Sofonisba Anguissola, autoretrato

Una de las primeras pintoras profesionales, respetada en su tiempo, destacada aprendiz y admirada maestra.

La historia –como fruto de una sociedad que avanza rápidamente en muchos aspectos y muy lento en otros– nos ha legado un extenso telón encargado de mantener en las sombras infinidad de hechos y personajes que en su determinado momento tuvieron repercusión en la civilización. Afortunadamente, lo que se encuentra en las sombras no necesariamente quiere decir que no exista, sólo es de acercarse con la luz suficiente para desenterrar el tesoro escondido. Por ello me dispondré a hablar de algunas maravillosas mujeres que merecen su lugar dentro de la cultura popular. Como no sería justo reunirlas todas en una sola publicación, las vamos a ir conociendo poco a poco.

Comenzamos con Sofonisba Anguissola, pintora italiana del Renacimiento tardío y considerada una de las primeras pintoras profesionales. Su padre, un hombre seguramente de muy buen juicio y perteneciente a una clase más o menos privilegiada, se encargó de brindarle una buena educación a ella y a sus hermanas, las cuales también poseían dones artísticos, desde la pintura como en el caso de tres de ellas, y la literatura en caso de la cuarta. Tuvo un hermano, el cual fue el único en inclinarse por la música. Con el paso del tiempo, o mejor dicho, con el paso a la madurez, algunas de sus hermanas tuvieron que ceder ante los lineamientos prácticamente impuestos de la siempre entrometida sociedad, por lo que tuvieron que hacer a un lado sus talentos. Una de las jóvenes se convirtió en monja y otras dos abandonaron sus aspiraciones artísticas a favor de contraer matrimonio; muy parecido a lo que habíamos visto anteriormente con la hermana de Mozart. Sofonisba se convirtió, entonces, en el retoño que más lejos llegaría en el mundo del arte, destacando en el retrato. Fue aceptada bajo la tutela de varios pintores famosos del momento, forjando de esta manera un antes y un después en la inclusión de las mujeres en la educación artística.

 

Niño mordido por un cangrejo

 

Cuando la talentosa mujer viajó a Roma conoció a Miguel Ángel. El famoso pintor le puso una clase de prueba: que pintara un niño llorando para conocer sus habilidades, y ésta dibujó la obra que nos ha llegado con el nombre de “Niño mordido por un cangrejo”. Miguel Ángel en ese momento supo que había encontrado a una gran artista. Sofonisba se convirtió en su colaboradora, y hasta cierto punto, su aprendiz, acontecimientos que quedaron documentados en la interesante obra literaria de Giorgio Vasari, el cual, siendo testigo, inmortalizó las historias y biografías de varios de los mejores artistas del Renacimiento y por ende de la historia. A pesar del talento de Sofonisba, así como de su camino no (muy) truncado por parte de terceros, nunca sobra añadir que los estereotipos siempre han estado vigentes, por lo que también tuvo que enfrentarse a barreras sociales invisibles, por ejemplo, por ser mujer se le negó estudiar conceptos artísticos como los concernientes a la anatomía, pues no era “correcto” que las mujeres vieran cuerpos desnudos, así que tuvo que limitarse a los retratos. Sin embargo convirtió esto en una fortaleza y logró destacar en esta clase de representación pictórica y logrando obtener un estilo propio. De esta manera consiguió retratar a influyentes personajes de la época como el Duque de Alba, quien a su vez la recomendó al rey Felipe II de España, éste último la convertiría en la pintora de la corte y de la familia real española.

Sofonisba llegaría a casarse a una relativa avanzada edad. Tuvo dos esposos, el primero, algo mayor, murió antes que ella; y el segundo, algo menor, murió después de ella, y afortunadamente ninguno de los dos fue un impedimento para que ella siguiera con su vida profesional; de esos detalles que hacen falta más en la historia (y en la actualidad).

Con el paso de los años su reputación continuaba aumentando y recibió a varios jóvenes pintores que estaban dispuestos a aprender de ella.

Murió en 1625. Su segundo y último esposo, algunos años después de la muerte de su querida compañera, colocó una inscripción en su tumba que dice: “A Sofonisba, mi mujer (…) quien es recordada entre las mujeres ilustres del mundo, destacando en retratar las imágenes del hombre (…). Orazio Lomellino, apenado por la pérdida de su gran amor, en 1632, dedicó este pequeño tributo a tan gran mujer”.