Creado por la red local feminista Jieyúú Kojutsuu (Mujeres de valor), en la iniciativa de la población Wayu en Venezuela, participan hombres, aunque en menor número
Las mujeres de la comunidad indígena Wayu, en el occidente venezolano, fronterizo con Colombia, administran huertos comunitarios, espacios territoriales donde no solamente cultivan alimentos -simultáneamente, logrando autosuficiencia- sino que generan ambientes seguros en los cuales no impera la violencia de género.
La población Wayu -al igual que otros núcleos indígenas rurales de Venezuela- es particularmente golpeada por la brutal crisis sociopolítica, socioeconómica, y sanitaria que golpea, hace casi una década, al caribeño país sudamericano.
De acuerdo con diversos cálculos, se estima que esa dramática situación nacional ha expulsado, desde 2014, a alrededor de seis millones de personas -entre ellas, altos números de mujeres y niños- quienes, mayoritariamente, siguiendo rutas terrestres, se han desplazado a países sudamericanos -principalmente a la limítrofe Colombia-.
El exilio forzado también los conduce a la centroamericana Costa Rica, además de Estados Unidos, y naciones europeas.
Entretanto, las mujeres wayu, en la occidental zona de Río Negro -fronteriza con Colombia-, se han organizado y, con respaldo de dos agencias especializadas de Naciones Unidas, administran un huerto.
Creado por la red local feminista Jieyúú Kojutsuu (Mujeres de valor), en la iniciativa participan hombres -aunque en menor número-.
Al informar sobre el emprendimiento, Noticias ONU -la agencia informativa de Naciones Unidas-, indicó, el 27 de julio, que el huerto ”apoya a las mujeres locales y sus familias ayudándoles a satisfacer sus necesidades de subsistencia”.
“Actualmente, hay 26 miembros de la comunidad que trabajan juntos para cultivar maíz, tomates, pimientos, apio, frijoles negros, melón y otras verduras y frutas”, agregó el medio de comunicación, en la nota informativa que tituló “Jardines comunitarios, un lugar donde las mujeres indígenas de Venezuela pueden sentirse seguras”.
“Dentro de esta comunidad están incluidos muchos de los grupos más vulnerables de la comunidad indígena”, entre ellos, “jóvenes en riesgo de ser reclutados por grupos armados, y personas mayores que han tenido que recurrir a la mendicidad y al trabajo pesado para sobrevivir”, agregó Noticias ONU.
El esfuerzo cuenta con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y de la Organización Internacional para las Migraciones (Oim), precisó.
Citada en el artículo, Guillermina Torres, una de las participantes en la iniciativa, exclamó: “te imaginas?! Hay más mujeres que hombres trabajando en la huerta!”.
La indígena explicó que la idea consiste en “cosechar nuestra propia comida, sin tener que depender de los ingresos de nuestros maridos”.
Además, destacó un componente de responsabilidad social, específicamente referido a uno de los sectores más vulnerables.
“Los jóvenes que deambulaban por las calles, también se han sumado a este proyecto”, subrayó.
Por su parte, y también citado en la nota informativa, el Asistente de Protección de Acnur, Diego Moreno, explicó que, “tradicionalmente, la agricultura era uno de los medios principales de vida en la región”.
En el contexto de esta iniciativa comunitaria, “las personas mayores han podido integrarse y compartir conocimientos ancestrales, con los miembros más jóvenes de la comunidad”, planteó, a continuación.
Además, al agruparse, “las mujeres, que tenían un mayor riesgo de violencia de género cuando sus familiares o parejas realizaban viajes de ida y vuelta a Colombia (para comprar artículos de consumo básico), ahora tienen un espacio seguro donde se reúnen, todos los días, para cultivar alimentos que luego beneficiarán a sus familias”, dijo.
De acuerdo con lo informado por Noticias ONU, en el contexto de la crítica situación venezolana, y enfrentada a “recursos financieros limitados, la comunidad indígena (…) tuvo que pensar en nuevas formas -innovadoras y sostenibles- de cosechar sus cultivos”.
De ese dramático cuadro de situación, surgió otro componente favorable: el cuidado ambiental.
En este sentido, la agencia informativa mundial precisó que, “un positivo efecto secundario, ha sido el avance hacia una agricultura sostenible”.
Ello, debido a que esta variante de producción agrícola, en escala comunitaria, es “menos dañina para el suelo”, explicó.
“Para apoyar estos esfuerzos, ACNUR ha donado herramientas agrícolas, semillas, tanques de agua y farolas solares, lo que ayuda a garantizar que la comunidad tenga una fuente limpia y sostenible de energía y agua para riego”, indicó el medio de comunicación.
Por otra parte, la OIM “ha capacitado a familias locales para hacer fertilizantes orgánicos y repelentes de insectos naturales”, puntualizó.
“Estos productos incluyen ingredientes que se encuentran fácilmente en la comunidad, por ejemplo, desechos de animales”, continuó explicando.
En ese sentido, Torres destacó que “no tenemos que gastar dinero comprando productos químicos, que también pueden afectar nuestros cultivos y el medio ambiente”.
La indígena wayu subrayó que, “en cambio, aprendimos a hacer nuestros propios fertilizantes y repelentes, 100 por ciento naturales, con ingredientes que podemos encontrar aquí mismo, en nuestra comunidad”.
Foto: Ron Lach