Secuestrada denuncia complicidad del poder judicial, ministros y la Iglesia, en los asesinatos, desapariciones, secuestros y torturas durante la dictadura en Argentina

La más reciente sanguinaria dictadura militar argentina (1976-1983) destruyó la infancia de los niños a los cuales secuestró, como parte de la asesina represión antiopositora cuyo saldo es de miles de víctimas -detenidos, asesinados, torturados, desaparecidos, exiliados-.

María Ester Ramírez, una de esas numerosas víctimas, tenía cuatro años cuando, en el marco de una brutal operación militar contra el domicilio de sus padres -la argentina Vicenta Orrego (asesinada en esa acción) y el paraguayo Julio Ramírez (expulsado, en 1981, por el régimen, tras años de encarcelamiento)-, fue capturada junto con sus hermanos -Mariano Alejandro y Carlos Ramírez, respectivamente, de dos y cinco años-.

Al relatar, al diario local Página 12, la sádica crueldad de la cual los tres menores fueron objeto, durante siete años de cautiverio en el Hogar Casa de Belén -el lugar donde permanecieron recluidos, hasta que Ramírez logró rescatarlos-, María Ester aseguró que las secuelas de lo traumatizante de ese período no han desaparecido.

En la extensa nota informativa que publicó el 13 de junio -45 años después de perpetrado el secuestro-, el periódico argentino señaló que “el caso de los hermanos Ramírez deja expuestas un sinfín de aristas del terrorismo de Estado”.

Eso incluye “la complicidad del Poder Judicial, en la figura de la jueza (de menores) Marta Pons -ahora fallecida pero multidenunciada (…) por su conducta con menores durante la última dictadura- y los integrantes de su juzgado”.

Igualmente, “la complicidad de la Iglesia, que estaba vinculada con el Hogar Casa de Belén, los asesinatos, desapariciones, secuestros y torturas, la cárcel, el silencio de muchos y el padecimiento de los niños, con quienes personas con mucho o poco poder se ensañaban y sometían porque podían, porque eran hijos de ‘subversivos’”, agregó.

La expresión “subversivos” era utilizada, principalmente por las dictaduras militares uruguaya (1973-1985) y argentina, en referencia a los integrantes de las guerrillas que, entonces, operaban en ambos rioplatenses países sudamericanos -respectivamente, Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros, y Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T)-, así como, en términos generales, a cualquier persona opositora.

Página 12 informó, asimismo, que, “actualmente, nueve personas están siendo juzgadas por la desaparición de Vicenta y el asesinato de María Florencia Ruival y José Luis Alvarenga, dos militantes de Montoneros que alojaba en su casa, y por los crímenes cometidos contra los tres menores”.

“Los acusados son el exministro de Gobierno bonaerense (de Buenos aires) Jaime Smart y el ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz, el ex jefe del centro clandestino de detención Pozo de Banfield (periferia capitalina), Miguel Wolk, y cinco exmiembros de la policía bonaerense que eran integrantes de la Brigada de Investigaciones de Lanús (sector capitalino): Roberto Guillermo Catinari, Héctor Raúl Francescangeli, Armando Antonio Calibró, José Augusto López y Rubén Carlos Chávez”, precisó.

“Por el caso de los chicos, la única imputada –por la sustracción, retención y ocultamiento de los niños y la niña– es la ex secretaria del tribunal de menores de Lomas de Zamora (sector capitalino) Nora Susana Pellicer”, puntualizó el periódico.

“Ninguno de los autores directos de los abusos a los hermanos Ramírez está en el banquillo ya que algunos de ellos murieron y otros fueron apartados por problemas de salud. Ese el caso de Manuel Maciel -fallecido-, Dominga Vera -apartada- que fueron los encargados del lugar”, indicó, citando a María Ester.

En cuanto a lo ocurrido el día del secuestro de los tres hermanos, Página 12 indicó que, en medio de disparos, Orrego trató de poner, a los menores, a salvo.

La mujer “les dio a sus tres hijos un largo y fuerte abrazo y les dijo: ‘los quiero muchísimo, cuídense entre ustedes’. Luego, puso un colchón en la ventana y empezó a sacar a los chicos”, quienes “siguieron escuchando disparos”, narró el medio de comunicación.

“El 14 de marzo de 1977 Vicenta les salvó la vida pero no pudo salvarlos del infierno que vivirían durante otros siete años, más de dos mil días, encerrados en el Hogar Casa de Belén”, aseguró la publicación.

Al respecto, María Ester relató que, en el centro de reclusión, “nos levantaban, a la mañana, con agua fría, nos bañaban con agua helada, nos torturaban, nos daban órdenes, palos, represión, sufrimos violaciones sexuales”.

“Todo, porque no querían que saliéramos como nuestros padres”, señaló, en alusión a la militancia antidictatorial de Orrego lo mismo que de Ramírez -cuyo país de origen, Paraguay, era gobernado, entonces, por el dictador militar (1954-1989) Alfredo Stroessner-.

De acuerdo con la versión periodística, “durante el juicio, los hermanos Ramírez tuvieron acceso a testimonios que les permitieron reconstruir parte de lo sucedido con Vicenta (su madre), hechos y detalles que nunca antes habían escuchado”.

“Los más reveladores vinieron de quienes, como ellos, eran niños en esa época. Francisco Nogueira y Aldo Pietrantuono tenían 10 y 13 años, eran vecinos de los Ramírez y presenciaron el operativo en la casa de Almirante Brown (en la periferia sur capitalina)”, indicó el medio de comunicación.

En su testimonio, Nogueira dijo que “hubo una balacera por 20 minutos”.

“En un momento, un hombre, desde adentro de la casa, pidió una tregua, y ahí fue que la mamá de los chicos comenzó a sacarlos”, agregó el testigo.

“La señora saca a dos de los chicos, y, cuando sale con el tercero, se acerca un personal policial de civil y la ejecuta de un tiro en la cabeza. Otro personal le saca la criatura y le tiran a ella una ráfaga de disparos”, continuó narrando, y atestiguó que “los policías retiraron los cuerpos de Vicenta y la pareja que vivía con ella, y luego saquearon la casa”.

“El nene mayor me dijo: ‘se llevan mis juguetes’”, dijo.

Según página 12, “hasta ese momento, la familia Ramírez desconocía los detalles del asesinato de Vicenta. Escucharlos fue una conmoción pero, también, la reafirmación de que las respuestas deben venir de los responsables: qué pasó con su cuerpo, dónde está”.

El periódico informó que, para alejarlos de la agresión policial, María Ester y sus hermanos “fueron dejados en un (lote) baldío, y, luego, llevados a la casa de un vecino, que los alojó unos días”.

“Después, fueron puestos a disposición del tribunal de menores de la jueza Marta Pons”, indicó, para agregar que, “previo paso por poco tiempo por un hogar de monjas, Mariano Alejandro, María Ester y Carlos Ramírez terminaron en el Hogar Casa de Belén”.

Respecto a la brutal reclusión en ese lugar, María Ester narró que “tengo recuerdos felices de mi primera niñez, de amor, de que mis padres me querían, y esos recuerdos se quedaron dentro mío como un diamante, y (los torturadores) no me los pudieron sacar”.

“Lo más absurdo era que nos decían que teníamos que estar agradecidos de estar en el hogar, porque mi mamá me había abandonado y era una prostituta, y mi papá estaba en la cárcel, era un criminal, un borracho”, agregó.

“Mi madre, Vicenta, aparecía cuando más de torturaban, cuando no podía caminar del dolor”, dijo, a continuación.

“Esos recuerdos me ayudaron a diferenciar, en la vida, qué es el amor y qué es el infierno, qué es la verdad y qué son las mentiras”, aseguró.

Maciel y Vera “me preguntaban si tenía recuerdos de mi madre, y yo aprendí que me podían torturar, me podían matar, pero que no les iba a decir, no les iba a hablar de los recuerdos de mi madre”.

“Esos recuerdos me los llevaba yo hasta la muerte”, expresó, para subrayar, de inmediato, que “eso me dio mucha fuerza para sobrevivir”.

“El Hogar Casa de Belén estaba vinculado a la Iglesia de Banfield, donde todos sabían lo que pasaba”, denunció.

Maciel y Vera concurrían a misa dominical, con los niños, aparentando ser una “familia perfecta y devota”, recordó.

Los mejores tenían “prohibido mirar, a las personas, a los ojos, siempre había que mirar abajo, al piso, no hablar con nadie (…) como muñecos”, agregó, para señalar que el torturador les impuso su apellido -Maciel-.

“Nos llamábamos como el viejo de ahí”, razón por la cual “sentí que me enterraron viva”, ya que “pensaba que mi madre no me iba a poder encontrar si tenía otro apellido” -en ese momento, la niñas no sabía que la fuerza policial atacante había asesinado a Orrego-.

“Y la casa de Belén no era solo una familia, había más gente que trabajaba con el hogar: la escuela, los médicos, los militares, la justicia, la doctora Pons, los vecinos”, y “todos sabían lo que pasaba”, precisó.

“Yo pedí ayuda a la Iglesia, al cura gordo le dije que me violaban”, pero “él levantó su teléfono, y llamó al hogar. Se pueden imaginar lo que pasó conmigo, lo que me hizo Manuel”, agregó.

Respecto al torturador, Página 12 informó que “Manuel la amenazaba”, y que, “cuando la violaba, le decía que, si se quedaba embarazada, le tenía que echar la culpa a otro niño”.

“Ella dijo que no”, por lo que “él la ahogó en un inodoro sucio, la agarró de los pelos, la llevó a su pieza, abrió el ropero, donde estaban su ropa, uniformes y armas y le preguntó: ‘¿cómo querés morir?’”.

A continuación, el criminal apuntó una pistola, a la cabeza de la niñas, oprimió el gatillo, y ella escuchó un “click”, y, de inmediato, la amenazó, diciéndole que “te voy a matar como mataron a tu mamá, te voy a hacer volar la cabeza”, según la versión periodística.

El diario agregó que el agresor se abstuvo de asesinarla, pero continuó, durante los años de cautiverio, torturándola.

Al respecto, María Ester aseguró que “yo salí como cenizas, del hogar, pero de las cenizas volví, para decir ‘nunca más!’”.

Los tres hermanos fueron rescatados, en 1983, por su padre, quien logró ubicarlos y, tras superar los obstáculos generados por Pons, pudo liberarlos de la reclusión.

Al respecto Ramírez relató, al participar, en línea, en el presente proceso judicial, que, “a partir de 1977, me dediqué a investigar el destino de mi señora y mis hijos”.

“Escribí a la jueza (…) Pons, que se negó rotundamente a darme información”, siguió narrando.

“Después, tuve la ayuda de la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), la Cruz Roja, Amnistía Internacional, y de Emilio Mignone (fundador del no gubernamental Centro de Estudios Legales y Sociales, CELS)”, agregó.

“Recién en octubre de 1983, la jueza me dio permiso para visitarlos, en la Casa de Belén, y pude volver a Suecia, con ellos”, dijo, en referencia al país donde reside.

Radicada en esa nórdica nación europea, María Ester -ahora de 49 años- planteó que “puedo confesar que he temblado, tenido miedo, he sentido de nuevo el revolver en la cabeza, el ‘click’, pero apuesto a la vida”.

“He llorado muchísimo, y sigo llorando. Seguimos sufriendo las secuelas. Estamos condenados a vivir con todos estos traumas y secuelas”, agregó, además de explicar que “estamos marcados para siempre”.

“El juicio que se está realizando es reparador, pero también muy movilizador, porque nos rompieron en millones de pedazos y tenemos que buscar cada pieza, es muy doloroso armar el rompecabezas”, reflexionó.

“Pero apuesto a la vida para buscar justicia”, subrayó, para agregar que “me han torturado siete años, pero no sabían el amor que guardaba de mi madre -y que me hizo vivir-. El amor de mi padre también fue fundamental”.

Al indicar que, “hoy, tengo un hijo, al que le gusta jugar al fútbol”, expresó que “me encanta compartir con mi hijo, y transmitirle sueños, amor, y recuerdos”.

María Ester planteó que “apuesto a tener una vida digna, a vivir y no sobrevivir”, y, al agradecer, a sus padres, “el amor que me dieron, de niña”, aseguró que “tengo más presente que nunca, que el amor debe triunfar sobre el odio”.

Foto: Tantray Junaid