
Entre otras personas quienes son testigos del brutal golpe de Estado, la mañana del 11 de setiembre de 1973, en Chile, contra el gobierno del socialista Salvador Allende, varias mujeres -incluida una hija del presidente- están entre quienes conservan la memoria histórica de ese día de destrucción, una jornada en la cual un proceso concebido -e iniciado- como un proyecto sociopolítico pacífico, tuvo violento fin.
Graduado en 1933 como médico especializado en cirugía, Allende fue, ese año, cofundador del Partido Socialista de Chile (PS), organización política que formó parte de la coalición izquierdista Unidad Popular (UP), que lo llevó, el 3 de noviembre de 1970, a asumir la presidencia chilena, contra la injerencista oposición del gobierno estadounidense del presidente Richard Nixon -quien en 1974, en el segundo año de su segundo mandato, debió renunciar en medio de un escándalo de corrupción-.
En el marco de intensa polarización, a causa de las medidas de orientación social que venía implementando, Allende fue blanco de un cruento golpe de estado que estableció, por 17 años (1973-1990) una de las más represivas dictaduras militares en la historia de América Latina, régimen que cobró por lo menos tres mil vidas y generó alrededor de 40 mil víctimas -entre perseguidos, detenidos, torturados, desaparecidos, exiliado-.
Cuarenta y siete años después, el periódico español Público, recogió relatos de cinco mujeres quienes sufrieron algunas de las influencias del golpe, y una quien conserva, de su abuelo, una narración de lo ocurrido el día que la criminal cúpula militar chilena destruyó un sueño colectivo.
Uno de los testimonios directos reproducidos por Público, es el de Isabel Allende, una de las tres hijas de El Chicho -como popularmente se conocía al presidente-.
Isabel llegó, esa mañana, al céntrico Palacio de la Moneda -sede del Poder Ejecutivo del andino país sudamericano-, acompañada por Beatriz -Tati-, una de sus hermanas, pero salió del lugar, tras fuerte insistencia de su padre -quien estaba armado con un fusil AK-47, y protegido por un casco militar, junto con el Grupo de Amigos Personales (GAP), su equipo de seguridad-.
Allende procuró, en esas condiciones, defender la democracia chilena, pero murió en el esfuerzo.
“Tal como había convenido con quien era mi marido, me dirigí hacia La Moneda y él se llevó a mis dos hijos”, dijo Isabel, quien agregó que “logré dejar mi auto a un par de cuadras y entré faltando pocos minutos para las nueve de la mañana”.
“Como mi vehículo no tenía radio, durante el trayecto no escuché ningún bando militar”, siguió narrando, y señaló que, “hasta ese momento, los carabineros (policía militarizada chilena) patrullaban las calles, y, al identificarme como la hija del presidente, me dejaban pasar».
Relató que, una vez en el interior de La Moneda, al encontrarse con el presidente, “en el rostro de mi padre advertí una mezcla de sorpresa e incredulidad cuando me vio, junto con lo que creo era una íntima satisfacción de sentirse cerca de sus dos hijas, aunque nuestra presencia le perturbaba profundamente”.
Al referirse a una de las exigencias de los golpistas, “dijo que él no iba a dimitir, y que había rechazado las ofertas de abandonar el país”, recordó.
De acuerdo con grabaciones de ese día, el entonces jefe del ejército, general Augusto Pinochet, determinó, mediante órdenes impartidas por el sistema de radiocomunicación militar, que Allende tenía que renunciar, rendirse de manera “incondicional”, y aceptar su traslado, vía aérea, a Cuba, pero, en el trayecto hacia la isleña nación caribeña, “el avión se cae”, según se le escucha decir, gritando constantemente.
Al continuar recordando los acontecimientos de ese día, Isabel dijo que su padre “pidió, en cambio, que sus asesores dejaran Palacio, ya que no estaban entrenados para usar armas, y porque el mundo debía conocer lo que pasaba”, además de que “estaba muy preocupado por proteger a aquellos que consideraba que no debíamos quedarnos».
“Había un gran contraste entre su decisión de quedarse y combatir, para dar una lección moral a los ‘traidores que rompían la ley’, y la serenidad con que conducía y se preocupaba de todos los detalles de la defensa”, reflexionó.
“Mi hermana y yo tuvimos varios diálogos muy difíciles con él, quien primero nos pidió, luego nos rogó y, después, con desesperación, nos ordenó salir, ante nuestra resistencia”, siguió narrando.
“Finalmente, con mucho dolor, accedimos. Él estaba convencido que respetarían su solicitud de un vehículo militar para alejarnos de La Moneda. Al salir vimos que no sólo no había ningún vehículo, sino que el silencio y la soledad eran totales”, agregó.
Isabel señaló que ello se debió a que “todas las tropas que atacaban el palacio se habían retirado”, y precisó que “alcanzamos a cruzar al otro lado, cuando comenzó el bombardeo, y nos alejamos en dirección opuesta a Palacio, en medio de tiros aislados”.
Recordó, además, que “intentamos quedarnos en un hotel, pero lo dejamos al escuchar un boletín informativo urgente de una radio que decía: ‘frente a la resistencia encontrada en Tomás Moro [la residencia personal del Presidente], la Fuerza Aérea se ha visto obligada a bombardear’. Las lágrimas que no pude contener, pensando en mi madre -La Tencha-, que estaba sola, nos delataron”.
Isabel se refirió a su madre, Hortensia Bussi, mencionando el apodo con el que la esposa del presidente era¿ afectuosamente conocida.
“Habíamos salido seis mujeres y, por alguna razón, nos perdimos, y sólo quedamos cuatro: Tati -Beatriz-, Frida, conocida periodista de televisión, Nancy Julián, cubana y esposa del presidente del Banco Central que estaba en La Moneda, y yo”, continuó relatando.
“Hicimos autoestop, con la suerte que se detuvo un vehículo grande. Subimos diciendo que éramos secretarias y que no teníamos nada que ver con lo que pasaba. Nos llevaron hasta la Plaza Italia, donde había un fuerte control militar y por primera vez vimos gente detenida, caminando con los brazos en alto”, agregó.
“Mientas un militar revisaba los documentos del conductor, Tati, con un embarazo de siete meses, fingió tener contracciones, lo que nos permitió pasar sin más contratiempo. Más allá, por indicación mía, nos bajamos y, por una corazonada, me acordé de una compañera de trabajo que vivía cerca. Aunque nunca había estado en su casa, nos recibió con enorme cariño y preocupación”, indicó.
“Allí, establecimos los contactos telefónicos. Poco a poco nos enteramos que Tencha estaba a salvo: entre bomba y bomba logró salir. Más tarde supimos de la muerte del Chicho y pasamos una noche de gran tristeza, todas con el alma encogida. No hay palabras para describir ese dolor”, aseguró Isabel, quien, eventualmente, logró exiliarse en México.
De acuerdo con lo narrado a Público, por la psicóloga y reportera comunista Mireya Baltra, ese 11 de setiembre “fue un día que contuvo todo lo que da la vida”, porque “fue un día donde se destrozaron las esperanzas, y se volvieron a construir, a la vez”.
“Fue todo muy extraño porque era un Gobierno nuestro, un Gobierno del pueblo, de los chilenos, y de repente no estaba, Allende no estaba, se había ido”, reflexionó, para recordar que, “todo el tiempo que conocí a Salvador, tuvo un signo de emoción, de cariño, de sentirme siempre protegida”, y el tiempo de la dictadura “fue un periodo, yo diría, que desgarró el alma de mucha gente”.
Por su parte, la dirigente comunista Olinda Mena, radicada hace aproximadamente tres décadas en Suecia, narró que “estuve diez días detenida”, y que, ese tiempo, “fue un viaje terrorífico por varios centros de detención y tortura”.
La mañana del golpe, “yo estaba en mi casa, en Santiago, con mi esposo y mis tres pequeños (…) la pena era inmensa, y lo primero que hicimos fue quemar todos los documentos que resultaran comprometedores. Allanaron mi casa dos carabineros, que traían a mi hermano encapuchado (…) me llevaron detenida, tuve que dejar a mis hijos solos y estuve en un recinto militar cerca de diez días, iniciando un viaje terrorífico por varios centros de detención y tortura que irían y vendrían años más tarde”.
Al ofrecer su testimonio, la médica Laura González, cuyo esposo el español Carmelo Soria, funcionario de Naciones Unidas, fue asesinado por la dictadura, recordó que se enteró de lo ocurrido en La Moneda, mientras desempeñaba funciones en un hospital.
“Los militares, ese día, tiraron dos bombas lacrimógenas a la sala de preparto, lo que causó la muerte de una de las pacientes, y hubo que apresurarse a atender a otras”, dijo, y señaló que “los médicos de derechas estaban en paro, y, desde el patio del hospital, pudimos ver el bombardeo e incendio en La Moneda”.
González narró que, “los médicos que estábamos atendiendo hicimos un acto, muchos lloraron”.
La profesional dijo, además, que “yo estaba indignada, y, cuando un médico de derechas se acerca y me dice que nunca hubiera deseado que pasara esto, yo le repliqué que Allende era un hombre digno”.