Google rinde hoy un merecido tributo a Rosario Castellanos Figueroa, considerada una de las más importantes escritoras mexicanas del siglo XX.

Este 25 de mayo, con un hermoso “doodle”, Google reconoce el trabajo y el aporte literario y social de Rosario Castellanos Figueroa, escritora, feminista y diplomática mexicana, ejemplo de resiliencia.

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En la celebración de su nacimiento hace 91 años, recordamos su vida, llena de altos y bajos, luchas y también éxitos, que inicia en la región maya del sur de México, en Chiapas, con una necesidad urgente de escribir al fallecer en un periodo de 20 años su hermano, madre y padre, y la pérdida de la fortuna familiar.

Estudia en Ciudad de México filosofía. Fue profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y en otras universidades como la de Wisconsin, la Estatal de Colorado y la de Indiana. Trabajó como Promotora del Instituto Chiapaneco de la Cultura y del Instituto Nacional Indigenista, así como secretaria del PEN Club (asociación mundial de escritores). Fue becada por la Fundación Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores. Ocupó el cargo de embajadora de México en Israel y trabajó como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén, además de escribir para el diario Excélsior, en México.

La muerte y la depresión la acompañó durante muchos años de su vida, después de abortos involuntarios, la muerte de una hija y el divorcio. Se sobrepuso al dolor, escribiendo y dirigiendo sus energías a la defensa de los derechos de las mujeres.

Muchas de las obras de Rosario Castellanos ponen en manifiesto, directa o sutilmente, la diferencia entre los hombres y las mujeres.

A través de su obra disfrutamos un sarcasmo jocoso que ilustra la historia de la mujer en México, representados en una serie de personajes femeninos.

Consideraba la poesía «un intento de llegar a la raíz de los objetos.» Cada tema lo vinculaba a lo cotidiano y con el interés por el papel de la mujer en la sociedad y la crítica del enfoque sexista, que vemos ejemplificado en el cuento Lección de cocina: cocinar, callarse y obedecer al marido; y en la obra de teatro El eterno femenino.

Esta inadaptación del espíritu femenino en un mundo dominado por los hombres, la experiencia del psicoanálisis y una melancolía meditabunda constituyen algunos elementos definitorios de su obra.

Es su poesía en donde más se revela sus preocupaciones derivadas de la condición femenina, incluso habla –desde una perspectiva autobiográfica-,  de su experiencia vital, los tranquilizantes y la sumisión a que se vio obligada desde la infancia por el hecho de ser mujer.

Otro tema que explora es el político, en el que concebía al mundo como «lugar de lucha en el que uno está comprometido», como lo expresó en su poemario Lívida luz.

La vida de Rosario Castellanos Figueroa, al igual que su muerte, fue trágica, al fallecer a la temprana edad de 49 años, a consecuencia de una descarga eléctrica provocada por una lámpara, cuando acudía a contestar el teléfono al salir de bañarse.

Hoy el mundo recuerda sus poesías novelas, cuentos, obras de teatros y ensayos.

Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos. Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.

El hombre es anima de soledades,

ciervo con una flecha en el ijar

que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne

de pupilas de vidrio; su actitud

que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece

el reflejo del tigre.

El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve

-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)

igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos

 

Ser Río sin Peces

Ser de río sin peces, esto he sido.

Y revestida voy de espuma y hielo.

Ahogado y roto llevo todo el cielo

y el árbol se me entrega malherido.

A dos orillas del dolor uncido

va mi caudal a un mar de desconsuelo.

La garza de su estero es alto vuelo

y adiós y breve sol desvanecido.

Para morir sin canto, ciego, avanza

mordido de vacío y de añoranza.

Ay, pero a veces hondo y sosegado

se detiene bajo una sombra pura.

Se detiene y recibe la hermosura

con un leve temblor maravillado.

 

Parábola de la Inconstante

Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:

Si yo soy lo que soy

Y dejo que en mi cuerpo, que en mis años

Suceda ese proceso

Que la semilla le permite al árbol

Y la piedra a la estatua, seré la plenitud.

Y acaso era verdad. Una verdad.

Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra

A asirme a una pared como el enamorado

Se ase del otro con sus juramentos.

Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida

En solidez de roble,

La rumorosa soledad, la sombra

Hospitalaria y daba al caminante

– a su cuchillo agudo de memoria –

el testimonio fiel de mi corteza.

Mi actitud era a veces el reposo

Y otras el arrebato,

La gracia o el furor, siempre los dos contrarios

Prontos a aniquilarse

Y a emerger de las ruinas del vencido.

Cada hora suplantaba a alguno; cada hora

Me iba de algún mesón desmantelado

En el que no encontré ni una mala bujía

Y en el que no me fue posible dejar nada.

Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos

Para arrojar después, lejos de mi, el despojo.

Heme aquí, ya al final, y todavía

No sé qué cara le daré a la muerte.

 

Dos Meditaciones

Considera, alma mía, esta textura

Áspera al tacto, a la que llaman vida.

Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos

Y en el color, sombrío pero noble,

Firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.

Piensa en la tejedora; en su paciencia

Para recomenzar

Una tarea siempre inacabada.

Y odia después, si puedes.

II

Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?

¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?

¿Castrar al potro Dios?

Pero Dios rompe el freno y continua engendrando

Magníficas criaturas,

Seres salvajes cuyos alaridos

Rompen esta campana de cristal.

 

Falsa Elegía

Compartimos sólo un desastre lento

Me veo morir en ti, en otro, en todo

Y todavía bostezo o me distraigo

Como ante el espectáculo aburrido.

Se destejen los días,

Las noches se consumen antes de darnos cuenta;

Así nos acabamos.

Nada es. Nada está.

Entre el alzarse y el caer del párpado.

Pero si alguno va a nacer (su anuncio,

La posibilidad de su inminencia

Y su peso de sílaba en el aire),

Trastorna lo existente,

Puede más que lo real

Y desaloja el cuerpo de los vivos.

 

Lo Cotidiano

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;

Este cabello triste que se cae

Cuando te estás peinando ante el espejo.

Esos túneles largos

Que se atraviesan con jadeo y asfixia;

Las paredes sin ojos,

El hueco que resuena

De alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche

Se vuelve, de pronto, respirable.

Y cuando un astro rompe sus cadenas

Y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,

No por ello la ley suelta sus garfios.

El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla

El sabor de las lágrimas.

Y en el abrazo ciñes

El recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

Presencia

Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido

Mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,

De un dolor, de un recuerdo,

Desertará buscando el agua, la hoja,

La espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui (inextricable

De cóleras, traiciones, esperanzas,

Vislumbres repentinos, abandonos,

Hambres, gritos de miedo y desamparo

Y alegría fulgiendo en las tinieblas

Y palabras y amor y amor y amores)

Lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno

Recogerá la página inconclusa.

Entre el puñado de actos

Dispersos, aventados al azar, no habrá uno

Al que pongan aparte como a perla preciosa.

Y sin embargo, hermano, amante, hijo,

Amigo, antepasado,

No hay soledad, no hay muerte

Aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vides

Permaneceremos todos.

 

Amor

Sólo la voz, la piel, la superficie

Pulida de las cosas.

Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco

Rebalsaría y la mano ya no alcanza

A tocar más allá.

Distraída, resbala, acariciando

Y lentamente sabe del contorno.

Se retira saciada

Sin advertir el ulular inútil

De la cautividad de las entrañas

Ni el ímpetu del cuajo de la sangre

Que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo

Ya para siempre ciego del sollozo.

El que se va se lleva su memoria,

Su modo de ser río, de ser aire,

De ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene

Y lo reduce a voz, a piel, a superficie

Ofrecida, entregada, mientras dentro de sí

La oculta soledad aguarda y tiembla.

Oímos el verso: “Aquí, bajo esta rama, puedes hablar de amor. Más allá es la ley, es la necesidad, la pista de la fuerza, el coto del terror, el feudo del castigo. Más allá, no”.

mbatistapetra@gmail.com