue la mejor afirmación”, Clinton la envió, a la sudoriental ciudad estadounidense de Miami, a participar, en el estadio de fútbol estadounidense Orange Bowl, en un homenaje a los pilotos civiles caídos.

“Cuando voy caminando (…) por el túnel a través del cual los Dolphins (de Miami) ingresan (al campo de juego), 60 mil cubanos se pusieron de pie, y dijeron: ‘Madam Cojones’”, siguió narrando, para agregar que “así es cómo ocurrió.

Sin perjuicio de su imagen como vanguardista en la presencia femenina al frente del Departamento de Estado, y de defensora de los derechos humanos, Albright justificó el hecho de que, de acuerdo con un estudio de Naciones unidas, a raíz del embargo internacional contra Irak, murieron más de quinientos mil niños.

El bloqueo fue dirigido contra el régimen de Saddam Hussein (1979-2003), derribado en 2003 durante la invasión militar internacional de Irak -encabezada por Estados Unidos- conocida como Operación Tormenta del Desierto, tras la cual el ex dictador fue enjuiciado por haber cometido crímenes de lesa humanidad, y ahorcado en diciembre de 2006.

Interrogada al respecto, en diálogo con periodistas en 1996, Albright respondió: “creemos el precio vale la pena” (“we think the price is worth it”).

En un estéril intento por rectificar esa aseveración, la ex secretaria de Estado dijo, entrevistada en 2004 por el medio estadounidense independiente Democracy Now!, que “nunca debí hacerla”.

Pero, a continuación, se justificó al afirmar que, “si todos los que hicieron una declaración de la que se arrepienten, se pusieran de pie, habría mucha gente de pie”.

A raíz del fallecimiento de Albright, en un artículo de opinión difundido el 25 de marzo por la agencia internacional informativa árabe Al Jazeera, el periodista independiente iraquí Ahmed Twaij, discrepó con las expresiones favorables a la ex secretaria de Estado formuladas en estos días.

“A menudo, después de la muerte de figuras políticas, sus historias preocupantes se encubren en nombre del respeto por sus recuerdos y los sentimientos de sus familias”, algo que no ha sido la excepción en este caso, escribió Twaij, en el texto que tituló “Recordemos a Madeleine Albright por lo que realmente era”.

“Los medios occidentales respondieron a la noticia de su muerte con una plétora de obituarios alabando sus logros”, agregó.

“Se han emitido innumerables declaraciones, por parte de gobiernos, instituciones y figuras públicas, celebrando a la política ‘pionera’ por ser la primera mujer en ocupar el cargo de Secretaria de Estado y por recibir la Medalla Presidencial de la Libertad”, planteó, a continuación.

“Sin embargo, para mí como iraquí, el recuerdo de Albright quedará manchado para siempre por las estrictas sanciones que ayudó a imponer a mi país en un momento en que ya estaba devastado por años de guerra”, aclaró.

“Millones de iraquíes inocentes sufrieron terriblemente y cientos de miles murieron a causa de las sanciones que, al final, no lograron casi ninguno de los objetivos políticos de Washington”, por lo que, “al recordar la vida y los logros de Albright, también debemos recordar las vidas iraquíes inocentes que se perdieron a causa de sus decisiones políticas”, escribió.

Respecto a la afirmación sobre los más de 500 mil menores fallecidos en Irak, el articulista planteó que, al formularla, “Albright demostró que ve a los niños iraquíes inocentes como nada más que carne de cañón desechable en un conflicto entre la administración estadounidense y los líderes iraquíes”.

“Demostró, sin lugar a dudas, que no tenía humanidad”, reafirmó Twaij, quien también es realizador cinematográfico.

“Recuerdo muy bien la era de las sanciones en Irak. Era casi imposible mantener contacto con familiares y amigos en el país, ya que los servicios telefónicos seguían siendo muy limitados. Cuando visité Irak, me sorprendió ver que incluso los productos más básicos, como la leche, no se podían encontrar en los mercados locales. La gente estaba hambrienta y sin esperanza”, relató.

“De hecho, Estados Unidos impuso sanciones a Irak para castigar al régimen de Saddam Hussein, pero fueron los civiles inocentes, no los funcionarios del régimen, los que sufrieron. Las sanciones empujaron a las masas que ya luchaban a una pobreza más profunda, pero solo afectaron marginalmente a los ricos, ampliando la brecha de riqueza en el país”, denunció.

“Para 2003, se estima que cerca de 1,5 millones de iraquíes, principalmente niños, habían muerto como consecuencia directa de las sanciones”, precisó.

Twaij recomendó que, “por lo tanto, antes de escribir o volver a publicar artículos sobre Albright (…) tómese un minuto para saber qué eligió hacer con el poder que tenía: cómo apoyó la devastación y el sufrimiento de mi gente”.