La seguridad sexual tiene otra dimensión que compete a cada miembro de la pareja y que gira en torno a esa sensación interna y propia de que va a poder disfrutar y cumplir con las expectativas sexuales que se propone al momento de tener un encuentro íntimo.
Hace unas semanas estuvimos comentando la importancia de la seguridad sexual y le dimos énfasis a la certeza que requieren las parejas de que, en el acto sexual, no va a suceder un contagio venéreo o un embarazo sorpresa, dos condiciones, que siguen siendo muy frecuentes en nuestra cultura.
Sin embargo, la seguridad sexual tiene otra dimensión que compete a cada miembro de la pareja y que gira en torno a esa sensación interna, propia, vivencial de que va a poder disfrutar y cumplir con las expectativas sexuales que se propone al momento de tener un encuentro íntimo.
Así el varón tiene que sentirse seguro de su rendimiento sexual, confiado de su desempeño íntimo y no puede albergar dudas de si logrará dar la talla, de si va a estar a la altura que demanda todo encuentro amoroso. De igual manera, la mujer debe tener la certeza de que va a disfrutar la relación sexual, que va a ser satisfactoria y grata.
Son muchas las personas que se alejan sexualmente porque presumen y temen que el acto sexual va a ser un fiasco, que las expectativas de deleite y placer no se van a cumplir, en el varón eso es terriblemente frustrante y en la mujer “quedar con ganas” le empaña sus expectativas, más cuando esas fallas en la intimidad se vuelven repetitivas.
Una erección firme, que se consigue con facilidad, que va acompañada de un buen control de la salida del semen, son al menos dos requisitos indispensables para el varón. Una lubricación abundante, un orgasmo que se consigue con facilidad, el ansia y el deseo de tener relaciones, son cruciales para que muchas mujeres se sientan realizadas sexualmente.
Bajo esta perspectiva es importante destacar que la mayoría de los problemas sexuales no se presentan de forma súbita, sino que frecuentemente se presenta de forma gradual con fallas esporádicas que permiten mantener relaciones satisfactorias la mayoría de las veces, pero larvadamente, estas fallas poco a poco se vuelven más frecuentes, hasta llegar el momento en que tener una relación sexual plena es prácticamente imposible.
En todo este proceso la inseguridad comienza a reinar tanto en hombres como en mujeres, cada acto sexual representa un reto en vez de un deleite, y va precedido de cierto temor, de un nerviosismo, porque se teme que una vez más se falle en la cama.
Esta tensión que precede al acto sexual y esa frustración que se experimenta después de que las pifias se presentan, suelen afectar la estabilidad del vínculo. A veces se cuestiona si la “química” se perdió, si el amor se fue, si hay una infidelidad de fondo, y mil sin razones más, olvidando tanto él como ella, que la mayoría de las fallas sexuales son provocadas por alteraciones estrictamente físicas y no por dificultades o diferencias en el vínculo.
Abundan las parejas que han arrastrado un problema sexual por años, que, entre temores y vergüenzas, entre dudas y remordimientos, entre ansiedades y tristezas postergan la búsqueda de ayuda profesional pensando que no hay nada por hacer y como tal, se resignan a una vida al margen de la sexualidad y el amor, cuando en realidad hoy la mayoría de los problemas sexuales se pueden resolver, con tratamientos sencillos y breves, con los cuales, se recupera la seguridad sexual.