Muchos hombres han llorado en público como magdalenas, pero no son tan criticados como cuando lo hace una mujer.
Hace unos meses el mundo observó como Barack Obama lloró cuando recordaba a los niños muertos por violencia, mientras presentaba el contenido de su orden ejecutiva para mejorar el control de la venta de armas en el país.
Este hecho me hizo recordar las primarias presidenciales realizadas en los Estados Unidos en el 2008, en donde Hillary Clinton era una de las competidoras más fuerte.
La ex primera dama y ex congresista realizaba uno de sus últimos actos de campaña en vísperas de la primaria estatal, en la cual según las encuestas estaba en desventaja con respecto a su rival Barack Obama. Cansada del tedioso día se dirigió a un restaurante y al hablar sobre la campaña presidencial con unos votantes, sus ojos se llenaron de lágrimas y su voz quebró. Este “acontecimiento” de llorar en público fue visto por muchos como una debilidad femenina y doña Hillary fue acusada por periodistas y detractores de “jugar la carta de la pobre mujercita”.
A lo largo de la historia muchos hombres han llorado en público probablemente más que mujeres-, sin embargo, la expresión de las emociones se entienden diferente dependiendo del sexo que las emita. Si una mujer llora es débil, tonta o manipuladora; en cambio si es hombre, es sensible, transparente y ¡hasta valiente!
Para justificar por qué una mujer llora más que el hombre, varios sicólogos –algunos miembros de la American Psychological Association-, han realizado estudios buscando las causas. Una de ellas es biológica, vinculada al organismo de la mujer que genera más prolactina que el hombre. Esta es una hormona que se produce en la hipófisis del cerebro, con diversas funciones como aumentar la sensibilidad. La otra causa es la sicológica o emocional basada en que el llanto es considerada una forma de comunicar, algo como un “lubricante social” que ayuda a las mujeres a manifestar sus sentimientos y generar empatía.
Hay una teoría que intenta explicar la morfología o incluso química del cuerpo aduciendo que los conductos lagrimales de las mujeres son más cortos que los de los hombres, por lo que las mujeres tienen una menor capacidad para contener físicamente las lágrimas, contrario al hombre que es capaz de acumular lágrimas por más tiempo sin dejarlas salir.
Pero ningunas de las tesis justifican por qué los hombres lloran a lágrima viva en los deportes. El ejemplo del Mundial de Brasil del 2014 es suficiente. En este encuentro futbolístico observamos a Serey Die, jugador de Costa de Marfil y Neymar, del equipo de Brasil, llorando de emoción cuando oyeron los himnos de sus respectivos países. Javier ‘Chicharito’ Hernández, anotó el tercer gol en la victoria de la selección mexicana sobre Croacia y lloró, según él, para “tratar de conectarse con su gente”. David Villa, de España, anotó uno de los goles, y “quizá por saber que el avión de regreso a casa los esperaba ya”, el delantero derramó lágrimas y al salir de cambio, siguió llorando desconsoladamente.
Luis Suárez, de Uruguay, lloró en el encuentro contra Inglaterra, argumentando que las lágrimas eran un enorme agradecimiento hacia el kinesiólogo que lo ayudó a volver jugar. Faryd Mondragón, de Colombia, lloró al ingresar sobre el final del encuentro en el que su selección le ganó a Japón, convirtiéndose en el futbolista de más edad en jugar un Mundial.
El tema es que los hombres también lloran como magdalenas, y cuando lo hacen públicamente no son tan criticados como cuando lo hace una mujer, a pesar de que los sicólogos de referencia concluyen que a las féminas socialmente se les ha permitido expresar más las emociones.
Así mujeres, lloren si quieren llorar, porque ciertamente -como dijo Concepción Arenal- el llanto es a veces el modo de expresar las cosas que no pueden decirse con palabras.
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