Cuando una mujer queda embarazada, tiene en promedio un embarazo de cuarenta semanas. Cuando decide adoptar, su embarazo puede tardar años, sin que esa larga espera le cause cansancio.

“Algunas personas creen que, cuando una mujer se conforma con la adopción, es la madre adoptiva y no la verdadera madre”.  Así expresa Magaly Mendoza cómo ha percibido desde fuera su proceso de adopción.

Para ella, adoptar era una posibilidad desde que estaba de novia.  Tener hijos procreados era una ilusión, pero no la única forma de ser madre.  Fue como si desde muy adentro de su instinto materno presintiera que iba a ser una madre del corazón.  Como tal, ella es única para sus dos hermosos hijos –una niña y un niño–, ambos hermanitos biológicos, quienes llegaron a llenar esa gran casa y a decorar ese jardín como si fueran unos pajaritos alegres y libres.

Después de cuatro años de matrimonio, de los cuales en dos intentó ser madre biológica sin resultados positivos, decidió adoptar, sin importarle que los niños tuvieran alguna discapacidad, estuvieran grandes, o fueran hasta tres hermanitos. Su anhelo era ser recibida por algunos pequeños que la quisieran.

Como lo explica el Lic. Jorge Urbina Soto, coordinador del Departamento de Adopciones del PANI, “una vez que se comprueba que la persona o pareja cumple con todos los requisitos legales, formales y de idoneidad, la institución da un acompañamiento, seguimiento y apoyo a las familias que deben enfrentar los retos de una condición adoptiva de la mejor manera posible, pos ubicación y pos adopción”.

Según comenta Magaly, esta etapa de su vida no la cambiaría por nada. No puede evitar irradiar tanta alegría cuando cuenta su historia. No cree en los estereotipos en torno a la decisión de adoptar; por ejemplo, que los niños adoptados vienen con mañas, no agradecen nada, consumirán drogas algún día, y otras etiquetas que les ponen. Considera que tiene toda una vida para luchar por sus retoños y cambiar cualquier arrastre en ellos.

“Acaso los hijos de parejas progenitoras están exentos de esos males”, plantea Magaly.

Como toda madre, ella tiene sus temores ante ciertas circunstancias. En  particular, le teme al posible acoso que puedan sufrir sus hijos cuando sus compañeros se enteren de que son adoptados, a cometer algún acto que no sea buen ejemplo para sus hijos y a no dominar alguna situación en el momento.

Magaly y su esposo adoptaron en calidad de matrimonio, pero este proceso acepta también que una persona sola mayor de veinticinco años, hombre o mujer, adopte a una persona menor de edad, siempre que cumpla los requisitos establecidos.

“Yo soy una madre. Recuerdo el día que mis hijos me dijeron  mamá por primera vez, porque no fue desde que llegaron a la casa. Al principio me decían tía, como le decían a su cuidadora en el centro donde se encontraban”, manifiesta Magaly.

Con la llegada de sus hijos, esta madre se siente realizada en todos los extremos de la vida: su casa está más alegre que nunca, ya unas personitas disfrutan del gran jardín, pasa más ocupada y tiene dos pequeñas grandes razones para seguir creciendo.

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