El pasado viernes se hizo entrega del Premio Nobel de la Paz, que como vimos con el Nobel de Química, se dividió en dos partes: por un lado fue galardonado Denis Mukwege, ginecólogo y activista de la República Democrática del Congo, y por el otro Nadia Murad, activista yazidí iraquí. A ambos se les reconoce su entrega a la lucha contra la violencia sexual.
Nadia Murad, habitante de un territorio con situaciones sociopolíticas convulsas y, para añadir, perteneciente a una minoría religiosa considerada “infiel” para los extremistas islámicos (yazidismo), no tuvo una vida sencilla.
(*Pueden saber un poco más sobre las yazidíes y los kurdos en esta nota.)
En el año 2014 comenzó lo atroz, Murad contaba con 19 años cuando combatientes pertenecientes al llamado Estado Islámico (EI) irrumpieron en el poblado en donde vivía (Sinjar, al norte de Irak), asesinando a un gran número de habitantes, la gran mayoría granjeros, incluyendo adultos, niños y ancianos; sus padres y la mayoría de sus hermanos fueron asesinados. Ella y las demás jóvenes del poblado se sumaron a la lista de más de 6000 mujeres que habían sido secuestradas tan solo en ese año, consideradas por el EI una etnia inferior y ajenas al pueblo “elegido” de las sagradas escrituras.
Era prácticamente una esclava en Mosul, agredida y violada, compartiendo este destino con cientos de mujeres. La primera vez que intentó escapar fue castigada con lo que se ha denominado la “yihad sexual” (violación en grupo). En un segundo intento de escape llegó al hogar de una familia de las cercanías que no estaba afiliada al EI, y la ayudaron a llegar a la frontera donde posteriormente arribaría a un campo de refugiados. En el año siguiente contó su testimonio por primera vez, mientras vivía en un campamento perteneciente al programa de refugiados del Gobierno de Baden-Württemberg (Alemania).
Desde finales del 2015 comenzó a informar sobre la trata de personas y la problemática que esta representa a nivel mundial. Comunicó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas las situaciones en las que fue testigo, y le siguió una total entrega y participación a las iniciativas que estuvieran a favor de detener el tráfico de personas, brindando apoyo a los refugiados de distintas localidades.
“Por arriesgar su propia seguridad para combatir con coraje crímenes de guerra y buscar la justicia para las víctimas”, así se refirió la Academia al concederle el premio Nobel de la Paz 2018 a Nadia Murad.