Nacida en Chile, de padre puertorriqueño y madre estadounidense, criada en el limítrofe Perú, la torera Concepción “Conchita” Cintrón, protagonizó en España, en el desarrollo de su carrera en un ámbito esencialmente -y discriminatoriamente- masculino, un hecho sin precedente en ese deporte: se enfrentó, al final de la década de 1940, al entonces dictador (1939-1975), el ultraderechista “generalísimo” Francisco Franco.
Era todavía el tiempo en que, según lo que establecía el machista Reglamento Taurino, las mujeres solamente podían lidiar en calidad de “rejoneadoras” -toreras a caballo-.
El hecho ocurrió en 1949, en Jaén, capital de la sureña provincia andaluza de igual nombre, ciudad que, durante la guerra civil española (1936-1939), por su oposición a Franco, fue reiteradamente bombardeada por las fuerzas ultraderechistas que ayudaron a la instalación de la dictadura que duraría casi cuatro décadas.
Fue un momento en el cual la latinoamericana mostró no solamente profesionalismo y valentía sino firmeza de carácter frente a uno de los dictadores de más extensa permanencia en el poder y de brutal capacidad de represión -incluida la práctica de diversas formas de tortura, algunas de naturaleza medieval-.
Después de haber cumplido una exitosa lidia, Cintrón se ubicó, frente al palco presidencial y solicitó, al dictador, permiso para desmontar y matar al toro.
Cuando Franco le negó la autorización, la torera ignoró la decisión del tirano, y bajó del caballo, sosteniendo la muleta y la espada.
Pero, mientras el toro avanzaba hacia ella, Cintrón optó por no matar al animal, y dejó caer ambos implementos, lo que hizo que uno de los novilleros lo sacrificara.
Franco ordenó la inmediata detención, de la desafiante mujer en el lugar, lo que motivó, a los aficionados, a protestar intensa y masivamente, obligando al dictador a “indultarla”.
La torera protagonizó, al año siguiente -el 18 de octubre-, la corrida de cierre de su carrera en la tauromaquia.
Nacida en 1922 en la norteña ciudad chilena de Antofagasta -fallecida 86 años después en Lisboa, la capital portuguesa-, Cintrón -cuyo padre Frank, un puertorriqueño graduado en la academia militar estadunidense de West Point, se había radicado, por negocios, en Chile- inició su carrera a los 13 años.
El debut fue en Lima, la capital peruana, donde sus padres se establecieron, cuando la futura torera tenía tres años.
Su corrida inicial fue contra un novillo, y, dos años después enfrentó, en la ciudad de Tarma, ubicada en la central provincia peruana del mismo nombre, a su primer toro.
Cintrón fue conocida como “La Diosa de Oro”, apodo que recibió en México, el primer país donde se presentó -en la capital- en 1938, habiendo impresionado a la afición.
Luego de México, la torera cumplió presentaciones en otros países latinoamericanos -Ecuador, Colombia, Venezuela-, así como en Estados Unidos, además de Europa -España, Francia, Portugal-.
La desigualdad de género históricamente oficializada en el Reglamento Taurino -puntualmente, en su artículo 49- tuvo fin en 1974, cuando esa disposición, que prohibía, a las mujeres, torear de pie, fue anulada.
La enmienda fue fruto de la intensa lucha impulsada, durante tres años, por la española María de los Ángeles “Ángela” Hernández (1946-2017), quien así se convirtió en la primera mujer titular del documento oficial que acredita la condición de torera.
El logro de Hernández marcó un hito decisivo, contra la desigualdad de género en la tauromaquia, cuya historia ha sido, durante siglos, marcada -y sigue siéndolo- por el perjuicio machista.
Desde el siglo 17 -tiempo del cual se cuenta con los primeros registros pictóricos que muestran únicamente a rejoneadoras- las toreras fueron, durante generaciones, luchando por establecer presencia en las corridas de toros.
El incipiente éxito de ese esfuerzo, condujo, al final del siglo 19, a una etapa superior: la lucha por la profesionalización.
Esta perspectiva generó alarma en el patriarcado del toreo, lo que se tradujo en una tenaz oposición a que las mujeres se perfeccionaran en este campo, incluida la negativa de algunos “matadores” a negarse a lidiar en carteleras que incluyesen mujeres.
En esta fase de lucha por la equidad de género, se destacaron, entre otras toreras españolas, Ignacia “La Guerrita” Fernández, Adelaida Ángela Pagés, Dolores “Lola” Pretil, Dolores “La Fragosa” Sánchez -quien, en materia de atuendo, abandonó la falda que venían usando las mujeres para adoptar el traje de los hombres-.
Para el siglo 20, la animadversión hacia la participación de mujeres en el toreo, llegó al cenit con la emisión, en julio de 1908 de la Real Orden que prohibió la presencia femenina en esa disciplina, por considerarla algo “opuesto (…) a todo sentimiento delicado”.
Para eludir la prohibición, algunas toreras se hicieron, exitosamente, pasar por toreros, destacándose el caso de María Salomé “La Reverte” Rodríguez, quien asumió, como identidad profesional, el nombre Agustín Rodríguez.
Durante la Segunda República Española (1931-1939) -período durante el cual fue abolida la monarquía, y que terminó violentamente por la toma franquista del poder-, la prohibición fue eliminada, pero la dictadura la restableció en 1940, hasta que, en 1974, fue definitivamente dejada sin efecto.
En declaraciones reproducidas el 27 de octubre del año pasado por el portal informativo El cierre Digital, la fotógrafa estadounidense Muriel Feiner, fanática de las corridas de toros radicada en España, se refirió a las luchas por la equidad de género en el toreo.
No obstante esos esfuerzos, la brecha persiste, aseguró Feiner, autora de una decena de libros sobre el tema, incluido uno referido a la presencia femenina –“La Mujer en el Mundo del Toro”.
Interrogada respecto al papel de las mujeres en la tauromaquia, aseguró que es “muy complicado”, ya que “algunas, como Ángela (Hernández), pasaron más tiempo luchando por sus derechos que realmente toreando”.
Y precisó: “hoy día sigue existiendo esa diferenciación, por más que nos cueste reconocerlo”.