Es prácticamente inaudito que en la India, miles de años después de haber nacido la fe y cultura que le servirían de base, todavía tengamos que escuchar sobre el sistema de castas.
No puedo evitar recordar los cuerpos de dos adolescentes, de 14 y 15 años, que a mediados del 2014 aparecieron colgados de un árbol de mango en la localidad de Katra, al norte de India, después de que la noche anterior desaparecieran. También hace recordar las abominables masacres, por causas de discriminen, acontecidas en esa misma nación en Majarastra, en el 2006 y en Rayastán, en 2008.
En el caso de Katra, la familia de las adolescentes acudió a la Policía para reclamar ayuda, pero los agentes no quisieron registrar la denuncia; para ellos no era relevante, se trataba de dos “dalits” (parias). Pronto llegó la noticia de que las jóvenes habían sido encontradas ahorcadas y la autopsia confirmó que ambas fueron violadas antes de ser asesinadas y que estaban con vida cuando las colgaron.
Para la comunidad internacional es una vergüenza que en el siglo XXI exista un sistema social que clasifique como “parias” a grupos de personas, cerrando los ojos a las crasas violaciones de sus derechos y los exponga a ser marginados de trabajos dignos y servicios esenciales, dejándolos vivir prácticamente en la miseria e indigencia.
Este primitivo y burdo sistema de jerarquización humana se puede datar desde el “Rigveda”, tal vez el libro religioso más antiguo de la India y uno de los cuatro “Vedas”. En el mismo encontramos que Púrusha, dios supremo, creó a distintos seres humanos según partes de su cuerpo. En textos posteriores se encuentra que ese dios creador es Brahma, de las principales deidades del Hinduismo. En otros textos que les siguieron, como las “Leyes de Manu”, se legitima la diferenciación, o el popular Bhagavad-guita, que insinúa que estas clases bajas son incapaces de lograr la iluminación.
Los “dalits” son regularmente víctimas de la violencia, y en las mujeres la situación es peor, pues son las que dentro de este grupo sufren más de linchamientos, asesinatos y violaciones.
Ests alarmantes y vergonzosos actos de lesa humanidad nos recuerda a Phoolan Devi, mujer quizás poco conocida en el ámbito internacional, perteneciente a una “sub casta” de India, que es obligada a casarse a los 11 años con un hombre de 31 años que abusa de ella física y sexualmente en forma continua. Harta de tanta agresión se escapa del yugo del esposo y va a la casa de su familia, quienes la rechazan y envían a la cárcel.
Como si fuera un cuento de Horacio Quiroga, Devi es nuevamente violada por policías en los centros penitenciarios; sale y entra a prisión y tras una turbulenta vida llena de maltratos por diferentes hombres protegidos por el sistema, se integra a un grupo de delincuentes, se casa con el cabecilla de la banda, roba y se venga asesinando a algunos de sus violadores.
Al salir por última vez de la cárcel, su historia es conocida, consigue un buen número de seguidores y se postula como diputada por el Partido Samajwadi, de filosofía socialista; gana el escaño en 1996 y es reelegida en 1999.
La “Robin Hood” femenina, que según cuenta la leyenda urbana robaba a los de castas superiores para ayudar a las castas inferiores, fue asesinada a tiros por un hombre -Sher Singh Rana- que fue honrado por limpiar “el honor de su casta” al haber matado a la congresista.
Ni el asesinato de Devi, ni los Gobiernos de India, ni los partidos que representan a las castas bajas, ni los grupos de feministas, ni las reiteradas condenas provenientes de organizaciones internacionales en defensa de los derechos humanos han detenido las masacres y violaciones a las mujeres en India. Todo hace pensar que probablemente, en muy poco tiempo, otras Phoolan Devi surgirán para tomar la justicia en sus manos.