Un Estado obstaculizador es peligroso, porque está ensimismado, se atrofia y no puede ejercer el rol que le compete. Gasta mucho y da poco, se comienza a poner en riesgo la estabilidad económica y social del país.
El papel del Estado como promotor del sector privado es fundamental. También lo es como promotor y vigilante de la salud pública, y como garante de paz, justicia y libertad. En otras palabras, le corresponde ser el administrador de las reglas del juego, en lo cual deberá invertir los recursos que recoge de sus jugadores. Utilizando la frase bíblica con la que encabezo estas líneas, al Estado le corresponde quitar todo freno a los bueyes que aramos, no ponerles obstáculo.
Un Estado promotor es el que gasta el aporte que recibe de sus ciudadanos de manera tal que el país como un todo alcanza su mejor versión; invirtiendo sus recursos de manera estratégica y esperando un retorno sostenible. Este modelo de Estado será el que la mayoría va a defender siempre, porque recibimos más de lo que damos. Cuando esa tarea comienza a quedar en deuda porque ha perdido su norte y se termina gastando todo lo que recoge en sí mismo sin servir de bien a los ciudadanos a los que se debe, es cuando el contribuyente no va a querer tributar, es cuando el emprendedor no se va a querer -poder- formalizar, es cuando el ciudadano dejará de creer en la necesidad de su existencia.
El éxito de los países con cargas tributarias similares a la nuestra, pero con niveles mucho más bajos de evasión, es porque la ciudadanía recibe el retorno de su inversión. Cuando los administradores de la cosa pública recogen mucho, pero invierten más, la ciudadanía sabe que nadie mejor que esa institucionalidad podrá realizar las tareas de distribución, orden y seguridad, porque se trata de un tercero imparcial que le devolverá con creces lo que aporta. Entonces, al Estado se le respeta y se le protege, porque es el garante de la estabilidad social y económica, es quien se encarga de mantener el bien común.
Un Estado obstaculizador es peligroso, porque está ensimismado, se atrofia y no puede ejercer el rol que le compete. Gasta mucho y da poco, se comienza a poner en riesgo la estabilidad económica y social del país y es entonces cuando la ciudadanía comienza a cuestionar su existencia.
Siempre ha sido importante mantener un Estado promotor, pero en esta crisis de salud y económica en la que nos encontramos, eso no solo es importante sino obligatorio y urgente. El gasto público debe redireccionarse al servicio de la ciudadanía que es la que al fin y al cabo va a “arar” la tierra y la pondrá a producir, ¿de qué otra forma se podrán alimentar las arcas hacendarias para que ejecute sus tareas?
Sabremos que el Estado se ha convertido en facilitador de la riqueza cuando su gasto sea inteligente y responda al sencillo análisis del costo – beneficio. ¿Con ese gasto estaremos mejor?, ¿Con esa política pública se nos facilitarán los negocios? Con esa inversión, ¿tendremos mejor educación, salud y/o seguridad? ¿Se corresponde la carga tributaria con el retorno que recibimos?
La meta es estar mejor, prosperar es eso, que todas las personas puedan percibir mejoría en su bienestar. Esto se logra cuando hay libertad y el engranaje del Estado responde a la aspiración del mayor desarrollo socio – económico posible, en donde siempre vivan el trabajo y la paz, porque desde antes de ser libres, supimos que si queríamos sobrevivir teníamos que trabajar.