
Secuestrada y brutalmente agredida durante veintitrés años, por su pareja, en Argentina, una mujer busca justicia, en el juicio iniciado la semana pasada, proceso en el cual el acusado enfrenta cargos que incluyen abuso sexual, privación ilegítima de la libertad, reducción a la servidumbre.
En la audiencia de apertura, el 27 de julio, en Rosario, la más poblada ciudad de la central provincia de Santa Fe, la víctima, identificada por medios de comunicación solamente como María Eugenia, de 44 años, expresó, entre otros planteamientos, el deseo de que, mediante el trámite judicial, su caso sea conocido y, de ese modo, se evite que otras mujeres sufran situaciones similares de extrema violencia machista.
Por su parte, al presentar la argumentación acusatoria, Luciana Vallarella, fiscala de la Oficina de Violencia de Género de Rosario, solicitó la pena de 18 años de prisión para el acusado, Oscar Alberto Racco, de 59 años, de profesión mecánico, quien está detenido desde mayo de 2019, poco después de que María Eugenia logró huir de la casa, en el sector sur rosarino, donde estuvo recluida y fue maltratada.
“Espero justicia”, planteó la víctima, al comienzo de su declaración en la sesión de apertura del juicio.
“Mi gran compromiso es que nunca otra mujer vuelva a pasar por lo que pasé”, agregó.
Asimismo, al expresar su deseo de “poder olvidarme de todo esto, tener paz”, aseguró que “esperaría tener la máquina del tiempo y volver 25 años atrás, abrazar a mi viejo (padre)
-que es una de las cosas que nunca jamás voy a poder hacer- y criar a mi hijo (actualmente de 27 años)”.
“Pero sé que esos dolores no se van a ir”, reflexionó, ante el tribunal integrado por los jueces Nicolás Vico Gimena, Rafael Coria y Nicolás Foppiani, para agregar, al cierre de su manifestación de hechos: “que sea lo mejor que se pueda. Gracias”.
Respecto al caso, Vallarella explicó que se trata de “la historia de una mujer encadenada durante veinte años”.
La fiscala indicó, a continuación, que, “durante los primeros años, la tuvo encadenada a la cama, encerrada en una habitación que no tenía picaporte”.
En ese contexto, “le pegaba patadas, cintazos (agresión con un cinturón), y latigazos”, y “era tanta la violencia y el dolor, que (en una oportunidad) ella se arrojó, desde la terraza, para escapar”, planteó, al exponer una síntesis de la particularmente cruel violencia machista a la cual María Eugenia fue sometida en el lapso de más de dos décadas.
“Con el tiempo, la limitación fue más psicológica”, precisó.
Vallarella también hizo referencia a la una maestra jubilada, quien fue identificada solamente como Susana, madre de la víctima.
“Susana iba anotando todos los trámites que hacía”, agregó.
“Si van al Museo de la Memoria de Rosario, van a ver un cuaderno similar”, dijo, a continuación.
“Era el que llevaba Nelma Jalil, fundadora de la Asociación Madres de Plaza 25 de Mayo de Rosario, para documentar la búsqueda de su hijo Sergio -desaparecido en 1976-. Es la forma que tenían estas madres de dejar constancia de que nunca dejarían de buscar a sus hijos”, agregó.
Vallarella hizo así referencia a una agrupación de madres de desaparecidos durante la dictadura militar argentina de 1973 a 1983.
“Susana pasaba reiteradas veces por la puerta de la casa de Racco, donde el hombre la recibía con insultos, y, una vez, la amenazó con el arma”, continuó narrando la fiscala, para precisar que “Susana quería saber si su hija seguía viva”.
“Una de las amenazas de Racco era que la iba a matar, pero después se desdecía: ‘no te voy a matar, te voy a pegar un tiro en cada rodilla, para que estés en silla de rueda y con una bolsita para ir de cuerpo, y así vayas viendo cómo mato a todas las personas que querés’”, según el relato.
“Era creíble: siempre tenía un arma, y, muchas veces, las relaciones sexuales eran con un arma en la cabeza de María Eugenia”, agregó.
La mujer relató, al diario argentino Página 12, aspectos puntuales de la traumatizante relación a la que fue sometida por Racco, y detalles del secuestro.
El periódico indicó, al reproducir, el 25 de julio, las declaraciones de María Eugenia, que la víctima tenía 19 años -y un hijo de dos años- cuando conoció al agresor.
“Él le dijo que era ex combatiente de Malvinas, pero no era verdad”, ya que, “en realidad, había estado detenido, pero eso ella lo supo mucho después”, según el medio de comunicación.
Página 12 hizo, así alusión al conflicto armado (2 de abril a 14 de junio de 1982) que Argentina y el Reino Unido protagonizaron en las Islas Malvinas, ubicadas en el sector sur del Océano Atlántico, frente a la costa de la nación sudamericana, a raíz de la ocupación colonial que, desde 1833, el país europeo mantiene sobre el archipiélago -al que denomina Falkland Islands (Islas Falkland).
El periódico señaló que María Eugenia y Racco empezaron a salir en diciembre de 1995.
“Creo que en un momento uno se confunde los celos con el cariño”, expresó la víctima, al diario, y precisó que “yo trabajaba en un jardín maternal en esa época, era jovencita”, además de aclarar que “nunca había salido con una persona tan grande, lo veía como muy caballero, yo pensaba que era atento”.
María Eugenia dijo, en ese sentido, que Racco le planteaba que ‘no te tomes el colectivo (autobús urbano), te paso a buscar, te llevo, te traigo’. Empezó con los episodios de celos”.
La mujer señaló, asimismo, que, en marco de esa conducta controladora, la vigilaba, respecto a lo cual relató que, “un día, yo salgo del trabajo, me cruzo con un muchacho que era repartidor (…) me quedo hablando, me tomo el colectivo, llego a mi casa, y, a los 5 minutos, me llama por teléfono, era una costumbre que tenía”.
“Él sabía los horarios de mi familia, qué hacían mis amigos, me amenazaba. Me decía que yo le tenía que decir a mi papá que era una puta, y que salía con un primo”, agregó.
También señaló que, si bien sui deseo era terminar la enfermiza relación de pareja, su agresor se negaba a ello, situación en la cual “se me derrumbó el mundo”.
“No sabía cómo afrontar la situación, me tomé una caja de pastillas, y terminé internada”, indicó.
Durante su período de recuperación en el centro asistencial, “este hombre nunca se movió del hospital”, y, “en forma de extorsión, me obligó a firmar el alta médica, y me fui a mi casa”, continuó relatando, para agregar que, “al otro día, me vuelve a llamar por teléfono”.
Racco “no entendía que yo no podía decir lo que no era, y tampoco quería seguir saliendo con él. Ese día me llama, me dice que va a hablar con mi papá”, expresó María Eugenia, quien señaló que, cuando el hostigador le dijo que se dirigía a hablar con el padre, decidió encontrarlo en la esquina de la casa, “para que no se arme tanto problema”.
“Él me trajo a puñetes desde la esquina”, ante lo cual familiares de la agredida llamaron telefónicamente a la policía, lo que determino que la pareja fuese conducida a la comisaría más cercana.
“Nunca entendí por qué quedé detenida con él”, señaló, además de indicar que, “a los dos, nos ficharon”.
María Eugenia denuncio que el agresor entregó dinero a un agente policial quien “le dijo que no se haga problema”.
“Este hombre (el funcionario policial) que nos ficha, le dice, delante de mi cara, que va a hacer desaparecer la denuncia”, además de que “le dice: ‘llevátela con vos, y cuando la familia levante la denuncia no hay más drama’. Me fui con él porque ya veía que ni la policía podía ayudarme”, siguió relatando.
María Eugenia también dijo que Racco “tenía un taller de motos, y venía, la policía, a hacer las reparaciones”.
La agredida intentó, en diferentes momento, huir de la casa en la que era rehén de su agresor.
“Un día, me tiré (desde la azotea) arriba de un techo porque me estaba golpeando. Me tiré (lancé) (…) pensando que, desde el pasillo podía saltar, a una puerta bajita. Caí, me golpeé la cabeza, quedé bastante inconsciente. Al ver cómo estaba, con la madre (de Racco) decidieron que me tenían que llevar” a un hospital.
Allí, “me cosieron la cabeza, yo también pensaba que (…) iba a poder pedir socorro, pero él conocía al hombre de seguridad. Tuve que decir que me había caído de una escalera”, agregó
En otro momento, cuando concurrió a una instalación judicial -siempre acompañada y controlada por el secuestrador- “logré salir (…) tomar un taxi, ir a la casa de una compañera de la secundaria y ahí pude reencontrarme con mi familia. Pude ver a mi hijo”.
“Pero volví con él, por las amenazas, porque él sabía días, horarios, movimientos de uno, de otro, y yo veía que no podía hacer nada, que era la vida que me había tocado”, expresó, además de detallar, entre otras situaciones, que “él vivía con el arma debajo de la almohada, me ponía el arma en la cabeza. Yo vivía siempre temblando”.
De acuerdo con lo relatado por María Eugenia, su cautiverio duró desde el 6 de mayo de 1996 hasta el 8 de mayo de 2019, fecha, la segunda, en la que le fue posible huir definitivamente.
En un momento en que Racco debió ingresar al baño, por sentir malestar intestinal, la mujer buscó algún dinero, y, en posesión de su documento de identidad -el que, un tiempo antes, logró recuperar en un descuido del agresor-, corrió a la calle, abordó un taxi, y estableció comunicación telefónica, desde una gasolinera, con un familiar.
Días después, el agresor fue detenido, situación en la que permanece, bajo prisión preventiva.
María Eugenia reside en otra ciudad argentina -la que no fue revelada-, donde desempeña actividades económicas informales para subsistir.
Relató que, inicialmente, se dedicó a vender gorras, ya que “mi mamá tiene una máquina de coser, así que hacía eso”.
“Pero no me iba tan bien”, aunque “conseguimos alquilar una casa, empecé a trabajar en un geriátrico, entré doblando ropa y lavando, terminé de auxiliar, levantando gente. Pero empezó la pandemia y perdí el trabajo”, dijo.
“Me recibí de masajista terapéutica, pero no hay trabajo por la pandemia”, de modo que, “en este momento, estoy vendiendo alfajores por la calle”.
Además, “cuando me sale, limpio casas, cuido gente en forma particular”, agregó.
María Eugenia aseguró que, liberada del brutal secuestro al que estuvo sometida, “siempre estoy tratando de buscar una salida, un sueño”.