En los 96 días fuera de mi país, algo más allá de mí me cubría, se manifestó en cada persona que me habló o escribió, en cada sol, en cada luna, en el gran silencio.

En febrero 2020 volé a Italia con una maleta llena de intenciones, la principal, apoyar a mi hermana quien tras 15 de años de vivir en Lombardía, enfrenta por primera vez un quebrantamiento de salud.

A dos semanas de haber llegado tuve que aceptar por qué de pronto no se podía salir y, empecé lo que sería un aislamiento de 2,5 meses.

Mi regreso a Costa Rica estaba programado para marzo, mismo que no se cumplió por las varias cancelaciones de la aerolínea, caos, especulación en boletos aéreos, cierres de comercios y fronteras; mi mente a gatas procesaba lo que pasaba.

Sumergida en una rutina surrealista involuntaria, recurrí al máximo de mi creatividad y a auto-aplicar cucharones soperos de las disciplinas que imparto en mis talleres de comunicación verbal y no verbal, para resistir.

Aprovechar algunas de mis habilidades y pasiones fue la mejor decisión, restauré la bañera, gradas y puertas de madera de la casa de mi hermana y, al mismo tiempo creaba podcast y videos, con eso mi tiempo era productivo; pero mi parte espiritual y emocional demandaban.

Estar en la misma región donde día tras día murieron 1.000 personas, distinguir sirenas de ambulancias con un sonido diferente al acostumbrado, ver un desfile de camiones del ejército lleno de ataúdes y no saber cuándo podría regresar a mi país, me asustaba.

Cuando trataba de crear estrategias que redujeran las horas del día, los mensajes y oraciones de amistades, familia y el involucramiento de terceros, fueron determinantes para alimentar cada hoja del calendario.

En medio de la incertidumbre por lo que me rodeaba y no controlaba, porque mi regreso no dependía del pasaje que había pagado, mis practicas en neurociencia, PNL entre otras, fueron de gran apoyo, pero faltaba más.

Los seres humanos pasamos en una búsqueda incansable por ¨controlar nuestro mundo¨, pero después de mi experiencia me arrodillo ante Dios y acepto mi vulnerabilidad, porque cuando la fuerza del deseo perdía poder y lloraba ante lo incierto, cuando un monstruo de laboratorio o ¨natural¨ mata y paraliza el mundo que conozco y, para dominarlo debemos dejar de abrazarnos, reír a carcajadas, llorar en un hombro, solo la fe en un Supremo lo es todo.

En los 96 días fuera de mi país, algo más allá de mi me cubría, se manifestó en cada persona que me habló o escribió, en cada sol, en cada luna, en el gran silencio; cuando reconocí que yo no podía hacer nada, me liberé como hoja en el viento, en ese momento el milagro para mi y 288 personas más se dio, trayéndonos a Costa Rica.

Cuatro meses después compartí el primer abrazo, mi corazón emocionado estrechó a mi madre, gracias a Dios, a personas que sumaron su energía, diplomáticos, medios de comunicación, todos desinteresadamente comprometidos con la causa.

Independiente de lo que debamos enfrentar, pienso que para cada persona es esencial el amor y, éste noble sentimiento requiere del abrazo, de una mano, de una mirada.  Mantengamos las medidas sanitarias pertinentes, pero si tanto dispositivo electrónico nos separaba, cuidado, porque en soledad no hay vida.