Históricamente, en la sociedad patriarcal estadounidense, es costumbre en materia de matrimonio, que la esposa adopte el apellido de su cónyuge

El movimiento feminista aportó, durante los años ’70, a dar fuerza a la tendencia -que presenta altibajos- a que las mujeres conserven, al casarse, su nombre de familia -o combinen ambos, con un guion intermedio, a manera de apellido compuesto-.

Citados por la estación de televisión informativa estadounidense Cable News Network (CNN), expertos en la materia revelaron una variedad de factores que inciden, lo mismo en mantener la conservadora costumbre que en consolidar el cambio.

En el primer caso, “para algunas personas, adoptar el nombre de su cónyuge es una declaración pública, al mundo, de que son, en realidad, una pareja”, explicó Deborah Carr, profesora de sociología, además de directora del Centro de Innovación en Ciencias Sociales de la Universidad de Boston, en el norte del país.

Otra razón “es la presión social”, agregó, citada en la nota informativa que, titulada “Por qué las mujeres cambian o no su apellido al contraer matrimonio en EE.UU.”, la emisora difundió el 19 de julio.

La influencia puede venir del cónyuge, pero también de la familia. “Las mujeres, a menudo, reciben presiones, ya sea de sus padres o de sus suegros”, cuando la mujer opta por no tomar el apellido del hombre, precisó.

“Algunos creen que significa que no estás tan comprometida con la unión”, explicó.

Según Carr, la tradición y la rutina suelen, igualmente, pesar en tal decisión. “Algunas cosas, simplemente, se han hecho siempre, y, por eso, la gente no las cuestiona”, señaló, para agregar, a continuación, que “es una especie de camino de menor resistencia”.

Por su parte, Joshua Coleman, psicólogo quien ejerce su profesión en la ciudad de Oakland, en el costero y occidental estado de California, planteó que, para una proporción de mujeres, el cambio puede responder a una decisión de naturaleza existencial.

“Algunas personas podrían estar interesadas en deshacerse de su apellido, por el deseo de separarse, de alguna manera, de sus padres biológicos”, indicó el profesional, quien integra el Consejo sobre Familias Contemporáneas (Council on Contemporary Families, CCF).

Fundado en 1996, y con sede en la Universidad de Texas en Austin, en el sur estadounidense, el consejo es, de acuerdo con la definición incluida en su sitio en Internet, una organización sin fines de lucro y no partidista cuya “misión es mejorar la comprensión nacional sobre cómo y por qué las familias contemporáneas están cambiando, qué necesidades y retos enfrentan, y cómo mejor atender esas necesidades”.

De acuerdo con el análisis de Coleman, “alguien que no fuera cercano a sus padres, o se sintiera herido por ellos, (y) no le gustara ser identificado como un Smith o un Jones o quien sea, acogería la idea de un nuevo apellido que no fuera el suyo”.

Específicamente las mujeres, “creen en la igualdad de género y, sin embargo, adoptan el apellido de su marido”, ya que “pueden pensar que el cambio de nombre no significa que cedan nada de su autoridad como mujer”, explicó.

El especialista señaló, asimismo, que “la mujer no se ve, a sí misma, en una especie de subordinación al marido, ni cediendo nada de su poder, autoridad, identidad, o individualidad”.

“Le gusta la tradición, pero eso no significa que acepte todas las cosas que pueden haber ido con ello, tradicionalmente”, señaló.

En cuanto a la posibilidad de lo opuesto -que el marido adopte el apellido de la esposa-, la estación de televisión informó, citando datos correspondientes a 2018, que “en un estudio (…) sobre 877 hombres, el 3% -27 hombres- había cambiado su nombre una vez casados”.

“De esos 27 hombres, 25 habían dejado de lado su apellido por completo; dos lo añadieron con un guion”, agregó.

De acuerdo con lo expresado por Carr, para 20 a 30 por ciento de las mujeres quienes no se ciñen a lo tradicional, “la práctica más común es mantener su propio apellido, seguido de la separación por un guion, la creación de un nombre compuesto o, aún más raramente, la creación de un nombre compartido totalmente nuevo”.

Un ejemplo de esta última variante, es el caso de Antonio Villaraigosa, ex alcalde (2005-2009, 2009-2013) de la ciudad de Los Ángeles, en California. El ex funcionario, nacido como Antonio Ramón Villa, y su ex esposa durante veinte años (1987-2007), Corina Raigosa -ambos de ascendencia mexicana-, unieron sus respectivos apellidos, para formar el nuevo.

En declaraciones difundidas el 8 de julio de 2005, por la British Broadcasting Corporation (BBC), el ex gobernante municipal relató que “mi esposa y yo nos juntamos los nombres -los dos apellidos- (…) así que ahora nuestro apellido es Villaraigosa”.

Al respecto, a explicó que lo hicieron “porque ella quería tomar mi nombre, y yo le dije que, si ella tomaba mi nombre, yo también tomaría el suyo”.

En las declaraciones a CNN, Carr señaló que, “para algunas mujeres, mantener su apellido es preservar la identidad personal y familiar que siempre han tenido”.

“Eso puede estar ligado a sus padres, a su herencia étnica o racial”, realidades personales en cuyo marco “los nombres son muy significativos”, agregó.

“En la práctica, algunas personas han establecido una identidad profesional, especialmente las que ocupan puestos muy visibles, como (…) las celebridades”, puntualizó.

De modo que, “si es clave para su profesión, su nombre es algo a lo que no están en disposición de renunciar”, dijo.

En opinión de la experta, “mantener el apellido también puede ser un acto político, frecuentemente realizado por quienes se adhieren a creencias y prácticas feministas”, precisó.

Esto incluye principios tales “como la independencia y la igualdad de pareja”, agregó.

La socióloga planteó, asimismo, que “algunos se preguntan por qué un nombre debe tener privilegio sobre el otro, y si usar sólo el nombre de uno de los cónyuges transmitiría una asociación desigual”.

“La prevalencia de conservar el apellido propio, es mayor entre las mujeres con mayor nivel educativo, y las de más edad”, reveló, a continuación.

“A esas alturas, ya tienen una mayor identidad profesional”, aclaró, para indicar que “las mujeres más jóvenes tienen menos vínculos profesionales y pueden ser más susceptibles a la presión familiar”.

También dijo que “es muy raro que ambos miembros de la pareja elijan el nombre de la mujer”, y que, “en su inmensa mayoría, si eligen un nombre, es el del marido”, a causa de que “muchos creen que usar el apellido de uno de los cónyuges es más fácil, social y legalmente”.

Además, “usar un solo apellido también puede evitar dolores de cabeza administrativos que pueden surgir cuando se trata de cosas como reservar vuelos, seguros, atención médica, y quién está autorizado a recoger a un niño de la escuela”, ejemplificó.

Igualmente, explicó que “los padres que no utilizan un solo apellido para toda la familia, tienen que (…) dar muchas explicaciones, porque muchas de nuestras estructuras (burocráticas) no están preparadas para dar cabida a prácticas innovadoras de nomenclatura”.

Carr explicó que, “dado que los nacimientos no matrimoniales siguen estando estigmatizados, creo que, históricamente, esa es una razón por la que la pareja optaría por el apellido del hombre”.

Foto: Jasmine Carter